Meritxell Forcadell Batet

Europa impuso una reforma laboral sin reforma para enviarnos sus fondos. Un acuerdo de mínimos en el que no mostraran su patita ni la izquierda reaccionaria del gobierno español ni la mayoría parlamentaria «Frankenstein». Una paz social artificial comprada y pagada a las organizaciones empresariales y sindicatos. Una confianza ciega en que la España real será de nuevo capaz de obrar el milagro económico que necesitamos con el dinero del norte. Para Yolanda Díaz, la Gracita Morales de la política española, la reforma laboral era otra cosa. La excusa perfecta para ella liderar los escombros de la izquierda morada sin coleta y exceso de tetas. El pasado jueves el Congreso de los Diputados, convertido en hemiciclo de pícaros, tunantes, golfos y un bobo en la puerta, dictó sentencia sobre su futuro. Pedro Sánchez, Nadia Calviño y María Jesús Montero corrieron prestos a felicitarla por su fracaso. Todo su duelo quedó en una nota al pie de página al lado de la obra esperpéntica que protagonizó la presidenta de la Cámara baja. La socialista catalana no dudó en obedecer el guión del gobierno y no convocó a la Mesa del Congreso para dilucidar un tema complejo como el que se encontró. Convertida en una auténtica Meritxell Forcadell Batet, tan familiar para todos, despachó en veinte segundos lo que el Tribunal Constitucional tardará años. Deformó la realidad y cocinó un puchero con una gran pringá de excusas, tan popular en la cocina política catalana. Teatro, lo suyo fue puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro, fue su mejor actuación, destrozar una votación y convertir en pucherazo lo que finalmente la izquierda le guisó.