ELEGIR ADMIRAR: PICASSO, TORAL, SERRANO
EL FOCO ·
Hay estudios psicológicos que prueban cómo mejoran los niños académicamente si se les brinda la oportunidad de conocer historias de superaciónUno de los gustos que puede proporcionar la vida sin rellenar formularios o desembolsar dinero es admirar a quien admira. Dando por hecho, obviamente, que ... el admirado posee unas cualidades extraordinarias, algún rasgo de carácter fuera de lo normal pero siempre en línea con las cuatro virtudes cardinales (¿saben los niños de las competencias transversales lo que son?), con una creatividad pasmosa encaminada a la resolución de problemas o en relación con las distintas artes. O deportes. Ese espectáculo gratis de admiración -uno de los mejores, ya digo, de mi cartelera vital- lo pude observar el otro día en un rato con Cristóbal Toral, el pintor, triste y alegre a la vez en la clausura de su exposición en las salas de La Coracha. Hablaba el maestro de Antequera de una reciente visita al Museo Picasso de Málaga, de donde salió, otra vez más, admirado ante la obra de aquel hombre que, de niño, tuvo la suerte de tener un padre profesor de Bellas Artes, a diferencia de Toral, de padre muy querido carbonero, en el campo de Antequera. «Es impresionante», decía con una mirada de asombro infantil a sus más de 80 años y, enfrente, estaba Sebastián Gámez, el profesor de filosofía, experto en arte y comisario de la exposición, amigo de Toral, con el que alguna vez he hablado de esa necesidad de admirar, además de la curiosidad, para tener una vida más plena. Toral admira y también es un curioso incansable, dos rasgos, además, que estoy segura que comparten muchos genios del arte pero también de muchas más disciplinas. Para que la frase de que «somos enanos a hombros de gigantes» sea posible es una obviedad que necesitamos gigantes y, ahora, me da la sensación de que somos enanos, muchos, tratando de derribar continuamente a referentes.
Y vamos con Picasso, ahora que enfilamos el 50 aniversario de su fallecimiento. Es perfectamente legítimo que no guste su arte. Recuerdo cómo me llamó la atención una recopilación de artículos de Paul Jonhson, un delicioso columnista conservador británico, que se llamaba 'Al diablo con Picasso y otros ensayos'. Puedo entender que se quiera hacer, con motivo de la efemérides, una revisión de cómo a lo largo de los años se ha ido viendo su posición en la Historia del Arte. Pero, ¿revisar su relación con las mujeres? Y es eso justo lo que algunos pretenden hacer en 2023. Es indudable la influencia que muchas de ellas pudieron ejercer en su obra -ahí está un maravilloso retrato de Francois Gillot que cuelga ahora en las salas del Museo Ruso- pero, a tenor de algunas declaraciones sobre este tema, pareciera que se tiene intención de empezar a destruir o cancelar a Picasso por cómo se relacionó con las mujeres, algunas de ellas madres de sus hijos y otras o las mismas, como ha explicado su nieto Bernard, perfectas conocedoras de la fama que precedía al genio en este capítulo. Qué más me da cómo fuera de postureo o no su militancia comunista para contemplar sus cuadros. Qué me importa si fuera tacaño o no dejara pasar una oportunidad de rascar dinero para valorar lo que hizo en el Arte. Para admirar sus logros.
Vivimos una época en la que nos gusta destruir reputaciones más que construirlas. Hay cierta sensación de satisfacción cuando cae algún mito por sus conductas personales. Presentes y pasados, que ahí está el afán, sobre todo anglosajón, en el derribo de estatuas. Sin ir más lejos, ahí tenemos esta semana la polémica suscitada por la presencia del Rey Emérito en los funerales de su prima lejana la Reina Isabel. Las andanzas sentimentales de Juan Carlos I son poco ejemplares, como tampoco lo son algunos regalos recibidos pero, ¿tenemos que tirar por la borda todo lo que consiguió en la Transición? ¿De verdad alguien en su sano juicio puede pensar en prohibirle asistir a un funeral al que ha sido invitado por la Familia Real británica? No queremos adelantar acontecimientos, pero da miedo pensar en las discusiones que se pueden suscitar cuando toque un entierro en El Escorial.
Es de primero de sentido común que admirar sale más a cuenta, educativamente, que denigrar o despreciar
Quien admira, suele ser agradecido. Quien odia, quien destruye, suele ser resabiado, envidioso o acomplejado. Lo preocupante es que esos rasgos individuales se conviertan en definitorios de una sociedad. A quién se elige admirar define muy bien a las personas y a los países. Admirar a quien no lo hace por sistema, como ocurre con tanto tertuliano de corazón televisivo, por ejemplo, es una señal de alarma. Admirar las cualidades de caballero, o como dice el poeta y columnista Enrique García-Máiquez, «la nobleza de espíritu» de Rafael Nadal está muy bien y la prueba de su enorme talla es que, por ahora, nadie se ha atrevido a tratar de desprestigiarlo en un país muy dado a hacerlo.
Hay estudios psicológicos que prueban cómo mejoran los niños académicamente si se les brinda la oportunidad de conocer historias de éxito, de superación, ejemplos de constancia y de esfuerzo. Ya lo sabían los griegos y sus mitos. Es de primero de sentido común que admirar sale más a cuenta, educativamente, que denigrar o despreciar. Aunque, para lo primero, hace falta estudiar, valorar y pensar. Pararse un poco. Para despreciar sólo es preciso, en muchas ocasiones, guiarse por una presión de grupo, balbucear unos cuantos cotilleos, fomentar el morbo, ir a las vísceras más que a las neuronas. Es más fácil lo segundo, claro está.
En estas páginas, la artista malagueña Leonor Serrano, la primera mujer menor de 40 años que ha visto una banderola con su nombre colgando del Museo Nacional Reina Sofía, decía en una entrevista a Antonio Javier López que su único secreto es el trabajo constante. Y, además, en las respuestas, dejaba entrever una curiosidad desbordante y admiración por logros de instrumentos ideados hace siglos. La suya es una historia admirable.
O la de Toral, aquel chaval que vivía solo con su padre en el campo de Antequera, salvaje, silvestre, pero con un talento excepcional que supieron ver y admirar los que le abrieron puertas tan penosas, al principio, como un hospicio en Sevilla. Picasso, Toral y, ahora, Leonor Serrano. Aprovechemos para admirar. A quién y la preferencia sobre la destrucción, nos definen en gran manera.
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