Borrar

Dieciséis poemas signaron la suerte de la lírica española en 1966, unas leves y frágiles metáforas produjeron el cambio de rumbo, un aire novísimo de Chanel poético, la fortaleza del estilo. Dieciséis poemas reunidos bajo el título de 'Arde el mar' convirtieron a Pere Gimferrer en el «capitán de quince años, viejo lobo marino, las velas desplegadas, las sirenas de los puertos, los tiroteos nocturnos en la dársena, fogonazos... una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar bajo los cocoteros...»; Pere Gimferrer, desde una carlinga repleta de mitos culturales, se alzó como un novedoso modernista con poemas-objeto de paladeo estilístico, ahí es nada. Con 'Arde el mar' del catalán Gimferrer ardió la poesía social y renacieron los mejores cánticos de 'Cántico' y del descabezado 27, este es un poemario en español de un autor que seguirá brillando en 'La muerte en Beverly Hill', en la prosa de los 'Dietarios' y de 'Fortuny', donde «Valentino es una vánova vana en un ventalle de vainilla. Y un violín»; con Gimferrer se me viene a la cabeza una Barcelona que no tiene nada que ver con la que ahora se lanza al abismo con un patrón de barco que derriba a una mujer al suelo por mostrar la bandera española. Cuestión de símbolos, cuestiones fanáticas. La Cataluña de Gimferrer es otra cosa: el modernismo, Güell, paseo de Gracia, 'Vida privada' de Sagarra, la alta burguesía decó y del mejor Cambó... antes de que la famosa cordura -el seny- se fuera por las pestilentes cloacas de la Historia.

Amo Barcelona y soy y he sido amigo de excelentes escritores catalanes: mi querido Joan Perucho, Carlos Pujol, Néstor Luján, Terenci y Ana María Moix... ya desaparecidos, todos escribían en español, como aún lo hacen muchos autores -Enrique Vila-Matas o Rosa Regás- de una ciudad en la que residen editoriales de prestigio mundial y en la que se concede el Premio Planeta; precisamente esta semana se entregó a Javier Cercas y a Manuel Rivas con los ecos de la protesta separatista que quiere mandar por encima de la ley y presionar con una violencia de carácter higienista: el aeropuerto de El Prat ocupado, las autopistas cortadas, las estaciones invadidas, la siembra de la hiedra maligna en tierra de nadie. No entiendo esta Cataluña en la que buena parte de sus políticos han sido sentenciados por sedición, otros huyen a Waterloo haciendo gala de una cobardía inenarrable, y el presidente de la comunidad se pone al frente de los que propician la fractura social, cuando tendría que ser al contrario. Qué lejos esta imagen de la Barcelona culta y europea que se diferenciaba del resto de España por su nivel de vida y su conexión directa con París, y eso que al afirmar esto último no me mueve la nostalgia de un tiempo ido sino la rabia porque la partida con el progreso puede perderse y producirse una preocupante balcanización. El nacionalismo es el tumor de las ideologías, una vez que consigue sus primeros éxitos se enrosca en el cuello de sus seguidores y aprieta y ahoga. «Hay orden de llorar sobre el bramido estéril de los acantilados» (Gimferrer dixit).

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Arde el mar