La tribuna

Cervantes no se lo merece

Una historia épica, la del cautiverio de Cervantes y los cautivos cristianos, contada sin épica alguna. Una historia trágica contada sin drama apenas

Federico Soriguer

MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS

Martes, 23 de septiembre 2025, 02:00

El pasado viernes día 19, fui a ver 'El Cautivo', la película de Amenábar sobre Cervantes. Le precedía cierta polémica. Me habían hablado bien de ... ella, aunque alguno de quienes la habían ya visto reconoció que no había leído el Quijote y ni siquiera sabía que Cervantes hubiera estado preso en Argel. Y que con la película había aprendido mucho (sic). En todo caso acudí al cine con reservas. Lo diré desde el principio. No me gustó nada. Un director de cine como cualquier otro 'creador' tiene todo el derecho a tergiversar las historias para conseguir sus objetivos, cualesquiera que sean. Pero debería advertir, como se hace aún en determinadas ficciones, «que cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia». No, no aprendieron nada de historia aquellos jóvenes que la vieron. Pero este privilegio creativo se puede convertir en un fraude si se usa solo para dar satisfacción a los antojos particulares del autor olvidando las expectativas que tienen depositada millones de personas en mitos como el autor del Quijote.

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Reducir la historia de Cervantes a la de un homosexual reprimido, aparte de su dudosa veracidad, lo que sería en todo caso irrelevante, es una tomadura de pelo para esos millones de personas que tienen en el Quijote su obra de cabecera y a Cervantes, su autor, como uno de los hombres más relevantes de la historia. Pero es, sobre todo, la pérdida de una gran oportunidad. Porque, además, la historia fracasa en muchos aspectos periféricos.

Escoger para interpretar a Cervantes a un joven actor, blando e incluso algo aniñado en sus maneras, con voz endeble y una pronunciación a veces ininteligible, es traicionar la imagen de quien representa la reciedumbre de un mito bregado en las batallas y en la vida lo que no le impide, además, tener, la sensibilidad y la imaginación suficiente para contar historias que como el Quijote, representa el alma no solo de una comunidad lingüística como la española sino, también, de buena parte de la humanidad. Muchos de los personajes secundarios dan mejor la talla que el protagonista, como Souza, el monje bueno de la película, al que en la ensoñación de Amenábar y sin venir a cuento, ya mediada la película, le descubrimos por arte de magia en medio de aquel Argel medieval un hijo ilegitimo, que por su aspecto travestido y comportamiento parecía un prototipo queer actual, trasladado a un lupanar de la Edad Media, en una secuencia que dura unos pocos minutos, desconectada de la trama, perfectamente prescindible, que los exégetas o el propio Amenábar tendrá que explicar.

O los decorados y el vestuario, que parecen sacados de Walt Disney o de 'Las Mil y una Noches', como parecen, también, sacados de 'Las mil y una Noches' la relación entre la capacidad narradora del cautivo Cervantes ante un sultán enamorado, con los beneficios penitenciarios del propio Cervantes y sus amigos, mientras los cuentos, las historias, fuesen del gusto del Sultán.

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Una historia épica, la del cautiverio de Cervantes y los cautivos cristianos, contada sin épica alguna. Una historia trágica contada sin drama apenas. Una historia sentimental contada como si estuviera rodando una película de Walt Disney. Definitivamente el cine español tiene un serio problema con la elección de directores y actores a la hora de representar a los mitos nacionales y de manera muy especial a estos pocos grandes mitos que identifican una cultura determinada, como es en este caso el universo lingüístico en español, tan importante para muchos, españoles, pero también para muchos otros lugares y culturas. Ya, Amenábar, hizo lo mismo con la película sobre Unamuno ('Mientras dure la guerra') donde representa a Don Miguel como un abuelito sin carácter que incluso llega a traicionar a uno de sus mejores amigos. Los franceses Jean Claude y Colette Rabaté, dos de sus mejores biógrafos, seguramente cuando vieron la película, se llevarían las manos a la cabeza.

No, ni aquel era mi Unamuno ni este mi Cervantes, lo que no tendría demasiada importancia si se tratase solo de mi particular opinión. Al día siguiente de escribir ese artículo leo en un periódico de difusión nacional, una columna de ese gran ensayista que es Jordi Gracia, desde la que sostiene con más argumentos históricos, opiniones parecidas. Que Amenábar, en fin, ha fracasado en ese empeño de contar la historia del cautivo Cervantes, como fracasó con la de Unamuno. Que Amenábar más parece imponer sus propios demonios (o ángeles) familiares, trasladando sus ensueños homoeróticos a Cervantes. Es lo que sugiere ya desde el título Jordi Gracias en su artículo ('El cautivo no es Cervantes: es Amenábar'). Amenábar ha despreciado el hecho de que Cervantes no es un personaje cualquiera que se pueda manipular ni literaria ni cinematográficamente. Merece respeto. Y en mi particular opinión, Amenábar ha faltado el respeto a Cervantes y con él a millones de personas. Ahora, seguramente, le darán un Goya con lo que el cine español se habrá cubierto de gloria, una vez más. ¿Debería aclarar que nada tiene que ver esa dura crítica con la exhibición homosexual del director a través de sus personajes? Ya lo aclaro desde este momento, aunque me temo que para algunos no será suficiente.

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La tendencia sexual de Cervantes es perfectamente irrelevante en esta historia en la que se intenta contar esa parte épica de sus cinco años de cautiverio. Una parte de la que hay abundante información para haberla contado de otra forma y que la romántica y almibarada versión de Amenábar, sobre todo en la segunda parte, oculta.

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