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CATALINA URBANEJA ORTIZ
Domingo, 14 de marzo 2010, 03:09
Afinales de los años cincuenta del siglo XX, Marbella era una pequeña ciudad que empezaba a verse 'invadida' por foráneos que venían a disfrutar de sus playas -aún abrigadas por inmensos pinos-, y ocupaban sus tardes paseando por las recoletas calles del casco antiguo y conversando con sus acogedores vecinos. Era la Marbella de puertas abiertas en la que todos se conocían y mantenían relaciones amigables; aquella Marbella provinciana en vísperas de la eclosión turística que la convertiría en una torre de Babel.
A esa ciudad llegó en la primavera de 1957 Ana de Pombo, una mujer rompedora y absolutamente distinta a las demás. «Vino enferma del alma», manifiesta Beatriz Serrano, una de sus amigas de Marbella. Aquí encontró el sosiego, se enamoró del pueblo y estableció su hogar hasta que cayó enferma y fue internada en una residencia de Madrid.
Germán Borrachero, en un artículo publicado por Cilniana en el libro homenaje a Antonio Serrano, analiza la trayectoria profesional de esta polifacética mujer. Casada sin haber cumplido 18 años, los avatares de su matrimonio la llevan a París donde inicia su carrera en el mundo de la alta costura. Ayudada económicamente por un grupo de amigos, abre una casa de modas, Elviana y, aunque no sabía coser, superó este inconveniente con mucho ingenio. Para triunfar en este difícil y competitivo mundo, contrató a madame Claire, quien dirigirá a 20 operarias. La creación quedaba para Ana.
Por una oferta, cierra su tienda y ejerce durante casi una década de directora de empresa y secretaria personal de Coco Chanel, empleo que abandona por discrepancias profesionales. Después abre un establecimiento propio en el que contrató a las 52 modistas que salieron con ella. Coco la demandó, perdió el juicio y la indemnizó aunque eso no impidió que «sigamos todavía muy buenas amigas; ella viene a verme cada verano que se llega por estas costas malagueñas de Marbella y recordamos los viejos tiempos triunfales como si fuéramos generales en excedencia».
Fama de excéntrica
Jeanne Paquin la contrató para dirigir la casa que abrió en Buenos Aires. Su cometido: atraer a la alta sociedad bonaerense, fiel a Balenciaga, Chanel y otros grandes de la moda. Por entonces ya arrastraba la fama de excéntrica que la acompañará durante toda su vida, y así lo demostró con los diseños de sus escaparates, basados en la iconografía de Velázquez, una tendencia retro muy aplaudida en Europa, «una mezcla de infantas y con un toque casi posmoderno de gitana sui generis», comentó la prensa de aquella época.
En sus memorias relata la admiración que sus diseños despertaron en Eva Perón, sometida incondicionalmente: «Pienso que no tengo que decirle lo que usted tiene que hacerme», le confesó Evita al encargarle un suntuoso vestido para la recepción en el palacio Real de Madrid durante su visita a España.
Su prestigio en la alta costura fue básico para introducirse en el cine, donde diseñó los vestuarios de diversas películas, además de confeccionar vestidos para Dolores del Río, primera estrella del celuloide mejicano, y Lola Membrives, de Argentina. En este país conoce al que se convertiría en su tercer marido, Pablo Oliveras, un arquitecto más joven que ella, quien la incita a regresar a Europa donde proyectaría su carrera con unos fines más ambiciosos de los que tenía en Argentina. Ana aceptó porque, sin lugar a dudas, Pablo fue el amor de su vida.
En Madrid abren 'Tebas', donde alternaban la moda y la decoración. Ana trató de quedar en un segundo plano y cedió este espacio a su esposo quien pronto se dedicaría en exclusiva al mueble, el arte y las antigüedades. Gracias a sus contactos personales, su clientela la formaba lo más relevante de la sociedad nacional, desde doña Carmen Polo a destacados intelectuales de la época como Marañón y Manolo Machado. Durante los primeros años, el establecimiento fue un negocio próspero, luego cerró sus puertas por falta de apoyo económico «y exceso de baratura en las ventas».
Bailarina
Quizá lo menos conocido de Ana de Pombo sea su faceta de bailarina, en la que destacó notablemente como 'Ana de España'. En su libro sobre la danza española, Rocío Espada atribuye el nacimiento del concierto de castañuelas hacia 1940 a tres mujeres que comenzaron a improvisar pequeños conciertos acompañadas de un piano: Ana de Pombo, Laura de Santelmo y Manuela del Río.
Pese a su obstinación en confesar su edad, la filóloga montañesa Elena de Riaño afirma que la afición poética despertó en Ana a los 69 años, llegando a publicar varios libros de poemas. Las razones de este tardío amor hacia la poesía acaso podrían encontrarse en tres acontecimientos trágicos de su vida: la muerte de sus dos hijos y la 'calumnia' levantada sobre ella. Nunca quiso hacer ninguna aclaración al respecto, salvo que la alejó de su familia y, en especial, de su hijo Cayo, quien también dudó de ella. Ésta pudo ser la causante de esa enfermedad 'del alma' que la impulsó a iniciar una nueva vida en la ciudad de Marbella.
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