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Imagen antigua de una tirada de el copo en El Palo.
¿Por qué en Málaga se les llama marengo a los pescadores?

¿Por qué en Málaga se les llama marengo a los pescadores?

SUR Historia ·

El sustantivo, que se utiliza mayoritariamente en El Palo, es el resultado de unir la raíz mar al sufijo 'engo', y es un vocablo claramente 'malaguita'

Domingo, 25 de noviembre 2018, 02:02

Dicen los miembros de la Real Academia Española (RAE), y lo reseñan frecuentemente, que la lengua está viva, y que cuando incluyen los nuevos vocablos en las nuevas ediciones validadas del diccionario es porque ya han tenido el suficiente recorrido como para que tengan un lugar en el libro que define las palabras que usa el castellano o el español. De ahí que en los últimos años no hayan tenido más remedio que incluir palabras que nadie nunca pensaría como 'bocas', del antiguo bocazas; o 'notas', para las personas que llaman la atención, aunque no se deje de especificar que se trata del lenguaje más puramente coloquial. También aceptó la 23.º edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) otra palabra como 'postureo' para una actitud artificiosa e impostada o la posverdad, por distorsión deliberada de la realidad.

Como el lenguaje está vivo, el uso continuado de una palabra acaba porque ésta se quede como parte del acervo popular. En Málaga, precisamente, nos encontramos un vocablo, que la generación que ahora frisa los 60 y en adelante usa con más asiduidad, aunque los más jóvenes ya no la tengan tan a mano: marengo. El profesor titular de Lingüística General de la Universidad de Málaga (doctor en Filología Hispánica), Antonio Manuel Ávila Muñoz, hace referencia a ella en un elaborado e interesante trabajo 'Entre limonetis y malaguitas: Estudio del léxico divergente de proximidad', publicado por la John Hopkings University Press. Ahora que está en boga el cocinero Dani García, con sus tres flamantes estrellas Michelin, cabe recordar que uno de sus restaurantes recuperaba una palabra de gran uso en Málaga como moraga; pero aún hay una que es más genuinamente malagueña e intrínsecamente relacionada con el mar. Se trata, del vocablo que nos ocupa, marengo, que incluso la RAE especifica que es de uso tan sólo en Málaga y Granada. De hecho, Ávila Muñoz hace hincapié en el apartado de sufijos, en la lista de localismos, que 'engo' de 'mar-engo' indica pertenencia o relación con algo. De ahí marengo, que «designa al hombre de mar, generalmente de El Palo, en la capital malagueña». También se podía usar para denominar a un vendedor de pescado, aunque en este último caso se utilizaba más la palabra cenachero, sobre todo para llamar específicamente al que iba con sus cenachos (cestas) vendiendo los frutos del mar por las calles y plazas.

La palabra marengo es, por tanto, intrínsecamente malagueña o 'malaguita', como reza en el título del trabajo de este filólogo, pero su uso ha ido perdiendo peso, porque como bien explica Ávila Muñoz, las nuevas generaciones de hablantes de clase media se apegan a valores y por tanto vocablos, «que sugieren modernidad y el progreso, que proviene del norte de la península» y hace que rechacen así «los símbolos de la tradición, identificándolos con el atraso social», por lo que concluye que de este movimiento de repulsa hacia las palabras propias, las más dialectales, surge la convergencia lingüística hacia el estándar (es decir, el uso de las palabras presuntamente más modernas y mejor aceptadas por la población). De ahí que palabras tan nuestras, tan bien acuñadas como marengo, y con tanto sabor, dejen de usarse más allá de personas de ciertas edades que superan los cincuenta y de ciertos estratos sociales. Sin embargo, no es difícil encontrar a algún paleño que diga con orgullo que su padre era marengo, y en ningún caso utilizaría la palabra pescador, aunque sea la más común. Pero poco a poco estos vocablos se van recluyendo en círculos más cerrados y algún día, pudiera ser, estarían abocados al olvido. De ahí que los académicos digan que el idioma está vivo, como decíamos al principio, ya que acepta nuevas palabras y acepciones, y también acaba abandonando a palabras que ya no se usan, los llamados arcaísmos.

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