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Jone Laspiur (San Sebastián, 1995) entró en el cine gracias a un concierto en Eibar como corista de Koban. «Nos vio Maite Arroitajauregi, Mursego, y ... me animó a presentarme al casting de 'Akelarre'. Envié un vídeo horrible desde Perú, donde estaba haciendo un voluntariado. Y me llamaron». La música sigue presente en su vida: suyo es el tema junto al grupo Nakar que se escucha en 'La isla de los faisanes', la ópera prima de Asier Urbieta, que llega este 25 de abril a los cines.
La ganadora del Goya revelación por 'Ane' admite que desconocía el drama migratorio que sucede apenas a veinte kilómetros de su hogar donostiarra, en la frontera del Bidasoa. «No sabía que tantísima gente intenta cruzar la frontera y que existieran devoluciones en caliente: la Policía francesa mete en furgones a los sin papeles y los devuelve a Irun». La película concluye con los nombres de una decena de fallecidos el año pasado. «Seis se ahogaron intentando cruzar el río, tres fueron arrollados por el tren y uno se suicidó enfrente del Bidasoa. Para nosotros no hay frontera, para ellos sí».
–¿Palpó el racismo que denuncia el filme durante el rodaje en la frontera?
–Es imposible no hacerlo, es explícito. Un día de rodaje nocturno nos encontramos con dos chavales que no hablaban castellano, inglés ni francés. Les condujimos a la caseta de policía de la película, que ellos creían que era real. Los policías eran actores. Ellos no entendían nada, claro. Fue surrealista, dos personas con una vulnerabilidad absoluta.
–¿Cómo se les puede ayudar?
–Lo primero es ofrecerles información y decirles que no crucen el río, que les parece insignificante después de haber atravesado mares y desiertos. Pero el Bidasoa engaña. Gozamos de una alta calidad de vida en el País Vasco y pensamos que estamos muy adelantados en temas de integración, pero en Donosti hay políticas racistas por parte del Ayuntamiento, ilegalizando las cenas solidarias en la calle o derribando chabolas de personas que solo tratan de hacerse un hueco en esta sociedad. Yo siempre me he relacionado solo con gente occidental, estamos totalmente segregados. Hay mucho por lo que luchar.
–¿Qué le parecen las fronteras?
–Completamente absurdas. Cada vez lo vemos más en este momento geopolítico tan jodido y complejo. Mira lo que está sucediendo en Estados Unidos, no tiene ningún sentido. En el norte de Europa también pensamos que es zona Schengen y que no hay ningún problema, pero no hacen más que separarnos. Robamos al Sur y después no les dejamos venir al Norte. Parece que se nos olvida que nosotros tuvimos que emigrar, nuestros bisabuelos estaban yendo a América hace no tantas generaciones. Cada vez calan más los discursos de la ultraderecha, que no se ciñen a algo real, sino que son mensajes de odio que no dan ninguna solución.
–Su personaje se tira al agua para rescatar a un migrante que intenta atravesar a nado el Bidasoa. ¿Usted lo haría en la vida real?
–Nunca sabemos cómo vamos a reaccionar en una situación así. Cualquier posición es legítima, porque cada uno necesitamos nuestros tiempos para activarnos. Me gustaría pensar que me tiraría, es una pregunta muy difícil. Vimos la película 'Fuerza mayor', que plantea un dilema muy real.
–'Akelarre', 'Ane', 'Alardea', 'Maixabel', 'Negu hurbilak'... Se ha especializado en dramas con contenido político.
–Supongo que lo que uno proyecta llega y por eso me reclaman desde esos sitios. Me interesan los temas políticos, es un placer poder hacer arte y difundir mensajes potentes, un placer y un deber que tenemos los artistas. Pero también me interesa el cine más comercial y hay momentos en los que solo quiero entretenerme.
–¿El cuerpo no le pide una comedia?
–Mucho. Pero tengo mis límites, cosas por las que no pasaría: películas supertaquilleras absurdas, comedias malas que siguen con clichés sexistas y racistas... Una buena comedia es maravillosa, las amo y son uno de los registros más difíciles de interpretación. Sí, me apetece mucho cambiar de papel porque he tenido unos muy parecidos.
–Lo suyo fue llegar y besar el santo con el Goya por 'Ane'. ¿Eso es bueno o es malo?
–No lo sé, no tengo con qué comparar. Está claro que es un sello de calidad, que te llena de responsabilidad. La gente quizá se cree que con el Goya ya eres una superestrella, pero el de actriz revelación te premia por tus primeros pasos en la profesión. Te dicen que acabas de empezar y no lo están haciendo mal. Eso me quita peso.
–Pero sin el Goya hoy no estaríamos hablando...
–En realidad, no sería una carrera tan distinta, porque, si te fijas, yo trabajo sobre todo en el País Vasco. Antes del Goya hice dos películas con papeles importantes... Con el premio no empezaron a llover los castings y propuestas. No he notado un cambio enorme.
–Que su aita sea artista (el escultor y pintor Asier Laspiur) habrá facilitado las cosas cuando dijo en casa que quería ser actriz.
–Yo estudié Bachillerato artístico y después Bellas Artes y un Máster en Investigación. No daba dinero en absoluto, estaba asumido. Mi madre es psicopedagoga y he crecido con muchísima libertad, siempre con mis pinturas y cartulinas, con sitio para la creatividad en casa. De niña, los miércoles eran mi día favorito de la semana porque iba como extraescolar al taller de arte en mi barrio. Y el día que había barro mucho más. Mi pena es que desde que estoy en esta industria he dejado las bellas artes.
–¿Tiene claro que va a vivir de esto o hay un plan B?
–No tengo muchos planes B en la vida, voy adonde me lleven las circunstancias. Espero vivir de esto, me siento cada vez más cómoda. Antes no me sentía tan actriz por cómo me llegaron las cosas y porque mi carrera fue otra. Ahora me siento cómoda y feliz, aunque me juzgo mucho.
–¿Qué no está dispuesta a hacer para seguir?
–El año pasado, por primera vez rechacé una serie en la que me daban un papel directo, en un contexto político, pero me parecía un tema totalmente morboso. El guion estaba escrito de manera vergonzosa y dije que no.
–¿Qué contexto político?
–El contexto político vasco, que usaban como mero escenario morboso. No había un desarrollo interesante del tema ni del personaje. No era realista, sino una cuestión superficcionada, casi yanqui. Estamos en un momento muy sensible en el que podemos empezar a reconstruir y a hacer la memoria de lo que ha sido este conflicto y de lo que ha pasado en nuestro país. Tenemos que ser exquisitos, porque hay muchas víctimas, algunas todavía no reconocidas, gente en la cárcel, familias con mucho dolor... Es un tema complejísimo y no estoy dispuesta a participar en proyectos que lo traten de esa forma.
–¿Esa serie ya se ha rodado?
–Se ha hecho, no sé más. Creo que no se ha estrenado.
–El tema interesa: ahí está el éxito de 'La infiltrada'.
–No la he querido ver.
–¿Por qué?
– Me parece muy problemático, sobre todo en este momento en el que hay tantas infiltraciones policiales en movimientos sociales. Me parece muy peligroso dar ese sitio y esa legitimidad a las fuerzas del orden. Tengo mucha polémica con eso, la Policía no es algo que me guste, desde luego.
–¿Pero la verá?
– No. Tampoco vi 'Patria', aunque sé que contiene trabajos actorales excepcionales.
Una pareja interracial protagoniza 'La isla de los faisanes'. Viven en Hendaia y, cada vez que atraviesan la muga, a él (Sambou Diaby), a pesar de ser vasco y hablar euskera, le piden los papeles. Ella (Jone Laspiur) no duda en arrojarse al agua a salvar a un africano en apuros, mientras su chico no reacciona. La relación, como sucedía en 'Fuerza mayor', sufre una quiebra desde entonces.
Suena el mítico 'Iñaki, ze urrun dago Kamerun', de Zarama, recordatorio de una época en la que los escasos emigrantes negros en Euskadi se llamaban Iñaki. Asier Urbieta parte de hechos y escenarios reales para trazar una ficción de cuidada atmósfera, que alterna la crisis de la pareja protagonista con la búsqueda del cadáver ahogado de un migrante. Descubrimos la red de acogida formada por voluntarios a ambos lados de la frontera, las penurias de estos supervivientes en tránsito, que a veces sufren también perrerías por parte de su propia gente...
'La isla de los faisanes' toma su nombre del condominio más pequeño del mundo, que la mitad del año administra Francia y la otra España (y en el que nunca ha habido faisanes). Un enclave real pero también metafórico en mitad del Bidasoa, que cruzamos cuando vamos a pasar el día a San Juan de Luz sin imaginar la tragedia que sucede a su alrededor.
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