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ANTONIO JAVIER LÓPEZ ajlopez@diariosur.es
Viernes, 7 de febrero 2014, 10:34
Casi siempre hay una copa, un cigarrillo suspendido entre los dedos, una sonrisa. Son «fotos de verano». Nadie mejor que su creadora para semejante bautizo: relajado y certero. La definición la suelta, como quien no quiere la cosa, Isabel Steva Hernández, 'Colita' para los amigos y para la fotografía contemporánea. Una cronista privilegiada del último medio siglo de la historia cultural de Cataluña y España. Una amiga, aquí, del poeta Jaime Gil de Biedma.
«Éramos del mismo grupo, muy amplio, de amigos. Nos veíamos a menudo en la discoteca Bocaccio. Él necesitaba unas fotos para la cubierta de un libro que iba a publicar y me dijo si quería hacérselas», rememora Colita frente al fruto de aquella sesión, con Jaime Gil de Biedma posando sonriente, junto a su biblioteca. Barcelona, 1969.
«En mis fotografías nunca he pretendido poner delante al poeta, sino a la persona», acota la fotógrafa, por cuyo objetivo desfilan escritores, editores y artistas. Ana María Matute señalando la cámara con el dedo mientras el poeta le sirve una copa en un bar de Sitges. Gil de Biedma tocado con sombrero, de perfil y de espaldas, frente al paisaje desértico de Nava de la Asunción, en Segovia, en 1974. El poeta tumbado en una hamaca, vencido por el cariño de tres perros, en Llofríu, aquel mismo verano.
«Como modelo era de una docilidad total, porque estaba a gusto», defiende Colita, que reúne en el Centro Cultural Provincial hasta treinta y tres 'Retratos de una amistad', como reza el título de la exposición recién inaugurada. Un paseo íntimo planteado como la propia obra del poeta, por seguir el argumento de la propia Colita: «Su poesía ofrecía siempre un lenguaje muy accesible que entendía todo el mundo. Cualquiera podía acercarse a sus poemas y disfrutarlos».
Siempre elegante
Una lejanía de la grandilocuencia que también ofrece la autora, que brinda otra anécdota: «En nuestra excursión a Segovia fuimos al bosque de Riofrío, donde había muchos ciervos que asustaban cuando iba a cazar Franco para que fueran presas fáciles». Y uno de esos ciervos come de la mano de Gil de Biedma, que mira divertido desde la ventanilla del coche.
Como las risas compartidas con Juan Gil Albert en Barcelona (1975) o las tertulias junto a la piscina con Matute, Moix, Marsé o Barral, vestido de «poeta marinero». Y Gil de Biedma «tan elegante siempre, con aquellas camisas que traía de Manila», en palabras de Colita, para quien el poeta fue, sobre todo, «un amigo excepcional, inteligente y muy cariñoso».
Y de ese cariño la mirada limpia, pícara. Y la sonrisa siempre, detrás de un Celta con filtro.
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