Borrar
El diestro malagueño da la vuelta al ruedo tras cortar la oreja a su primer miura. :: JESÚS DIGES. EFE
CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Saúl Jiménez Fortes mata sin miedo sus primeros miuras en Pamplona

Le corta una oreja al mejor de la corrida aunque se atasca con un gigantesco sexto, en una tarde en la que también cumplieron Rafaelillo y Castaño

BARQUERITO

Miércoles, 17 de julio 2013, 11:46

De los seis toros de Miura que cerraron feria el más en Miura fue el que rompió plaza. Sin carnes visibles dio en la tablilla de pesos 615 kilos. Se le comería la lengua el gato. Flaco, zancudo, playero y paso. Cárdeno de pinta. Alto de agujas y sin enmorrillar. Cabecita de chorlito. Un pájaro. Dos cariñosos puyazos o picotazos de Juan José Esquivel. El toro esperó en banderillas y cortó en dos de los viajes. En eso se retrató como genuino miura. No descolgó. Toro pronto, pero la cara arriba, cabezazos. Se defendía. Ni pérfido ni angélico, No se atragantó Rafaelillo. Ni sufrió. Conoce la ganadería y sus variantes. Cuerpo a cuerpo con el toro en una faena de autoridad, listeza y buen gobierno. Muletazos cortos, breve el trasteo, desplantes de recursos. Se acabó asustando el toro. Una gran estocada.

Y ya no hubo más miuras tan de marca. Un segundo de hermosa pinta salinera, cabezudo y nalgudo, ventrudo, se dejó pegar en dos varas empujando de costado, tomó con son apacible el capote de Jiménez Fortes en un quite por chicuelinas de costado también y abrochadas con linda revolera, le pegó en el primer par de banderillas un batacazo de órdago a David Adalid cuando quiso cuadrarse en el cara y sacó en la muleta displicente son. Javier Castaño sacó del arcón una silla de anea y, sentado en ella, le pegó por alto al toro cuatro muletazos de sorprender. No al toro, sino a la gente. Ni el toro ni la gente se dieron por aludidos. El trato del toro fue, por parte de Castaño, delicado. El toro, noble y apagado, solo vino en medios viajes. La otra mitad del viaje la puso Castaño. El toro pasaba sin más. O medio pasaba. Y nada más pasó.

El tercero, cárdeno, boyancón, pechugón y ancho, fue el único de los seis miuras que se movió con vibración segura. Saúl Fortes lo esperó a porta gayola de rodillas -invención improcedente- y, luego de librar una larga cambiada, perdió pie al incorporarse. Le pegó el toro una paliza. Como las del gato con el ovillo de lana. Pero no eran ni gato ni ovillo. Agua fresca por el cuello y las sienes, y tan campante Saúl, que es torero de sangre fría, trémulo y valiente. Se descalzó Samuel. Y al toro «que es una mona», decían los clásicos.

Trabajo de aliento. Muy seguro el torero malagueño: toques precisos, encajado el cuerpo -silueta vertical, hombros descolgados, sueltos los brazos- y tacto para traer y soltar toro sin mayor problema. Manejo templado con la mano izquierda. Muy empeñosa la faena. Poco pensada. Y final de rodillas, porque, vistas las películas del Padilla Superman, parece en Pamplona la fórmula mágica. Una cogida sin daño. Una excelente estocada. Era el primer miura que Saúl mataba en su corta carrera. Una oreja.

Quedaban solo tres toros para echar el cierre a los sanfermines. Corrida más completa, la de Dolores Aguirre del 8 de julio, espectáculo singular, el más vibrante de toda la semana; toro más bravo, el cuarto de Fuente Ymbro, que se llamaba Heroína y pudo haber sido de dos orejas, rabo y vuelta al ruedo, pero. Pero. Siempre hay un pero.

Miura dejó de contar a partir del cuarto de corrida, que no hizo más que pegar porrazos a diestro y siniestro, frenarse y defenderse con más genio que peligro. Lo despachó sin sudar ni gota Rafaelillo. La experiencia. A otros se les habría atragantado. No a él. El quinto, inmensa mole de 650 kilos, acarnerado, como si fuera un murube antiguo, atacó de partida y empujó en una primera vara no demoledora pero sí dura, claudicó en la segunda, galopó en banderillas y se derrumbó en la muleta. Ninguna fuerza, ninguna gana, no pudo. Agónica manera de estar. Castaño no se complicó la vida ni se puso en serio. Sentiría que el toro iba a írsele al suelo si apretaba. Una voltereta cuando se fajó por abajo con la diestra. La espada se escupió en un pinchazo en hueso o donde fuera y, de rebote, le hirió a Javier en la mejilla. Un rasguño. Le vino a herir el filo de acero y no un toro. Tres pinchazos. Oscura diligencia, facilidad.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Saúl Jiménez Fortes mata sin miedo sus primeros miuras en Pamplona

Saúl Jiménez Fortes mata sin miedo sus primeros miuras en Pamplona