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Hay aficionados a la ornitología que se llevan las manos a la cabeza cuando ven que hay perros sueltos que merodean cerca de donde ha ... anidado el chorlitejo patinegro. Es una de las pequeñas aves que deberían gozar de un espacio protegido en el paraje natural de la Desembocadura del Guadalhorce.
Hace años que el arenal acotado dentro de este enclave es considerado popularmente como una playa canina más. Pero, en ninguna guía oficial de las que buscan los dueños de estos animales aparece como tal. Sencillamente, porque ni lo es ni nunca lo ha sido.
Antaño, cuando de Nerja a Manilva no existían playas caninas, muchos propietarios argumentaban que no les quedaba otro sitio donde llevar a los perros. Sin embargo, en la actualidad, hay más de media docena de calas, más o menos acondicionadas, que están catalogadas para los animales domésticos.
Las personas somos animales de costumbres. Por eso, parece que como tales, hay dueños de perros que se empeñan en llevarlos hasta este espacio protegido, por cercanía a sus casas o simplemente por desconocimiento. «Aquí no molestan», argumentan en muchos casos.
Como ocurre en las auténticas playas caninas, aquí los propietarios de perros no se quejan de que otros canes pisen sus toallas o se sacudan salpicándoles después de un chapuzón. Están vacunados contra estos inconvenientes. Los animales andan suelto, contentos porque sus dueños los han llevado a ese paraíso terrenal que tanto se aleja del piso donde tanta horas pasan.
Sin embargo, pocos dueños de perros que acuden ritualmente cada verano a la playa de la Desembocadura del Guadalhorce reparan en que este lugar pertenece a un paraje natural. Éste, en concreto, es conocido tanto dentro como fuera del país por ser un auténtico santuario de la ornitología, ya que lo mismo se deja ver el mencionado chorlitejo negro que un flamenco rosa o un cormorán.
A las aves migratorias que pasan o residen allí poco les importa la cercanía de la zona oeste de una gran ciudad como Málaga. Tampoco parece incomodarles que constantemente sean sobrevolados por esos pájaros de hierro que a diario traen y llevan turistas.
Eso sí, la mera presencia de perros amilana a esas pequeñas limícolas que necesitan anidar a unos metros del mar, donde suelen encontrar sus alimentos.
Piper, el pequeño correlimos que consigue vencer sus miedos y le saca rédito en un corto animado de la factoría Pixar podría protagonizar aquí una secuela. Tendría que vencer la abundante asistencia que en muchos días del año, no sólo en verano, hay tanto de perros como de personas. Sí, porque en el caso del correlimos, hasta en invierno se encuentra en esta alargada franja de arena a perros que corren alocados detrás de una pelota. O de una rama que ha llegado allí por la corriente marina o por la ribereña.
«La playa es de todos». Es otro recurso dialéctico para defender el paseo o la estancia de los perros en esta zona. Cierto que lo es, hasta la Constitución lo avala, pero también es una realidad que este arenal es especial por estar protegido como paraje natural.
También hay quienes aprovechan los senderos anchos y llanos que hay detrás de la playa, obviando en ocasiones el vallado debilitado por la falta de mantenimiento, para pasear a sus perros. Si van amarrados, no hay ninguna norma que lo impida, pero si van sueltos, sí.
Los pobres canes no tienen la culpa. No saben diferenciar entre un espacio protegido y el que no lo es. Para ellos es un lugar de esparcimiento con el que no contaban al despertarse.
Pero, además de esta gran confortación, entre amantes de los perros y los pájaros, la playa de la Desembocadura del Guadalhorce hay que verla como una gran excepción biológica que hay que proteger.
Además de tener una bonita panorámica de la Bahía de Málaga, es un lugar especial para muchos bañistas (entre ellos, naturistas).
Da igual que el brazo más occidental del río sea especialmente profundo en su confluencia con el mar. Hay años que lo es. En ese caso, quienes quieren echar un día de playa, con o sin perro, se ponen la cesta o la mochila en la cabeza y lo cruzan como en una de esas películas de expedicionarios que atraviesan un río africano. Eso sí, aquí no hay ni cocodrilos ni otros peligros, más allá de una posible caída del móvil en agua salada. Este año de sequía, sin embargo, no hay ni que mojarse los pies.
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