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GEMA MARTÍNEZ
Domingo, 19 de agosto 2012, 13:51
La suerte puede llamar a una puerta y pasar de largo, y hacer las dos cosas a la vez. Eso ocurrió en la Administración de Loterías Nº 1 de Málaga la noche antes del sorteo de Navidad de 1967. Esa noche, en aquella administración que, como hoy, estaba situada en el número tres de la céntrica calle Martínez, quedaban solo cinco décimos del número 43.758. «Todos los demás se habían vendido, así que mi madre y los vendedores que quedaban por allí decidieron quedarse con ellos», dice Mario Espejo, hoy al frente de esa administración. La decisión estaba tomada cuando alguien llamó al cierre del establecimiento. Abrieron y un señor preguntó que si quedaba lotería. Le dijeron que sí, que cinco décimos. Se los llevó. Al día siguiente Málaga era la protagonista absoluta del sorteó. El Gordo había caído íntegramente en la capital. El número, ya imaginan: el 43.758.
Así que en la fotografía que se tomó el 23 de diciembre del 67 en la Administración Nº 1 de Málaga, en esa calle Martínez, aparecen algunos de los agraciados, entre los que no están Carmen Reyes, madre de Mario Espejo, ni ninguno de los empleados y vendedores que estaban la noche antes dentro del establecimiento, en manos de la familia desde 1902.
Hay quien afirma que la lotería es el impuesto de los que no saben matemáticas, y recuerdan que existe una posibilidad entre 100.000 de que alguien (que compra, claro) sea agraciado con El Gordo de Navidad.
Pero aquel año de 67 Málaga estaba por no hacer demasiado caso a las probabilidades. Los malagueños se gastaron más de ochenta millones de pesetas en décimos y el Gordo de esa Navidad, que se cantó a las once y media de la mañana, dejó, por lo menos, siete veces más.
«La suerte te encuentra»
«La suerte no te busca, la suerte te encuentra a ti», dice el actual titular de esta administración. De aquella historia de los décimos premiados, que hoy es la estrella del anecdotario familiar, ha sacado una lección: «Si decido quedarme con un décimo, no lo vendo». No obstante, Mario Espejo está abonado al número al que siempre ha jugado su familia. Dice que es un número feísimo, que no va a desvelar. También que en su caso se cumple eso de que en casa del herrero cuchara de palo, porque a él, en Navidad, tan solo le ha tocado la pedrea. Una vez.
«Un décimo bonito es aquel que no es alto ni bajo y que no repite números», dice cuando se le pregunta de qué depende que el décimo sea considerado bonito o feo. También que más de una vez le dijo a su madre que jamás podría ser lotero, porque no entendía de ese tipo de bellezas.
Con el tiempo, no solo se ha hecho cargo de la administración de la familia, sino que sabe sobre números quebrados, capicúas, casi capicúas y también sobre terminaciones que van a reportar más ventas: «Si el reintegro cae en 5, 7 y 9 sabemos que esa semana venderemos mucho, porque son las terminaciones que más se venden y porque la gente suele reinvertir el reintegro en un nuevo décimo».
Así que aquel mítico 43.758 debería considerarse un número bonito, porque no repite dígitos y además lleva el siete, un número mágico para los aficionados a la lotería. «Sí, pero para la época era un número alto», hace notar Espejo. «En el 67 habría unos 47.000 números, frente a los 100.000 que hay en la actualidad», explica.
A pesar de lo que le dijo a su madre y de haber estudiado Derecho y Administración de Empresa, hace 15 años que está al frente de esta administración, que pasó a manos de su familia en 1902, cuando los sorteos se celebraban cada 15 días. Mario Espejo desconoce quién la tuvo antes, pero sí sabe en cambio que cuando Manuel Reyes, su abuelo, compró la licencia, estaba situada en un pequeño quiosco en la Acera de La Marina. «Cuando remodelaron la zona pasó a Sancha de Lara y desde los años 50 estamos en la calle Martínez».
Aunque no se queja, sí dice que, al contrario que otras crisis, está no se está traduciendo en un espectacular aumento de las ventas.
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