Feria

Javier Conde

ENRIQUE ALCARAZ

Miércoles, 15 de agosto 2012, 03:16

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Hace unos 20 años conocí a Javier Conde, un chico joven que llevaba dentro un toreo diferente, muy personal, de duende, de sentimiento, de pellizco; un toreo que muy pocos poseen. Empezó entonces a fraguarse una amistad y una admiración, que he vivido y vivo muy de cerca. Así, lo he visto tocar la gloria, abrir puertas grandes, lograr trofeos (el Zapato de Oro de Arnedo o el Estoque de Plata y el Capote de Paseo en Málaga, por ejemplo) cortar orejas y rabos e indultar toros en España, Francia y América.

Su toreo, cargado de personalidad, donde los sentimientos de público y torero están a flor de piel, crea una mezcla de sensaciones indefinibles arrastradas por el duende del torero. Y eso provoca que, en unos segundos, el público pierda la noción del tiempo y del espacio y toro y torero crean en la arena una fusión de pases que se graban para siempre en la memoria. Eso no es fácil, ni común, ni puede surgir de forma mecánica cada tarde, por eso también lo he visto sufrir y he estado con él en los momentos duros. Pero su duende, esa increíble personalidad de Conde es la que me ha sorprendido diariamente. Y así lo he visto triunfar con un novillo de Marca en una grandísima faena en Madrid. Y en Sevilla, cuajar una impresionante faena a un toro de Juan Pedro. He sentido el orgullo de ver a la gente torear en la calle sus pases en Murcia; o levantarse a su paso en los restaurantes para aplaudirle y gritarle maestro en Nimes. He sentido la infinita emoción de sus múltiples indultos: en Venezuela, en Nimes o hace muy poco en Zamora, donde se indultaba un toro por primera vez. Y, por supuesto, lo vi tocar el cielo en Málaga, en una 'noche mágica' donde los malagueños al unísono vibraron con su torero llevándolo a hombros hasta el hotel y que quedará para siempre en el recuerdo en su tierra, en una placa que nos llena de orgullo en la plaza de La Malagueta.

Pero de Javier Conde no se puede hablar sólo de su toreo, es imposible conocerlo, escribir de él y no hablar de su persona, de ese gran ser humano que lleva dentro; donde hombre y torero se funden de forma irremediable. Conde es torero, dentro y fuera de la plaza, vive para el toro 365 días al año. El más compañero de sus compañeros, estudioso de su profesión, entregado a ella. Si no está en el campo, donde por su forma de ser y por su toreo tiene ganado el corazón de todos los ganaderos (como el de Juan Pedro Domecq, al que le he visto tratarlo como un hijo), está entrenando en su tierra. Aquí camina kilómetros diariamente, torea de salón o estudia el toreo minuciosamente. Malagueño cien por cien, nunca ha abandonado su tierra, donde creó la Corrida Picassiana y ha sido empresario de su plaza. Así, Conde tiene un profundo amor por sus raíces, donde ha arrastrado y arraigado a su familia, a su mujer, la granadina Estrella Morente, y donde han nacido sus dos hijos.

Cruzármelo en la vida fue una suerte, por ello me siento un afortunado y lamento que haya quien no tenga la oportunidad y la suerte de conocer en toda su grandeza a este torero malagueño, del que sólo ya por sus años de profesión deberíamos sentirnos todos muy orgullosos.

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