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RAFAEL PESET PÉREZ. MÉDICO
Martes, 6 de febrero 2024, 01:00
Uno de los tesoros que debe proteger nuestra sociedad para no perder el horizonte y mantener el modelo de identidad como civilización es, sin duda ... alguna, el cuidado de las personas mayores. Su presencia entre nosotros es un testimonio de vida que nos permite conocer las raíces de nuestro pasado, que nos ayuda a comprender la realidad de nuestro presente, y que refleja nuestra imagen hacia el futuro, porque la aspiración de cualquier ser humano es llegar a ser uno de ellos.
Nuestra sociedad, que ha crecido bajo el influjo del pensamiento cristiano, tiene como punto de referencia fundamental el hogar familiar, lugar de convivencia entre los padres, hijos y nietos. Tradicionalmente las familias se han ocupado de atender y velar por el bienestar de sus progenitores. Los han cuidado, respetado y les han dado el cariño y la compañía que toda persona anciana necesita en el ultimo tramo de su vida. En la familia se da, se recibe y se comparte. Esa es su fortaleza.
Los españoles en general debemos sentirnos orgullosos de mantener en nuestro interior estos valores humanos que nos impulsan a asumir la responsabilidad de cuidar a las personas mayores en el hábitat de nuestro núcleo familiar. De generación en generación, nos limitamos a hacer aquello que vimos realizar a nuestros padres con lo suyos, y de esta manera, mantenemos una forma de interpretar nuestra existencia que dignifica nuestra posición en la vida como seres humanos en su concepto mas noble y altruista.
Pero al mismo tiempo también es una realidad, que cuanto mayor es el nivel de vida y desarrollo de la sociedad, más grande es el desapego que sufre el anciano en el seno de la familia. El ritmo frenético de vida que conlleva la actividad laboral, el espacio reducido de las viviendas, el extraordinario aumento de la esperanza de vida junto con un significativo descenso de la natalidad, el incremento de los hogares unipersonales o los nuevos tipos de familia son causas que progresivamente están creando desafección y alejamiento afectivo hacia los ancianos.
Estos cambios de paradigmas han aumentado las necesidades y demandas de atención social y han propiciado que las administraciones publicas estén asignando día a día más presupuesto y muchos más recursos para atender y resolver los diferentes problemas sociales que afectan a este colectivo de personas, aunque, a menudo, estos son insuficientes.
Y mientras los gobiernos suscriben el contenido del convenio europeo de derechos humanos para proteger, garantizar y preservar la dignidad, el bienestar y la calidad de vida de los adultos más longevos de la sociedad, observamos cómo el edadismo aparece en nuestro entorno como un motivo de discriminación y desigualdad.
Los problemas a los que se enfrentan las personas de la cuarta edad son muchos y de muy diversa índole. Los de mayor visibilidad están relacionados con los problemas de salud propios de la edad, que generan vulnerabilidad, dependencia y falta de autonomía, pero quizás el mas importantes de todos ellos por su magnitud, sea la soledad.
Escribía Gabriel García Márquez en el mas célebre de sus libros, que el secreto de una buena vejez, no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. Una frase llena de extraordinario sentido y al mismo tiempo cargada de una buena sobredosis de utopía o ensoñación. Porque, ojalá pudiéramos negociar nuestra soledad con nosotros mismos y los demás. Pero eso, a menudo, no es posible hacerlo. Las estadísticas dicen que, en España, existen más de 580.000 ancianos que viven solos y que el 30% de las personas mayores de 80 años no disponen de acompañamiento y viven en el mas absoluto aislamiento. Estas personas son esclavas de su situación personal y la única opción que tienen a su existencia es la soledad, porque no tienen a nadie que les cuide, que los quiera y se preocupen por ellas.
Pero el sentimiento de soledad, actualmente, es mucho más amplio. Su vivencia afecta a un gran número de personas, con independencia de la edad. Esta experiencia emocional de incomunicación y desconexión con el mundo que les rodea, esta teniendo un impacto determinante sobre la salud mental del individuo y va a constituir la gran pandemia que va a sufrir la humanidad en el siglo XXI.
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