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Entre los muros de Botafuegos y Soto del Real se escuchan muchas historias de presos. Todas son duras, pero especialmente las de los recién llegados. ... A estos centros son enviados los españoles que han sido condenados en el extranjero y acaban de ser repatriados para terminar de cumplir sus penas en España. Son vivencias estremecedoras. El dibujo de un infierno que existe, tan real como las noches que pasaron atados con correas a una columna para dormir de pie, ya que no tenían dinero para comprar un trozo de suelo en el que tumbarse. Cárceles corrompidas, en las que los derechos humanos no existen, como ellos, que abandonan su identidad para convertirse en supervivientes de una realidad devastadora.
Ester Pascual Rodríguez, abogada y profesora universitaria que estos días ha participado en el congreso del Colegio de Abogados de Málaga, los conoce bien. Trabaja con los presos españoles en el extranjero que acaban de llegar a España para cumplir sus penas. Lleva años tendiendo la mano a estos reos, que relatan una y otra vez la misma historia.
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Detrás de casi todas están los estupefacientes y también Sudamérica. La gran mayoría de los españoles encarcelados en el extranjero cumplen penas por delitos de tráfico de drogas en países del sur de América: «Son mulas a las que les ha salido mal el viaje y les han pillado en el aeropuerto cargados con maletas, generalmente, repletas de cocaína».
Con su detención, la aventura se transforma en infierno. Esa palabra también brota una y otra vez de la garganta de los reos. Suelen ser arrestados en países como Perú, Colombia o Brasil, aunque también hay casos en Europa, África (Marruecos) y Asia (Tailandia).
El dinero
Ester, que forma parte del programa Restauravidas de la Fundación Abogacía Española en el que se asiste a estos reos cuando llegan a España, explica que todos hablan de una corrupción institucionalizada en los países de América del Sur que cuentan con más presos españoles. El dinero es lo más importante desde el momento de la detención: «Si pagas, los propios policías te quitan droga de la maleta para que las penas no sean tan duras».
También hay que disponer de dinero para la cárcel. Allí todo tiene un precio. Por ejemplo, para comer hay que pagar, «si no te dan un puñado de arroz al día y un poco de agua sucia».
Las condiciones de salubridad son nulas. No hay celdas, duermen hacinados en naves, en las que un boquete en el suelo o un cubo al final de la sala hace de váter. «Los presos insisten en que se tienen que tapar los oídos con papel higiénico para que no se les metan las cucarachas», cuenta Ester.
Su soledad, sin familiares que les visiten, es constante, como las humillaciones en prisión, donde los funcionarios brillan por su ausencia. La letrada asegura que en las prisiones sudamericanas hay armas, drogas y castas, en las que las bandas de reos más fuertes controlan la cárcel.
862 españoles
Es un infierno que viven, sobre todo, los españoles encarcelados en Sudamérica, aunque también son muy duras las condiciones en otros países como Marruecos o Tailandia. Actualmente, hay 862 españoles en prisiones extranjeras.
Si se encuentran en Europa es más fácil que sean repatriados para cumplir sus condenas, sin embargo, si están en países en los que no hay convenios la cosa cambia. Pueden pasar años.
Por eso, cuando la burocracia y los tribunales dan el visto bueno para que sean repatriados y cumplan el resto de su condena en España, llegan «destrozados». El programa Restauravidas les tiende la mano desde el primer momento, dándoles desde ropa hasta asesoramiento psicológico y jurídico. «Se trabaja en grupos, a ellos les ayuda mucho estar con otros presos que han pasado por lo mismo», apunta. No es fácil que alguien que no haya vivido su experiencia sea capaz de entender la magnitud de ese infierno.
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