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Viernes, 22 de febrero 2013, 11:13
Tal vez sea fruto de una morbosa predilección para el anecdotario histórico pero lo cierto es que nos fascina todo cuanto envuelve a algunos célebres magnicidios, especialmente si quedaron cabos por atar y encubren conspiraciones, testimonios contradictorios y extrañas teorías. ¿Qué sería del imaginario colectivo sin las leyendas urbanas que rodean al oscuro asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy? Ahora, los avances tecnológicos han facilitado la resolución de un crimen del siglo XIX, en concreto, las mentiras y las sombras que afectan al atentado contra Juan Prim y Prats. Un ataque, acaecido el 27 de diciembre de 1870 en la madrileña calle del Turco, cuando el general se desplazaba en una berlina verde de cuatro ruedas tirada por dos caballos.
Una investigación ha revelado que el entonces presidente del Consejo de Ministros de España no pudo sobrevivir a sus heridas los tres días que oficialmente se dijo y su momia presenta surcos en la parte posterior del cuello «compatibles con una posible estrangulación a lazo». Marcas que, coincidiendo con las descritas por algunos prestigiosos autores de la literatura médico-legal, «encajarían con una necesidad de sus asesinos de no permitir la recuperación del mismo, del que asustaban tanto su fortaleza física como su fortuna de salir indemne».
El estudio comenzó en septiembre del pasado año cuando la Comisión Prim, formada por especialistas del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, logró que la momia del militar y político liberal español fuese desenterrada y transportada a sus instalaciones en Madrid. Las primeras conclusiones demostraron que los trabucazos no impactaron en ningún órgano vital pero sí le produjeron lesiones mortales.
Según el examen forense, su deceso se debió materializar poco después de recibir los disparos y en ningún caso tres días más tarde, tal y como anunció el «falso comunicado» del gobierno de Francisco Serrano. El informe destaca que, tras la emboscada, fue «suplantado por sus asesinos, quienes deliberadamente faltaron a la verdad en un discurso a la nación sobre la gravedad de sus heridas y engañaron al rey Amadeo I a su llegada al puerto de Cartagena». No por casualidad, Prim había sido el máximo impulsor de la entronización de la Casa de Saboya, que, de este modo, «quedaba en manos de sus peores enemigos».
Para Francisco Pérez Abellán, presidente de la Comisión, este magnicidio, que considera «una de las joyas jurídicas de nuestra historia», es probablemente «el crimen más caro de todos los tiempos», pues «fueron contratados todos los asesinos a sueldo disponibles». La extensa documentación sugiere que poderosos personajes de la época, como el duque de Montpensier, pudieron participar en el complot porque «se sentían amenazados con el cambio de dinastía que había procurado Prim», ya que la llegada de Amadeo I «les haría perder su posición privilegiada».
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