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LINA URBANEJA
Viernes, 20 de abril 2018, 11:32
La Historia, en especial la Prehistoria y la del Mundo Antiguo, son disciplinas en continua evolución merced al trabajo de arqueólogos y paleontólogos. Sus hallazgos, fortuitos o no, consiguen abrir nuevas vías de investigación en aquellas etapas en las que las únicas fuentes proceden de enterramientos, restos cerámicos o similares.
Es por tanto la Arqueología la ciencia que nos acerca a los albores de la Humanidad, la que derriba mitos anclados en las aulas durante décadas y nos indica que el territorio, en este caso el nuestro, tuvo poblamientos más o menos continuados desde el principio. La idea de que los antiguos pueblos colonizadores encontraron unas tierras deshabitadas, ha resultado errónea y alejada de la realidad.
El pasado viernes asistí a la conferencia, organizada por Cilniana, que impartió José Suárez Padilla, doctor en Historia Antigua y, por encima de cualquier otra titulación, experto arqueólogo. Su disertación sobre las novedades del poblamiento en la costa occidental de Málaga entre finales de la prehistoria y la llegada de los fenicios, constituyó una lección magistral sobre el estado de la cuestión de un periodo cuasi desconocido, desvelando un mundo apasionante como fue el de los primeros pasos de las poblaciones autóctonas y su capacidad de evolucionar ante las influencias foráneas.
Formaban asentamientos en altura, con posibilidades de defensa, aprovechamientos agrícolas y ganaderos, que se caracterizaron por una incipiente estabilidad. Sociedades de base tribal donde comienzan a observarse diferencias basadas en el género y el prestigio, como se deduce de los ajuares funerarios encontrados en algunas tumbas individuales de Corominas, en Estepona.
Consolidan esta idea otras comunidades en Benahavís -Capanes y Montemayor, aún sin excavar-. La privilegiada situación de Montemayor, sus condiciones para vigilar el territorio circundante y su proximidad a las minas de cobre del entorno del río Guadalmansa, le darán un protagonismo incuestionable hasta finales del siglo XVI. Otro de los grandes protagonistas de esta época, Villavieja en la Sierra de la Utrera de Casares, conoció diferentes etapas de ocupación, siendo uno de los pocos sitios de la provincia donde se conocen tradiciones funerarias, como la utilización de covachas naturales del mismo cerro para practicar inhumaciones, con objetos cerámicos a modo de ajuar.
Un drástico cambio en las comunidades originarias supondrá la llegada de los fenicios, procedentes del otro extremo del Mediterráneo que, en los primeros contactos, buscan riquezas para abastecer sus mercados. El registro arqueológico sugiere que la ubicación de sus colonias no fue decidida al azar, pues encontraron una sociedad compleja que les obligó a negociar sus lugares de asentamiento.
Ya a finales del Bronce, tanto Capanes como Montemayor o Villavieja, conocen el potencial de los recursos siderometalúrgicos de sus sierras, elementos clave para propiciar los intercambios. Con el tiempo, muchas tradiciones de origen oriental, entendidas por los grupos locales como referentes de diferenciación o prestigio, serán adoptadas por la población autóctona.
Hacia el 900 a.C., aparecen nuevos poblamientos en colinas más asequibles y en los estuarios de los ríos Guadalhorce y Guadiaro, evidenciando su interés por establecerse en los puntos frecuentados por los fenicios, aunque la hegemonía, al menos en la margen izquierda del Guadiaro, continúa sosteniéndola Villavieja. Sin duda es la metalurgia la que auspicia este florecimiento económico. Conocemos la explotación de los recursos de la Serranía por el hallazgo de un molde para producir espadas de bronce en el casco antiguo de Ronda, coincidente con las primeras manifestaciones de presencia púnica en la región que, en un primer momento, tendrán lugar en la Bahía de Málaga y, después, en la desembocadura del Guadiaro.
Tras la consolidación de las colonias de origen oriental, el territorio autóctono se reestructura y surgen lugares amurallados como los Castillejos de Alcorrín en Manilva, y nuevos poblados como Río Real en Marbella -vinculado a las explotaciones de mineral de hierro de Cerro Torrón-, cuyo origen se remonta al VII, alcanzando época romana. Debió ser uno de los grandes establecimientos de la zona, coincidiendo en el tiempo con el Cerro del Villar en Málaga.
Aquí surge la paradoja, pues mientras Málaga se está volcando en la recuperación de este importante yacimiento, la mayor parte del de Marbella fue destruido antes de estudiarse arqueológicamente. Aunque su conservación hubiera engrosado considerablemente el patrimonio de nuestra ciudad, sólo dejaron unas cuantas paredes. ¿Debemos sentirnos orgullosos de semejante aberración?
La riqueza de este sector del litoral en yacimientos prerromanos sigue creciendo, como demuestra el descubierto recientemente por Soto y Erola en Artola Baja. La gran mayoría sólo se conoce por materiales arqueológicos de superficie, abandonados o sin excavar por la indiferencia de los gobernantes. &ldquoAlgún día -comenta Suárez-, la Administración se tiene que dar cuenta del tesoro arqueológico que tiene&rdquo.
Esperemos que no tarde en despertar o veremos frustradas nuestras esperanzas de configurar definitivamente el mapa de nuestra historia.
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