6 de enero, un día con mucho cuento
Los reyes magos este año se han comportado, no entienden de crisis, o entienden pero la sortean
PABLO ARANDA
Martes, 7 de enero 2014, 10:51
Cuento de Fin de Navidad
Este es un cuento moderno, de comienzos de 2014, un cuento de niños y animales salvajes pero buenos, ... de princesas que en vez de en castillos viven en Campanillas, pero un cuento, con su parte triste, su aventura y su final feliz, un cuento sucedido entre la cabalgata y el día de Reyes. Hay que remontarse a anteayer. Una familia de Málaga dispuesta a llevar a la cabalgata a su hijo de dos años, Alberto, y Alberto con sus dos años y los límites clarísimos de su geografía sentimental: mi elefantito viene conmigo. Y lo típico: comer rápido, recoger la mesa corriendo, vestirse, cambiar al protagonista (Alberto) y a ver la cabalgata (desde el otro lado de las sillas, una distancia excesiva cuando las carrozas vienen protegidas y el personal concienciado, pero bueno). Todo va bien, Melchor no le ha dado ningún caramelazo al niño, que se ha reído con los soldados cruzados que son un pelín posteriores al año 0 pero qué importa, todo iba bien, hasta que el elefante no está. Mira por allí, pregunta por allá, minimiza la pérdida pero qué dices: Alberto llora y llora. Elena, la madre, hija de su tiempo, atenta a las nuevas tecnologías y sabiendo usar (bien) las redes sociales tiene una cuenta de twitter y lanza un mensaje urbi et orbi: «AYUDA. Mi peque de 2 años acaba de perder su elefante inseparable en el centro de Málaga. ¿Nos ayudas a encontrarlo?». El intento típicamente infructuoso, todos le dicen pero tía, no lo vas a encontrar. Pero de repente Campanillas es un castillo y una joven que no conoce a Elena, Noelia González, la princesa más guapa y buena del mundo. Después de muchos mensajes de apoyo y consuelo llega el de ella: «LO HEMOS ENCONTRAO!!!!!! Sta en la emt, camino de san rafael, di q estaba en bus 572, al vigilante de la entrada, ENHORABUENA». Alberto, que ya es rey, tiene el mejor regalo de reyes, su elefante ha vuelto, él está contento aunque sabía lo obvio: el elefante iba a volver.
Un poco de historia
Los reyes magos este año se han comportado, no entienden de crisis, o entienden pero la sortean, adaptándose, que es la mejor manera de entender, vale que han abusado un pelín de la tecnología usada, nos han traído -con mano izquierda- regalos de segunda mano, pero si hacen el avío qué, ¿no? Es recurrente durante estos días preguntarse de dónde viene esta mágica tradición. Los reyes magos aparecen en la Biblia y un ateo que conozco quiere quitárnoslos, que esto sí es una tradición, sólo eso, dice, claro que nosotros estamos quitándole a él Santa Klaus y vamos convirtiendo al cristianismo a este gordinflón albino que además no se llama así, sino Papá Noel, y se enreda diciendo que no es cierto (que sí que es) que aparezcan los reyes en la Biblia, que es santa (como Klaus) y que en caso de que aparezcan (¿ves?) no dice ni cuántos son ni cómo se llaman, como si hiciera falta: que ya lo sabemos, listo. Son tres, y se llaman Melchor (el eslavo), Gaspar (el normal, así como mediterráneo, como del Campo de Gibraltar, con su melena rizada) y Baltasar (el afroamericano, que dirían en Oklahoma). Tienen camellos, como nosotros pecadores, y miran al cielo y dicen «por allí». Y cada seis de enero se beben una copa en cada casa que visitan, como el cura de mi pueblo, se toman un par de mantecados, y cada salón se convierte en la cueva de Alí Babá, por seguir con Oriente. Vale, vale, la cueva de Alí Babá no aparece en la Biblia, pero será casi lo único que no aparece.
El Día D
Los niños que andan cerca de adentrarse en el turbio mar de la realidad, donde la magia va desapareciendo a no ser que nos resistamos mucho mucho, han preguntado la víspera, que a qué hora vienen, que si cerramos con llave tendrán que llamar y así los vemos, que hoy duermo contigo, papi, que cómo pueden los reyes ir en una noche a tantas casas a la vez, que quién recoge la caca de los camellos. Pero ayer, justo ayer, el día D, el día día, el día mejor del año, papi, el día que por fin ha llegado, no hubo lugar para preguntas, sólo pasos precavidos y el corazón en la garganta, el deseo y el miedo a partes iguales, deseando sorprender a los reyes y temiendo sorprenderlos, asomarse al salón, a la mesa con las copas bebidas a medias y ...ahí están, los regalos. Algunos niños creerán haber visto algo, o querrán que los creamos. Una mujer cuenta que la hija de un vecino sorprendió a sus padres en el salón, y abrió tiroidamente los ojos, la boca, pero la madre anduvo del verbo andar lista y protestó: «fíjate, hija, con las prisas los reyes han dejado los regalos pero sin envolver, menos mal que papá y yo nos hemos dado cuenta y estamos envolviéndolos ahora». Suelta una carcajada la señora y apostilla «la pobre», cuando los pobres somos nosotros, descreídos, aunque mirándolo desde otro lado no somos tan pobres, pues contribuimos a que la magia siga fluyendo de las ubres de este mundo raro que nos hace aprender y nosotros que no aprendemos y mira lo que hemos gastado, a ver si para el año que viene, con unas navidades menos materialistas, o como el señor de la bufanda de un verde verdísimo, brillante («sí», confiesa, «me la han traído los Reyes, por qué si no me la iba a poner si no hace ni chispa de frío»), que dice que todo absolutamente todo lo ha adquirido en centros donde venden productos de comercio justo.
Día 6 a media mañana
Un niño pedalea sin soltura una bici de montaña y un compañero de clase derrapa a su lado y le dice «te la han traído», y el otro apenas contesta, concentrado en el manejo de la bici nueva, y el del derrape no espera preguntas para responder: «pues a mí la play 5», y el de la bici entonces alza la cara con furia y dice «la 5 no existe». De un portal sale una familia llevando bolsas desmesuradas, más bien sacos, por los que asoman las aristas de cajas envueltas, la niña lleva una muñeca anoréxica bajo el brazo, el niño va vestido de superhéroe de Marvel. Ahora que tanto hablamos de Marca España, ¿nadie viste a sus niños de Mortadelo? El día 6 es un día de cambios de barrio, todos acabamos quitándonos el pijama y arreglándonos, poniendo trozos de algo en una bandeja que cubrimos con papel de aluminio y yéndonos a casa de la abuela. Un niño, en el que se condensa la alianza de civilizaciones, viste la segunda camiseta del Barça, la de la senyera, y las botas de Cristiano Ronaldo, genial.
Este año la venta de coches, que por lo visto es un indicador económico de primer orden (si se venden muchos es que todo va sobre ruedas), ha sido estupenda, pero de lo que no se habla es de los kilómetros de tela que han sido necesarios para confeccionar los miles de corbatas que se han vuelto a regalar estos Reyes. No hay nada más satisfactorio que vislumbrar una leve mueca de decepción en la cara del cuñado cuando abre su confuso paquete (nosotros lo hemos liado, buscando esa confusión) y encuentra una corbata llamativa que pasará al cajón de las corbatas-que-nunca-nunca-me-pondré, o comentarle a la suegra que esa colonia que le regalamos nos parece que es la que se ponía Marilyn para dormir. Cinco gotas y ni una prenda más, añadimos con maldad y ella nos mira para adivinar nuestra intención y desviamos la mirada, pero nos encontramos con el cuñado apartando de sí la corbata, tendiéndonos a nosotros otro paquete que, oh, Dios, esconde a su vez otra corbata, pero si el maldito sabe que nunca uso corbata. «Cuñado, 2014 es el año en el que usarás corbata». «Al menos para las entrevistas de trabajo», añade, sonriendo, y nosotros nos apoyamos en la mesa, buscando madera: aún tenemos trabajo. Mi hijo, que promete, me tiende su perrito de peluche y me dice mira cómo se llama el perrito, papi: madeinchina (#MarcaEspaña).
La calle
Los contenedores parecen aparcamientos de tiendas de juguetes. Los restos de un estornudo del centro comercial. Envoltorios y cajas de todos los tamaños, predominando este año las pequeñas. En el rellano de cada edificio hay restos de lo que se ha vivido dentro, envoltorios de nosotros mismos. La alta tecnología para los más bajos se alterna con juguetes de siempre. En el contenedor de la esquina descansa para siempre la caja de un futbolín. Una niña casi se estampa con la caja del futbolín, podría haber ido directo al interior del contenedor, a pesar de las muchas precauciones: patines, casco, rodilleras, coderas y muñequeras, todo a juego y el padre salta a tiempo de cogerla antes de llegar al suelo, un padre ágil, con una sudadera del Málaga, novísima aunque no a juego con sus pantalones de tergal y unos zapatos a los que más les pegarían la bufanda verde brillante del señor de antes, el del comercio justo. El hermano de la de los patines aparece con unos cascos de música que parecen los que llevó Yuri Gagarin en su primera visita al espacio exterior, pero exterior exterior, redondeados, enormes y, al fin, una adolescente le muestra a otra el libro que le han regalado y la otra se alegra, se alegra por la amiga, y me encantaría congelar ese momento con la cámara que le han regalado a la señora que en otra esquina no deja de exigir a su hija que componga la cara que ella, la madre, quiere que componga, hija, no sonrías así, cierra la boca, no estés tan seria, has cerrado los ojos, no te muevas, Ramón (creía que ya nadie se llamaba Ramón), dile a la niña que no se mueva, y Ramón estará arrepintiéndose de haber comprado la cámara, o de tener una niña, o de casarse con la fotógrafa más lenta y exigente del mundo, o lo acepta, con una corbata que vaya batata de corbata y no me atrevo a preguntarle señor, ¿esa batata de corbata se la han traído los Reyes?, y seguro que no, que se la trajo el otro, Papá Noel, con ese mal gusto que tienen los extranjeros que tienen mal gusto.
Hay futuro
Pasa una familia a mi lado y no encuentro ningún signo revelador de regalos. Ningún juguete, ninguna prenda con etiqueta, ningún mareante olor embriagador (si es que sólo pronunciar la palabra embriagador ya nos embriagamos, una palabra que empieza y termina en sí misma), y quisiera regalarles algo, la bufanda de señor concienciado, el libro de la adolescente con su amiga de verdad, el casco del perfecto futuro astronauta, y van alejándose, para siempre, nunca volveré a verlos, y si vuelvo a verlos será como la primera vez, no he retenido sus rostros, sólo esa aparente falta de regalos que no quiere decir nada, en la casa tal vez han dejado un disco que les hará soñar, la primera temporada de una serie de televisión que les hará desear que llegue la noche para sentarse a ver un capítulo, una foto que colocarán en la mesa de trabajo y les situará cada mañana, una camisa igual a esa otra que se rompió y cómo sabías tú que se me había roto, tal vez.
Visito a un amigo hospitalizado en Carlos de Haya o como se llame y me enseña una foto con los Reyes. Los Reyes voluntarios, como Noelia la princesa de Campanillas, nos muestran que hay futuro, que tenemos salvación. Yo, de momento, ya tengo un deseo claro: de mayor quiero ser una adolescente que tenga una amiga que se alegre de lo que me regalen como si también fuese de ella, porque también es de ella. Una adolescente de la que desconozco el nombre, pero que en esta tarde de Reyes en la que escribo la llamo, cómo no, Noelia, la princesa de Campanillas.
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