Los orígenes legendarios de la fortuna de Manuel Agustín Heredia
Al fallecer su madre, Manuel Agustín emigró al sur, desde Rabanera de Cameros, para trabajar en un comercio de Vélez-Málaga. Corría el año 1801 y el joven Heredia era un adolescente de quince años en el que ya destacaban las que iban a ser sus dos principales cualidades: su inteligencia y su gran capacidad de trabajo. Su nieta María Pía Heredia contaba que el negocio, regentado por un matrimonio de avanzada edad, estaba en decadencia y que, gracias al tesón y a la iniciativa del chico de Rabanera, el comercio prosperó.
El comerciante que acogió en Vélez al adolescente Heredia se llamaba José Antonio Fernández. Este debía de tener algún parentesco con el padre de Heredia, pues ambos se apellidaban Fernández y habían nacido en Rabanera de Cameros. Así pues, Manuel Agustín Heredia trabajó para su coterráneo José Antonio Fernández y, luego, para el yerno de éste, Manuel María Fernández. El joven Heredia permaneció en Vélez unos dos años, hasta que con el dinero ahorrado se marchó a Málaga. Entonces, según tradición oral familiar recogida por María Pía, en Málaga «la vida era barata y estaba todo por hacer».
No tuvieron que ser fáciles los comienzos de Heredia, porque Málaga estaba siendo asolada por una epidemia de fiebre amarilla, también llamada del vómito negro, que redujo su población en un tercio. Fue la más feroz en la historia contemporánea malacitana. Como las desgracias no vienen solas, se registraron varios terremotos en los primeros meses de 1804.
El 23 de mayo las aguas del Guadalmedina se desbordaron debido a las intensas lluvias. El precio del grano no dejaba de subir y se llenaron las calles de multitud de pobres, mendigos y vagabundos. En definitiva, disminución de la población, paralización del comercio, escasez de cereales: esta es la Málaga a la que llegó Manuel Agustín Heredia.
Desconocemos qué negocios emprendió el camerano en sus primeros años malagueños. Señala Cristóbal García Montoro, a quien seguimos en estas líneas, que la fortuna de Heredia se originó en una coyuntura bélica: la invasión francesa. En mayo de 1808 formó una sociedad en Vélez con otros dos socios, Ramón de Córdoba y Manuel María Fernández, relación en la que no había ningún papel por medio, pues solo se basaba en la palabra. Por desavenencias entre Córdoba y Heredia se disolvió la sociedad.
Este fundó entonces, en 1812, un establecimiento con el nombre de Heredia y Cía en Gibraltar, mientras que Manuel María Fernández hizo lo propio en Málaga con otro al que llamó Fernández y Cía. Entre ambos se dedicaron a la importación de productos ingleses y a la exportación de frutos secos, vino y otros productos de la tierra. Según algunos, Heredia compró dos mulos y se dedicó al comercio entre Gibraltar y Málaga, pero suponemos que este episodio corresponde más bien a los orígenes legendarios de su fortuna. Lo más probable es que se dedicara al contrabando entre la colonia inglesa y Málaga, burlando el bloqueo francés. El historiador Manuel Muñoz habla claramente de contrabando y venta de armas y nosotros no vamos a llevar la contraria a tan importante y minucioso historiador.
Armas, primera necesidad
Corrían los años de la Guerra de la Independencia y las armas eran casi un producto de primera necesidad, de gran valor comercial. Tan buenos servicios prestó que el general Ballesteros, militar agradecido, le concedió en 1810 la explotación de las minas de grafito de Ojén. Según el propio Heredia este fue el principio de su colosal fortuna.
García Montoro formula otras dos hipótesis. La primera, como «abastecedor» de las guerrillas serranas y de las tropas de Ballesteros, que asumieron la resistencia contra el francés. La segunda, su probable vinculación a alguna logia masónica de las establecidas en Gibraltar o en Cádiz. Es seguro que Ballesteros era miembro de la masonería.
En 1813 la sociedad entre Fernández y Heredia se disolvió. Gracias al inventario que se realizó sabemos que Heredia y Cía había realizado expediciones a Brasil, Londres y San Petersburgo, lo que demuestra el amplio radio que abarcaban ya los negocios de Manuel Agustín. Vendía productos de la región: vinos, aceite, pasas, vinagre, aguardiente y minerales (grafito de su mina de Marbella); y compraba con el dinero de las ventas productos americanos como cacao, azúcar, ron, o tejidos ingleses, entre otros muchos. Con la guerra los circuitos comerciales habían quedado destruidos y el camerano se encargó de abastecer los principales mercados de productos que faltaban en tiempos de escasez.
Heredia había ganado más de setecientos mil reales (aportando un capital inicial de 85.854 reales) y la empresa había obtenido unos beneficios de millón y medio de reales. El camerano seguía encargándose de la explotación de las minas de grafito. Y desde 1812 importaba además, desde América, tabaco para el Estado.
Donde se muestra cómo se las gastaba el joven Heredia
Su nieta cuenta cómo, en estos años de la Guerra de la Independencia, Manuel Agustín Heredia iba a caballo hasta Vélez Málaga y allí, gracias a los contactos que tenía de su etapa anterior de comerciante, compraba baratísimas almendras, aceite o pasas que se habían quedado sin vender porque, debido a la guerra, el comercio estaba muerto, y luego les daba salida consiguiendo un gran margen de beneficio. Heredia se enteró, gracias a las guerrillas que pululaban por la serranía de Ronda, de que la guerra había terminado. Cuando llegó a su casa de Málaga, pidió un caballo de refresco y se volvió a marchar diciendo que iba a dar una vuelta por sus viñas de los montes. A los pocos días la noticia del fin de la guerra ya era pública en toda Málaga, con gran jolgorio y alegría de las masas. En ese momento reapareció Manuel Agustín en casa y le comunicó a su mujer Isabel que le había dado tiempo a invertir una parte importante de su dinero en comprar cosechas, predios y tierras al precio devaluado que tenían entonces, por la escasez y pobreza que había generado la guerra.
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