No grabes, ayuda
La Tribuna ·
El teléfono móvil, puede ser tan útil como peligroso. En situaciones de emergencia es una fantástica herramienta para ayudar a salvar vidasISIDRO PRAT
Lunes, 29 de julio 2019, 07:38
El malagueño Enrique Jiménez, conocido en el mundillo del famoseo por el apodo de Mocito Feliz, es un tipo grande y bonachón, obsesionado por aparecer en la pequeña pantalla al lado de los rostros populares de cualquier pelaje. Donde hay un acontecimiento que atrae a las cámaras, allí que está Mocito Feliz dispuesto a conseguir unos segundos de visibilidad en la caja tonta. Le da igual posar detrás de Isabel Pantoja, en la escalinata de la Rosaleda con Al-Thani o al lado de la duquesa de Alba, lo importante es estar ahí, en el gran escaparate. Su momento de gloria fue en el Festival de Cine de Málaga. No cabía de felicidad la tarde que pisó la alfombra roja. La presentación del documental 'El famoso desconocido', que narraba su historia y sus andanzas, resultó todo un éxito. Allí, Mocito Feliz fue aclamado como una estrella de Hollywood y tuvo su personal baño de masas. Probablemente, hubiera sido más feliz, si cabe, con un smartphone en la mano, tomando selfies, colgando sus fotos en las redes y con miles de seguidores cliqueando 'me gusta'.
Con los autorretratos nos sentimos protagonistas y observadores al mismo tiempo, narcisismo en estado puro que, en algunos casos, entra de lleno en la psicopatía. La notoriedad está de moda. El teléfono móvil es una herramienta que está siempre a mano para captar lo que nos venga en gana. Es tan fácil tomar imágenes y colgarlas en la red. Pero la lucha por destacar en las redes sociales está muy reñida y no es sencillo estar en la pomada de salida. Algunos se han lanzado a provocar situaciones insólitas con tal de conseguir instantáneas con más gancho. Unos se juegan la vida marcándose un selfies delante de gorilas salvajes, otros asomándose al abismo del Púlpito, el mirador más peligroso de Noruega, y los más atrevidos circulando con los ojos vendados a 90 km/h por el centro de la ciudad. Buscan el riesgo y juegan al 'todo vale'. Una joven de 23 años grabó su propia muerte, mientras se estrellaba contra un autobús en la ciudad de Kazán, rápidamente se pudo ver en YouTube. En los últimos seis años, han fallecido por accidente 259 personas buscando ese vídeo o esa foto insólita.
El vuelo SU 1492 que despegó de Moscú, rumbo a Murmansk, tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia. Uno de los motores del aparato se había incendiado en pleno vuelo. El piloto, dada la gravedad de la situación, decidió regresar de inmediato al aeropuerto de partida realizando un aterrizaje de emergencia. No podía avisar a la torre de control porque los sistemas de comunicación estaban dañados por el fuego. Los controladores del Aeropuerto Internacional Sheremétievo, al norte de la capital rusa, avistaron el aparato en llamas. Buscaron una pista segura y activaron el plan de máxima alerta en el aeropuerto. El Superjet-100 acabó tomando tierra con medio avión envuelto en llamas. El tren de aterrizaje y el morro del aparato impactaron en la pista. El fuego se avivó desde la cola del avión invadiendo la zona del pasaje. Cuando la situación era más angustiosa, un pasajero sacó su teléfono móvil y grabó aquel infierno antes de abandonar el aparato por la rampa anterior. Las tomas eran buenas y las imágenes extremadamente impactantes. En el audio se podía escuchar, con nitidez, llantos y gritos de pánico. Era más importante inmortalizar aquella tragedia, que se llevó por delante a 41 personas, entre ellas dos niños, que intentar socorrerlas. Colgado en internet, fue visionado por millones de personas en un abrir y cerrar de ojos. A su mayor difusión contribuyeron los noticiarios televisivos, periódicos y revistas digitales que emitieron repetidamente las imágenes.
Es la cultura de la inmediatez sin reflexión. Desenfundamos el móvil, grabamos y ya está. Lo tenemos tan interiorizado que actuamos instintivamente. Las escenas cotidianas no generan interés, así que nos quedamos con lo insólito y lo extraordinario que tiene más clientela. Mostrar el interior de un avión en llamas está al alcance de muy pocos. Probablemente, su autor, entendió que era un privilegiado por poder capturar con su cámara esos instantes. Además, si no lo grabo yo, otros los harán y perderé mi oportunidad de oro, pensaría. Lo mismo sucede en atentados y accidentes de tráfico. Captan las escenas sin hacer el menor ademán de ayudar. La Cruz Roja Holandesa ha lanzado la campaña: «No grabes, ayuda», dirigida a sensibilizar a los que, en vez de socorrer y llamar a emergencias, graban lo ocurrido. A esta iniciativa, se han sumado otros países porque el fenómeno es universal. No nos planteamos objeciones morales cuando tomamos y difundimos esas imágenes, aunque sean un mazazo para los familiares de los heridos y fallecidos. Prevalece ese: ¡Miradme todos. Ahí estaba yo!, que oculta falta de autoestima y desvela una actitud antisocial.
El teléfono móvil puede ser tan útil como peligroso. En situaciones de emergencia es una fantástica herramienta para ayudar a salvar vidas. Permite llamar inmediatamente, informar de lo ocurrido y dar nuestra geolocalización gracias a su GPS que señala el punto exacto donde se encuentra. «Está llamando al 112 Centro Coordinador de Urgencias y Emergencias, ¿en qué puedo ayudarle?, ¿un accidente de tráfico?, ¿cuál es la dirección?, ¿hay heridos?, ¿hay atrapados?, ¿hay fuego? No se retire, por favor, le paso con los servicios sanitarios». Ese es el uso que debemos dar al móvil ante una emergencia. No grabes. Llama y ayuda.
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