Juanito, Juan
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En Juanito, Juan nada sale de una bolsa, hasta el solomillo es a la CaseraSecciones
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En Juanito, Juan nada sale de una bolsa, hasta el solomillo es a la CaseraEsta es una de esas pocas veces en las que una jubilación es un acontecimiento feliz para todo el mundo. Los propietarios se retiran, pero ... la fiesta sigue, más o menos intacta. El restaurante es Juanito, Juan, pero sus dueños se llaman Pepe García y Enrique Sánchez. El nombre, dicen, viene de un antiguo pescador que desde niño practicaba las artes como un adulto. Con el ánimo del que tira la caña, la de pescar o la otra, dos camareros, compañeros de colegio, se convirtieron en socios y propietarios: de fregar platos en Casa Pedro con 15 años a quedarse en el paro con 50, y entonces levantar a pulso un monumento. Los que les rechazaron se habrán arrepentido de dejarles pasar o, mejor, habrán reconocido con alegría que el ánimo de superación haya perpetrado una cosa tan buena.
Para quien no haya estado, Juanito, Juan (o Juan, Juanito, como lo llamo a veces) es un local sin pretensiones, situado a orillas de la carreterilla de Salvador Allende en su paso por El Palo. La autenticidad está dentro y fuera de carta. El ambiente informal es parte de su encanto, tanto como unos precios breves para la enorme calidad que se ofrece, por no hablar de lo que no puede comprarse: nada más llegar, te ponen una ensaladilla de campeonato y, si quieres, una caña helada, la primera, que es la que sabe a oro. Los platos cumplen sus objetivos impertérritos ante la moda. Los mejillones tigre los hacen allí, picantitos, perfectos igual que su sopa Viña AB. Aquí nada sale de una bolsa, hasta el solomillo es a la Casera. Cuando se cocina a mano, se pierde tiempo y se ganan clientes. Para conquistar a alguien, hay que pedir rape con pasas y piñones, boquerones frescos y hasta el flamenquín. Mención aparte merece la tarta Alaska que llega envuelta en llamas, tal y como lo hacen las mejores cosas de la vida.
50 años con un trabajo sacrificado en el que sales por la mañana temprano y vuelves cuando la casa duerme, sin festivos ni fines de semana. Pepe y Enrique descansan, para viajar y para leer en un descanso merecido y ejemplar, con la sabiduría de los que se van cuando los demás no se imaginan sin ellos. La vida en el local sigue y Paco Castillo, el cocinero, también sigue. El tiempo hará que los nuevos encargados ganen confianza en un servicio que jamás traslada el nervio a los clientes, sin apuntar el número de mesa porque, desde la tercera vez que vas, ya te saludan por tu nombre. Celebramos que el traspaso no incluya franquicia porque es la agonía de este tiempo. El último día de enero será el último de regencia de Pepe y de Enrique, pero es posible que dentro de 20 años podamos hablar de Juanito, Juan otra vez.
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