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Villa Meona

GOLPE DE DADOS ·

Viernes, 6 de enero 2023, 10:27

Recuerdo cuando Miguel Boyer comenzó su relación con Isabel Preysler como un juego de naipes ya usados en que poder y farándula social se dieron ... la mano de forma escandalosa. Era otra España la de aquella década triunfante del felipismo ochentero con la llamada movida posmoderna en pleno auge y un repunte de la economía gracias al oro de Bruselas. Menos mal que a los españoles por fin nos hacían socios del club de los ricos, y la nueva burguesía socialdemócrata podía malgastar como cualquier liberal de bien y hacer negocios sin complejos, y vaya si lo hicieron. Miguel Boyer, superministro económico que paradójicamente consideraba al profesor Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid, no suficiente marxista, se mudaba después a una mansión que pronto el nieto del dramaturgo Muñoz Seca, Alfonso Ussía, denominó Villa Meona, por prever con largueza de trece baños las incontinencias urinarias, colitis crónicas y nuevos usos privados de la 'beautiful people' madrileña, versión castiza de aquellos 'incroyables' del Directorio francés tras la sangría que madame Guillotin desató en París. Pero volvamos a mil novecientos ochenta y cinco. Cuando se produjo la crisis ministerial de julio del 85 en la que Felipe González prescindió, por un lado, de Miguel Boyer, por presiones de su archienemigo, Alfonso Guerra, y por otro, le dio la patada al ministro de Exteriores, Fernando Morán, considerado demasiado tibio respecto al grado de integración de España en la Organización del Atlántico Norte, circuló una anécdota en la cual Morán, saliendo del despacho de González, se topó cara a cara con Miguel Boyer cuando este se disponía a entrar. Dicen que Boyer le preguntó al ya exministro: «¿Qué tal te ha ido?», y que este, en la línea sarcástica que le caracterizaba, le contestó: «A mí mal, Felipe me ha cesado, pero a ti creo que te ha tocado la china». Estos días en que la ruptura de madame Preysler con el novelista peruano Vargas Llosa excede todo lo que se pueda imaginar en cuanto a sus efectos secundarios, nos ha sorprendido que la primera aparición de Vargas Llosa tras la debacle haya sido leyendo una de sus novelas predilectas, 'Madame Bovary' de Gustave Flaubert, de la que el premio Nobel escribió un certero prólogo para la edición española. Sin embargo, creo que se han equivocado con el título elegido porque tal como se presenta la ruptura debía haber leído, en cambio, alguna página de 'Pequeñeces' del padre Coloma, aunque yo prefiera, claro, antes a Emma Bovary que a Currita de Albornoz.

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