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VÍCTOR HEREDIA
Miércoles, 7 de agosto 2019, 00:08
En los años treinta estaba todo por hacer. La débil pero creciente demanda de turismo de sol y playa apenas había reparado en las posibilidades ... evasivas de este rincón litoral del sur de España, pero todos, o casi todos, los ingredientes necesarios para explotar esa demanda estaban ya presentes en Torremolinos. Un clima suave, un pueblo pintoresco, un paisaje de gran belleza, amplias playas, un aeropuerto sin apenas movimiento, un campo de golf y una carretera que era vía obligada de paso desde Gibraltar, puerta principal de entrada de los británicos en Andalucía por aquel entonces. Incluso ya estaba en funcionamiento el alojamiento del Castillo de Santa Clara, arrendado desde poco antes por George Langworthy para que sirviera de hotel.
En ese momento es cuando entra en acción Carlota Alessandri Aymar para aportar su iniciático grano de arena al desarrollo turístico de la Costa del Sol. Esta madrileña de cincuenta años, viuda del médico gaditano José Rubio-Argüelles, empezó a dar muestras de un espíritu emprendedor inusual para una mujer de su época. Primero construyó un gran edificio de estilo moderno en la plaza del Carbón de Málaga, en cuyos bajos su hija Ángeles Rubio-Argüelles instaló en 1934 un cine, el Actualidades, que quedó destrozado por una bomba durante la guerra.
Mientras estaba en obras el inmueble del centro de la capital, Carlota se hizo con la propiedad del Cortijo de Cucazorra, en Torremolinos. Esta finca había pertenecido a Félix Assiego, quien años antes había formado parte de la cuadrilla de los «señoritos toreros», formada por varios miembros de familias acomodadas de Málaga que no pasaron de novilleros. Otra de las propiedades de Assiego fue el Cortijo del Rompedizo, donde aterrizó accidentalmente en 1919 el avión de Latécoère, dando comienzo de esa forma a la historia de nuestro aeropuerto.
Alessandri advirtió la rentabilidad que podía obtener de un terreno escarpado y con difícil aprovechamiento agrícola, pero que estaba atravesado por la carretera nacional, gozaba de magníficas vistas sobre el mar y llegaba hasta la playa de La Carihuela. Se dice que cuando le preguntaron qué pensaba cultivar allí respondió: «¡Turistas!». Otra versión, contada por Edgar Neville, afirma que su respuesta fue: «Aquí se puede hacer la Costa Azul».
Después de solventar varios problemas, entre ellos el del suministro de agua, por fin pudo abrir en 1934 un pequeño establecimiento hotelero que bautizó como Parador de Montemar, con solo siete habitaciones y cuyos primeros huéspedes fueron británicos. En Torremolinos existían por entonces muchas villas de recreo pertenecientes a familias malagueñas. A partir del Parador doña Carlota fue desarrollando toda una zona residencial poblada de chalés rodeados de bonitos jardines: Montemar. Para ello fue necesario acometer obras de urbanización, dotando al nuevo barrio de todo tipo de servicios, para poder vender las parcelas. Alessandri no olvidó el lado espiritual de su barrio, primero hizo una capilla y en 1964 se inauguró el monasterio, residencia y escuela de las Carmelitas de Montemar.
Después de la Guerra Civil decidió ampliar el establecimiento para convertirlo en un auténtico hotel. Encargó el proyecto al arquitecto José González Edo, quien diseñó un gran edificio que se inspiraba en los cortijos andaluces, muy propio de la época. Entonces, en 1945, también planteó construir un club náutico en la playa, que no llegó a hacerse realidad.
Sí consiguió acotar durante unos años una zona de la playa para uso de los clientes del hotel. Así nació el Club Montemar, junto a la playa, más conocido como El Remo, que contaba con restaurante, piscina, servicios para los bañistas y pista de baile. La época más brillante del Montemar fue la década de los cincuenta, cuando el marqués de Nájera se hizo cargo de la gestión del parador y del club.
Pero ese esplendor pasó y en los años sesenta ambos establecimientos cerraron. El Remo fue sustituido por un bloque de apartamentos y el antiguo Parador de Montemar se transformó en un complejo de cuarenta apartamentos, que en los años ochenta fue renovado por Edipsa.
Doña Carlota, que siempre se ocupó personalmente de sus negocios, falleció el 3 de mayo de 1972 en Torremolinos, la localidad que había contribuido a transformar en uno de los centros del turismo mundial.
El Ayuntamiento de Málaga había acordado en 1965 dar el nombre de Carlota Alessandri a la avenida de Montemar, en reconocimiento a su calidad de pionera de la Costa del Sol. Y en 1970 se había colocado en el antiguo hotel una placa de azulejos con este texto:
«Aquí nació la Costa del Sol. Antiguo Cortijo de Cucazorra, propiedad de doña Carlota Alessandri de Rubio-Argüelles, que en 1934 lo transformó en Parador Montemar, siendo el primero de esta Costa».
Otra de las pioneras de la Costa del Sol también se llamaba Carlota. Para ser más concretos, Carlota Tettamanzy Pérez de Neira. Navarra de nacimiento, muy joven contrajo matrimonio con el político y empresario riojano Salvador Aragón, que, entre otros muchos cargos, era presidente del consejo de administración de las Bodegas Franco-Españolas, según cuenta Francisco Lancha en una breve biografía de la señora Tettamanzy. Después de enviudar, se casó en segundas nupcias con Manuel de Salamanca, vizconde de Portocarrero y descendiente del famoso marqués del mismo título. Viuda de nuevo en 1967, acumuló un buen número de propiedades en el Arroyo de la Miel, en las que se construyeron los Apartamentos San Carlos y los hoteles Riviera, Tritón y Siroco. Pero Carlota destacó especialmente por su labor social, cediendo terrenos y colaborando en la construcción de la parroquia y de viviendas sociales. Falleció en 1986. Se le dio su nombre a una avenida de Benalmádena Costa, pero luego se le retiró. Su palacete fue demolido para levantar una sede de la Seguridad Social.
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