Dr. José Gálvez Ginachero. De la medicina a la santidad
LA TRIBUNA ·
ÁNGEL RODRÍGUEZ CABEZAS
Jueves, 24 de septiembre 2020, 07:38
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ÁNGEL RODRÍGUEZ CABEZAS
Jueves, 24 de septiembre 2020, 07:38
Varios sucesos han marcado de forma significativa mi conocimiento y mi admiración hacia la figura del Dr. Gálvez Ginachero.
El primero de ellos está encuadrado en la época en que comenzaba yo mi ejercicio médico en la Costal del Sol, bien mediado el pasado siglo. Entonces, con frecuencia, en la consulta diaria escuchaba a algunos de mis pacientes mayores relatar hechos relacionados con sus males y que tuvieron como protagonista médico al Dr. Gálvez Ginachero, y en la inflexión de sus palabras se adivinaba una carga no oculta de agradecimiento, de homenaje íntimo en suma.
Años más tarde, mi entrañable amigo Dr. Antonio Urbaneja me hizo el regalo de encargarme el prólogo de una especial biografía del Dr. Gálvez «que enmarcaba, dentro de los valores humanitarios que orlaron su vida, sus aspectos profesionales y sociales, haciendo en él inviable la sentencia de Rabelais: ciencia, sin conciencia, ruina del alma».
Pero fue en 2012 cuando el Colegio de Médicos de Málaga confía en mí como representante del colectivo médico en la Asociación Pro-Beatificación del Dr. Gálvez. Los cinco años que dicha Asociación ha realizado sus trabajos en Málaga han supuesto para mí un acúmulo de experiencias importantes y excepcionales en pro de la beatificación del Dr. Gálvez. Praxis médica inédita pero enormemente gratificante para mi práctica profesional.
Estos tres recuerdos me motivan ahora, cuando la causa Pro-Beatificación del Dr. Gálvez ha rebasado la fase de la diócesis de Málaga y se encuentra en sede vaticana, para formular las preguntas: ¿Qué sentido tiene recordar al Dr. Gálvez en 2020, año que pasará sin duda a la historia de la medicina? ¿Qué puede decirnos el Dr. Gálvez a los médicos de hoy, a los que ejercemos con pasión la medicina en el siglo XXI?
Pues, considerando solamente el aspecto médico en su biografía, sí creo que su vida y obra nos ha debido marcar a los médicos de hoy, ya que ejerció la medicina con profesionalidad, con dedicación, con estudio diario y con amistad (sentimiento que más tarde Lain Entralgo calificó de amistad médica).
D. José Gálvez ejerce la medicina en una época enormemente interesante. Se colegia en el Colegio de Médicos de Málaga en 1898, cuando la medicina a desgana comienza a desligarse de su lastre empírico para hacerse científica en sus planteamientos etiológicos y en su quehacer, y cuando las ciencias sociales inician el mismo caminar. Por aquellas fechas se descubren los rayos X, el radium, la aspirina, el electrocardiograma, algunos microbios causantes de enfermedades infecciosas, ciertas vacunas y la estructura del sistema nervioso por Ramón y Cajal, entre otros hallazgos.
Pero en el contexto sanitario, de prevención, de asistencia, de resultados, las estadísticas no cantaban bien. A finales del siglo XIX y comienzos del XX la tasa de mortalidad en España era de 28. Es decir, en un año fallecían 28 de cada 1000 persona. La esperanza de vida al nacer estaba en 35 años para las mujeres y la tasa de mortalidad infantil se encontraba en 186, es decir, morían 186 niños menores de un año por cada 1000 nacidos vivos. Y la letalidad por partos se encontraba en la asombrosa cifra del 12 por ciento. El parto representaba un acontecimiento deseado y temido a la vez, dándose la paradoja de que la mortalidad era mayor si el niño nacía en aquellas modernas maternidades, que si el acontecimiento ocurría en el domicilio materno. Con este panorama sanitario se encontró el Dr. Gálvez cuando empezó a ejercer en Málaga.
Seguramente eligió la especialidad de ginecología para luchar contra esa nefasta estadística y tratar de eliminar los tres tremendos enemigos de la medicina de la época: la infección, el dolor y la hemorragia. En cuanto a la infección ya Semmelweis en 1848 había impuesto el lavado quirúrgico de manos en las intervenciones y asistencia a partos. Por otra parte ya en 1908 se descubre la actividad antibacteriana del Protonsil y años más tarde se inicia la feliz aplicación del primer antibiótico, la Penicilina. La asepsia quirúrgica del cirujano se refuerza cuando Mikulic-Radecki, en 1897, utiliza por primera vez la mascarilla en una intervención, así como el uso de guantes quirúrgicos por William Stewart Halsted en Baltimore.
Otro tanto podría decir en cuanto a la lucha contra el dolor y la hemorragia, con el uso del cloroformo en el parto de la reina Victoria de Inglaterra («anestesia a la reina») y la descripción de tres tipos en los glóbulos rojos, en 1901, por Landsteiner.
Con la ayuda de estos incipientes descubrimientos, Gálvez, desde el comienzo, se empeñó en hacer que su trabajo tuviera todas las cualidades de 'excelencia'. Supo muy bien cuánto de humanitario tiene la profesión de médico y que, arropando a la patología, existen factores sociales de gran relevancia que el médico, en lo posible, debe tener en cuenta, pues modulan la enfermedad en su historia natural. Él sabía bien que trabajaba con remedios imperfectos, pero con la conciencia cierta de que donde no llega la ciencia, puede llegar siempre el amor, porque si su dedicación era remediar la enfermedad, el dolor, también se responsabilizaba del desasosiego y las carencias. En la práctica médica esta forma de actuar ha sido refrendada como eficaz, necesaria: la medicina no es muy efectiva si primero no ha sido afectiva. El Dr. Gálvez dedicó su vida a mejorar la del que estaba más cercano.
En cuanto a hombre de ciencia, él tenía bien claras las dos visiones constituidas por ciencia y fe. No eran, para él, dos hechos independientes. Todo lo contrario, eran concepciones que necesitaban estar en diálogo entre sí y que se complementaban. Tras el estudio ameno de su biografía, llegué a la conclusión de que su vida estuvo dedicada integra y exclusivamente a los demás, llegando en estos menesteres a sufrir propias carencias.
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