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ÍÑIGO GURRUCHAGA
Lunes, 22 de agosto 2011, 03:47
De qué hablan los estereotipos sobre los británicos? ¿De la tendencia a la verborrea y a la melancolía de los galeses? ¿De la arrogancia o tacañería de los escoceses? ¿De la jovial y traicionera dipsomanía de los irlandeses? ¿O hablan de los ingleses, que son la gran mayoría de los habitantes de las islas?
¿Y, cuando se habla de estereotipos, de dónde proceden? El uso de la lengua inglesa no llamará la atención de un español que la aprende para desenvolverse en el mundo, pero el modo en que la usan los ingleses es su estigma para aquellos que la tienen como primer idioma en otros países del viejo imperio.
En 'La hoguera de las vanidades', el americano Tom Wolfe compone retratos mediante la reproducción detallada del habla de sus protagonistas. Y ofrece una escena aleccionadora en el pequeño apartamento, situado en el West Side de Nueva York, del asistente del fiscal en el distrito del Bronx, que vive acomplejado por los 'oh' que prologan el inglés pulcro de la puntillosa cuidadora inglesa que su suegra ha contratado para su hijo recién nacido.
Pero Larry y su mujer, Rhoda, a quienes 'doña Perfecta' trata invariablemente como señor y señora Kramer, alivian sus sentimientos de inferioridad cuando la inglesa hace un comentario levemente despectivo sobre la gente 'de color' que aparece en los informativos de la televisión. Ese tipo de sentimientos son asociados a los bajos fondos, no a la gente con alcurnia. Ya pueden tratarla como sirvienta.
La manera de hablar es fuente de estereotipos internos. Se dice que cuando un inglés pronuncia dos palabras el otro es capaz de deducir de dónde es, de qué clase social procede e incluso a qué colegio fue. Es una exageración. Aunque los más finos pueden detectar expresiones que encajan a su interlocutor en algún colegio privado específico.
Una de las características de la lengua inglesa refinada expresa un rasgo del carácter, que el estereotipo tiene como hipocresía. Un diplomático español leyó hace unos años la ficha que un colega británico del Foreign Office -su ministerio de Asuntos Exteriores- había escrito sobre Manuel Fraga Iribarne cuando fue embajador en Londres. Decía: «Habla inglés con entusiasmo».
La traducción cultural al español sería: «Habla a voces y no le entiendes nada». ¿Es eso un ejemplo de hipocresía inglesa? Que se lo pregunten a José Luis Rodríguez Zapatero, que fue hace un tiempo a Londres para entrevistarse con Tony Blair, a quien le explicó su misterioso proyecto de construir una Alianza de las Civilizaciones.
Una periodista preguntó a Blair al terminar el encuentro qué pensaba de tal Alianza. «La idea de que España, Turquía y otros países se junten para ofrecer una clara declaración de solidaridad por encima de divisiones religiosas es muy importante. Me sorprendería que haya alguien que no la apoye», respondió Blair.
Los españoles se fueron contentos, porque Blair apoyaba la idea de Zapatero. Cualquier británico a quien se le hubiese preguntado diría que en realidad se había lavado las manos para ocuparse de algo más importante. Cuando los dos dignatarios se despidieron, el británico regresó al interior de Downing Street y resumió su encuentro con el español ante sus colaboradores abriendo sus manos y mirando al cielo, como un signo de su dificultad para entenderlo.
¿Es hipocresía o simplemente que los ingleses mejor educados evitan hablar de manera negativa? Cuando uno lee los telegramas que los diplomáticos británicos escriben tras sus encuentros con españoles es común ver que nuestro compatriota habló mal de sus colegas o de su país.
Hablar del tiempo
«'No debemos quejarnos' es la expresión más inglesa», escribió el viajero americano Paul Theroux, que vivió dos décadas en 'El reino del mar', que retrató recorriendo su perímetro litoral. «Los ingleses extrañamente alardean y por eso extrañamente parecen idiotas».
La precaución se ilustra en el rechazo a hablar de ideas o de cosas abstractas, en el célebre sentido del humor que suele ser introspectivo, que tiende a presentar lo ridículo de uno mismo y del país en general. Es Míster Bean, Benny Hill, Monty Python. Los ingleses evitan la pretensión y por eso cuando entablan conversación prefieren hablar sobre el tiempo.
Según la antropóloga Kate Fox, que publicó hace unos años un libro ('Observando a los ingleses') en el que intenta desentrañar los estereotipos, cuando un británico dice que la tarde está quedando fresca, no está mostrando una supuesta obsesión nacional con el tiempo, sino recurriendo a una fórmula de cortesía para iniciar una conversación.
Busca ese recurso porque padece, según Fox, un mal nacional y congénito que no requiere por el momento asistencia clínica. Es «la enfermedad social», definida como «falta de facilidad y de confort, incompetencia, vergüenza, insularidad, miedo a la intimidad, incapacidad general para relacionarse de manera directa y normal con otros seres humanos».
Concluye la antropóloga que ese mal explica la oscilación del británico entre la cortesía extrema y la violencia, entre el sentido del humor autoirónico y el 'hooliganismo'. George Mikes, británico nacido en Hungría, sentenció para sus paisanos penas más leves en tres célebres citas. Para él, «en el continente tienen buena comida y en Inglaterra, buenos modales en la mesa», allí «la gente tiene una vida sexual» y aquí, «bolsas de agua caliente». Y es que, según Mikes, el inglés está tan ocupado en la cortesía que «cuando está solo forma una ordenada cola de uno».
En realidad, de dos. Porque los británicos, dice el tópico, aman más a los animales que a las personas. Se puede achacar al mal ejemplo que reciben de las alturas. La Sociedad Protectora de la Crueldad contra los Animales es Real, por el patrocinio de la corona, pero la de Prevención de la Crueldad contra los Niños es Nacional. Pero, al fin y al cabo, cada uno elige lo que le interesa. Si no, ¿por qué la Fábrica de Moneda es la Royal Mint y la deuda es la National Debt?
La Real Sociedad Protectora de Pájaros tiene más de un millón de miembros, lo que suma posiblemente más que todos los socios de clubes de fútbol en España. Y en cada barrio del país hay una red de vecinos dedicada a dar abrigo a perros, gatos, conejos... sin casa. «Si no echa pedos y no come alfalfa, no le interesa», comentó el príncipe Felipe de Edimburgo de su hija, amante sobre todo de los caballos.
George Dangerfield, autor de una historia del principio del siglo XX -'La extraña muerte de la Inglaterra liberal'- acuñó una vaga explicación sobre otro estereotipo de los británicos: «En cualquier país protestante, el licor, la religión y la política suelen ir juntos». El vino está asociado a los ritos religiosos católicos y lo dejaron en España, Italia o Francia como parte de la vida corriente. Quizás los británicos beben tanto porque necesitan motivos para beber.
Es una explicación de veracidad tan improbable como pretender que un estereotipo puede aplicarse a un entero país.
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