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EL EXTRANJERO

Torrente

ANTONIO SOLER

Domingo, 13 de marzo 2011, 02:48

Alrededor del gran estreno cinematográfico de la temporada se ha discutido si lo que hace Santiago Segura en su saga de Torrente es una parodia de la cutrez o una apología. Uno piensa que ni lo uno ni lo otro. Por desgracia, con las exageraciones propias del género, esas películas no son otra cosa que el retrato descarnado y grotesco de un sector muy amplio de la sociedad. No quiero decir que la película pinte a una determinada clase social sino que constituye el retrato moral de una parte fundamental de este país. Ese fanático del Atleti podría serlo del Espanyol, del Málaga o del Sporting, y en vez de dedicarse a la investigación estar trabajando en la sucursal de una caja de ahorro, en un taller de chapa y pintura o sentado en un parlamento autonómico -andaluz, valenciano- acusado de no se sabe cuántas corruptelas.

España fue el país que alumbró la picaresca. Aquello no fueron las historias de cuatro sinvergüenzas que vivían en un continuo fluctuar de trapicheos, trampas y apaños, sino el reflejo social de una época en descomposición, llena de miserias y con una verdad oficial que en nada conectaba con la realidad podrida que se estaba viviendo por las calles más sombrías, y abundantes, del reino. La diferencia entre aquellas historias y esta de Torrente, claro, está en la calidad de la obra. La distancia que hay entre el 'Lazarillo' o el 'Buscón' y este Torrente propenso al eructo es sideral, los primeros se sumergen en lo más hondo de la naturaleza humana y el otro se queda en sus excrecencias, pero tocan la misma fibra. Los espectadores acuden masivamente a refocilarse en ese espejo de feria que Santiago Segura pone ante ellos pensando que no se ven a sí mismos, sino al vecino o al compañero de baja estofa. Torrente, era inevitable, ya campeó por Marbella. Como buena moscarda, cualquier tipo de basura le atrae. Ya sea un agujero inmobiliario, una extorsión o un simple chantaje. Si Jesús Gil estuviese vivo ya le habría hecho un cameo, y el speaker judicial Juan Antonio Roca apunta maneras.

Mujeres de silicona, dinero fácil y un poco de fútbol son el paraíso que persiguen esos protagonistas llenos de sebo. Santiago Segura pone abundante carnaza en el anzuelo. España es un gran barrio con una princesa, una estética y una moral llamadas Belén Esteban, presente en la película. El cogollito del país se pasa el día en su burbuja, despreciando altivamente esa estética pero metido en su código hasta las cejas. Los trajes de Camps, el Bigotes, los Eres de la Junta están sacados de un guión de Torrente. Las reglas del juego de ese personaje zafio no son un producto de la imaginación de Segura, él no es más que un copista que subraya y adoba. Si se tratase de algo puramente imaginario las salas estarían vacías. Y Torrente no sería lo que es, la gran esperanza del cine español.

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