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PASEO CON FIGURA

Pedro Apalategui: «El poder político no quiere que la Justicia funcione»

TEODORO LEÓN GROSS

Domingo, 10 de febrero 2013, 02:31

«Siempre he vivido mirando el mar», dice el abogado criminalista Pedro Apalategui Isasa, de paseo por el Morro de Levante, un lugar al que nunca ha dejado de venir desde su infancia. «Siempre me gustó, era como adentrarse en el agua». Ahora lamenta que esté cerrado el paso, poniéndole puertas al mar, pero disfruta del paseo con el cautivador telón de fondo urbano bajo 'las tetas' del San Antón y el carrusel de colinas verdes, Gibralfaro, Miramar, El Morlaco, Cerrado, Pinares, El Candado, a esa distancia en que los defectos de la ciudad se desvanecen. Todas sus casas y despachos han tenido siempre vistas a la bahía. El mar, dice el abogado de Dolores Vázquez en el caso Wanninkhof, infunde serenidad.

Cada día regresa aquí a nadar durante una hora, en el Club Mediterráneo, poco después de las 7.00. Empezó a hacerlo de niño, tras llegar a Málaga con ocho años. Su padre, juez, había obtenido plaza aquí, una etapa más antes de ir al País Vasco, «pero se enamoró del mar, de la luz, y ya vivió siempre aquí, donde murió». De joven, fue varias veces campeón y subcampeón de Andalucía de natación; también navegó en snipe, hizo waterpolo y montañismo. Este criminalista elegantemente rocoso cuida su estado de forma. También practica el senderismo, tradición muy vasca que de casta le viene al galgo. «Me siento muy vasco, de verdad, pero sobre todo malagueño». Cada verano va allí al caserón familiar. En cambio, en sus años universitarios de Granada decidió romper la presión familiar de ser juez. «Ahí me planteé el dilema, que nunca he resuelto, de cómo sentirse legitimado para determinar el bien y el mal». No digiere el daño irreversible de una sentencia injusta; y no son una rareza estadística.

-Hay que tener mucha calidad humana para no perder de vista que estás manejando la libertad de ciudadanos, sin aburguesarse.

La Constitución fue un hito que le marcó. Detestaba el Derecho Penal del franquismo «absolutamente dictatorial, negro, ruin, poco inteligente, desagradable» donde «los atestados policiales se traducían en hechos probados de las sentencias». La Constitución supuso «un golpe revolucionario» para su gran obsesión intelectual: las garantías procesales; «un imperativo categórico en el derecho anglosajón, aquí siempre tan cuestionadas». Hace suya la tesis constitucional del 'árbol envenenado': la fruta no sirve si la raíz está viciada. Entonces, ante los abusos en calabozos y prisiones, se vinculó a la Coordinadora de Presos, a Herrera de la Mancha; ahora no oculta cierta desilusión. La cultura democrática en la judicatura es frágil. «Cuando se tiene tanto poder, a menudo se indigesta».

-Nadie es químicamente puro, pero la ideología contamina demasiado la Justicia.

Para este 'nadador de fondo' con un buen músculo ante la adversidad, el 'caso Wanninkhof' supuso «una experiencia brutal». La pira inquisitorial contra Dolores Vázquez le desbordó, sobre todo con la presión «descontrolada» de los medios. «Era un espectáculo, un circo». Aún le enerva recordar el aplauso ante la sentencia culpabilidad y el fusilamiento de flashes. «Aquello fue una patada al derecho a un juicio justo». Desde entonces estudia profundamente los juicios paralelos; y suele acudir como experto a universidades y seminarios. «El cuarto poder no tiene regulación jurídica, y tampoco contrapesos», razona lamentando la mercantilización de unos medios que fueron esenciales en la Transición. Resultado: hoy Dolores lleva una vida modesta en Inglaterra, con su casa embargada en venta, sin apenas esperanza de que el Supremo rectifique sobre su indemnización. «Se ha tenido que excluir de este país en el que la machacaron».

El paseo junto al mar no le anula la indignación moral. Ve cómo la Agencia Tributaria y la Seguridad Social funcionan muy bien, con medios innovadores para ser eficaces, pero la Justicia no, e incluso le reducen el presupuesto y los recursos. «Estoy convencido de que el poder político no quiere que funcione la Justicia». Asume que es una conjetura, pero fundada. «Le cambian el nombre al proceso -un día lo llaman de urgencia, otro monitorio, otro abreviado- pero no afrontan los problemas; como si el cáncer, por llamarlo gripe, dejara de ser una enfermedad mortal». Su conjetura concluye desalentadoramente: «el poder está cómodo si la Justicia funciona mal; así es más fácil manejarla».

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