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FRANCISCO APAOLAZA
Domingo, 15 de mayo 2011, 03:40
Cuando Salomé se crió en la finca de Las Navas de Tolosa (Jaén) corría el siglo XIX, pero a aquella niña de piernas recias ya le decían 'marimacho'. No quería ser señorita de las de la época, sino señorita torera. No llegaba a los 30 cuando en 1900 se puso la sociedad por montera y, junto a otras compañeras, mató un utrero en Las Ventas del Espíritu Santo. La llamaban La Reverte, una señora de armas tomar. Los carteles decían que era simpática y arrojada; las crónicas le atribuían ciertas habilidades poniendo las banderillas. Tenía valor. Con el estoque era un cañón de artillería. Una mujer en el ruedo resultaba, incluso para ella, algo más natural en aquellos días de finales de siglo. La Reverte se anunciaba como La Frascuela, La Malagueña y otros grupos de féminas que se juntaban en 'carteles rosas' para luchar contra el veto que les imponían los hombres en los suyos. Y el veto fue a más. Tanto que en 1908, el Gobierno prohibió a las mujeres participar en la lidia. Ella no se vino abajo: declaró y justificó que era un hombre. Antes la afición que la identidad. Y coló. Rebautizada Agustín Rodríguez 'Reverte' hizo algunos paseíllos como varón, con escaso éxito, por cierto. Y se retiró. Temporalmente. En 1934, cuando la República cambió la ley y aplicó la igualdad al toreo, Salomé regresó como La Reverte, el nombre que nunca debió perder, sombrero de ala ancha, sesentona y mermada ya de facultades, pero torera al fin y al cabo.
Esta historia de pasiones que no entienden de cromosomas forma parte de la muestra 'Una mirada femenina', que se puede ver en la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid durante esta feria de San Isidro. Fotografías, carteles y testimonios hablan de las presencias y ausencias de las toreras en las plazas desde los albores de la fiesta hasta la actualidad. Escritoras, fotógrafas, matadoras y novilleras dan el testimonio de una batalla casi ganada.
Comenzó esa lucha mucho antes. En el siglo XVIII, Francisco de Goya, aficionado insigne, se fue a una plaza y vio a La Pajeruela (el mote le venía de vender antorchas de azufre) picar un toro por derecho. Y la retrató.
Nicolasa Escamilla, una brava mujer de Valdemoro dejaba constancia que, desde aquellos días, ellas querían tomar el estoque. Dicen los archivos que toreó hasta los 60 años.
Las 'señoritas toreras'
Pero el XIX fue su siglo. En los carteles se podían leer nombres como Jenara Gómez, Juana Castro o Francisca Gisbert, que encontraron refugio en las tardes de 'señoritas toreras', muy del gusto de la afición. Ese fue el caso de Las Noyas, que posan con su traje de luces en la imagen superior. Las faldas y los cuernos eran, ya por aquel entonces, un tabú. No había llegado Manolo Escobar a cantar aquello de 'No me gusta que a los toros te lleves la minifalda', pero los hombres mandaban a su manera. El término 'señoritas toreras' tenía ciertas connotaciones de sexualidad alegre y las matadoras eran para el público más un divertimento que artistas a respetar.
Cuando en 1934 se permitió la presencia de la mujer, llegó el turno de Juanita Cruz. Alternó con hombres en el ruedo, le hizo Manolete de sobresaliente y tuvo una carrera próspera que desastró la Guerra Civil, cuando se tuvo que exiliar a México, donde siguió toreando. Cuando se enteró de que la dictadura había echado a las damas de los paseíllos, cuentan que dijo: «Ya me lo han ganado estos maricas de toreros españoles. Y ha tenido que haber una guerra civil para que me vencieran». Así era ella. De Chile llegó Conchita Cintrón, que toreó en los 40, a caballo y a pie. Fueron las pioneras de rejoneadoras como la francesa Maríe Sara y la joven Noelia Mota. La igualdad llegó en el 79. En los ruedos, la venganza de La Reverte ha tomado cuerpo en matadoras como Mari Paz Vega, Cristina Sánchez o Sandra Moscoso. La igualdad legal es un hecho. A la paridad le queda mucho.
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