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BERTA GONZÁLEZ DE VEGA. PERIODISTA ILUSTRACIÓN: FELIP ARIZA
Domingo, 29 de octubre 2023, 02:00
Con la tecnología educativa, se ha vendido bastante humo y se están cosechando análisis de brocha gorda. Crece un supuesto movimiento antipantallas que pide erradicarlas ... de las clases y volver a los cuadernos, los apuntes y las pizarras a tiza. Dando por hecho que la convivencia es imposible. Dando la espalda, de paso, a la realidad. A lo mejor usted está leyendo este artículo en una pantalla. Y puede que no esté enganchado a las redes sociales. Incluso puede que sea un gran lector de novelas y de ensayos en papel pero que siga las recomendaciones de un blog. A la vez, puede estar suscrito a una interesante newsletter sobre, digamos, no sé, energías renovables o asuntos de educación de sus hijos. Quizás se haya apuntado a un webinar interesante y le guste ver charlas TED o conferencias de científicos. O sea, en usted, conviven las pantallas y el papel y podría decir que las dos enriquecen su conocimiento. Usted puede ser de los que piensen que en casa son capaces de controlar qué uso hacen sus hijos de las pantallas. Que los límites dependen de los padres.
También podría ser que fuera un adicto a los likes de las redes sociales. Que no sepa andar por la calle sin levantar la vista de la pantalla del móvil. Que esté en cenas de amigos pendiente de las notificaciones en su móvil. Que se sienta mal si lo que acaba de colgar en Linkedin apenas ha tenido repercusión. Si ese tuit tan gracioso que ha puesto apenas viraliza. Puede que empezara interesado en los vídeos sobre arquitectura de Tik Tok y se haya dado cuenta de que ha pasado una hora y de que apenas puede recordar lo que ha visto. Quizás es de los que ya no se sabe mover por la ciudad sin mirar de reojo el navegador. Puede pasar que se pase el día viendo recetas de cocina en Instagram y luego no encuentre el momento de ponerse a cocinar. Que haya notado que le cuesta concentrarse en un artículo largo. Que hace siglos que no se pasa una hora leyendo concentrado. Podría ocurrir que culpara a un sistema que lo incentiva. A una corriente que es difícil de remontar a contracorriente. ¿Lo es? Sin duda, pero se puede.
Queda claro que el dilema está en el uso que se dé a la pantalla. ¿Por qué con los niños tiene que ser distinto? Claro está que requieren sus límites de uso pero ¿debemos tirar la toalla con la tecnología en educación porque se haga un mal uso de ella? ¿Debemos renunciar a las mejores utilidades? ¿A las enormes posibilidades, por ejemplo, para reflotar a niños que se están quedando atrás y darle más motivación a los que pueden ir mejor?
Hace unos años, algunos profesores universitarios de matemáticas del mundo compraron muchas tizas de una marca japonesa que anunció que echaba el cierre. Eran sus tizas favoritas, el Rolls Royce de las tizas, como hablaron de ellas en algunos reportajes. Siguen teniendo existencias en muchos departamentos y no es raro que, en sus clases, los profesores tracen sus explicaciones en pizarra con las tizas y sus alumnos anoten en portátiles. Se puede leer en papel y hacer ejercicios de matemáticas en un ordenador que, además, los corrige de inmediato y dice al niño qué tal va de nivel.
Podríamos hablar de una especie de higiene digital que deberíamos saber imponer en nuestras casas igual que hacemos con otros hábitos. Nadie pone en duda que no sean ciertas las quejas de los profesores sobre la falta de atención de los alumnos y su escasa capacidad de concentración. ¿De todos? ¿Cómo lo hacen los que atienden? ¿Qué hábitos tienen en sus casas? ¿Puede ser por culpa sólo del uso que hagan en sus colegios con las tabletas? Obviamente, dicho uso, dicho sea de paso, debe ser lo más controlado posible.
¿Es necesario que los niños tengan móvil antes de los 14 años? Hace años, el juez Calatayud lo desaconsejaba por lo que estaba viendo en su juzgado. Ahora vemos que los prohiben en algunos colegios. Pero es que también vemos que empiezan a prohibirlos en ciertos restaurantes más o menos selectos para su clientela adulta por ser una distracción molesta para el disfrute de la comida y de la conversación. Bien está.
Debemos ser conscientes de que somos los padres los que imponemos esa higiene digital. Si nuestros hijos se pasan horas en las redes sociales, es un poco hipócrita exigir explicaciones al colegio o a la tecnología educativa. Hay multitud de niños que se han aficionado al estudio de la historia gracias a los videojuegos y los hay que sufren de ansiedad por la presión y el acoso que se puede producir en las redes sociales. Gracias a las pantallas, los niños de cualquier colegio pueden tener acceso a documentales apasionantes, a historias admirables, a explicaciones sobre cómo hacer sus problemas de matemáticas. Por culpa de las pantallas, hay historias tremendas de ansiedad, de adicción, de acoso. Sería injusto obviar la existencia de alguno de los dos perfiles.
Ahora que no paramos de leer sobre la inteligencia artificial, a raíz de ChatGpt, nos olvidamos de que la llevamos tiempo usando para buenos fines. La inteligencia artificial, por ejemplo, es la que permite hacer un análisis de datos exhaustivo de millones de ejercicios que hacen a diario alumnos de plataformas on line. Dependiendo de cómo lo hacen, la algoritmia les va poniendo los ejercicios que precisan para que estén adaptados a su nivel de competencia y, así, siguen motivados y mejorando en matemáticas. Hay familias que son capaces de limitar el uso de las tabletas a esa finalidad educativa.
No es fácil meterse en un debate armado de grises y con matices. Pero es necesario. Por supuesto que hay niños de tres años, me decían esta semana unas maestras, que llegan a clase con pañal, en carrito, con chupete, sin apenas hablar y un móvil entre las manos. Cómo evitar esa escena, que coloca a ese niño en una indudable desventaja, debe ser prioritario. Pero la solución nunca pasa por una enmienda a la totalidad porque, además, siempre habrá perfiles de padres como el del primer párrafo de este artículo que darán a sus hijos las mejores pantallas. Y eso les colocará en ventaja.
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