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GOLPE DE DADOS

S.P.Q.R.

ALFREDO TAJÁN

Jueves, 25 de agosto 2016, 10:09

S.P.Q.R. es un acrónimo, o sigla, que significa «Senatus Populus Que Romanus», y se traduce como el Senado y del Pueblo de Roma, o el Senado del Pueblo de Roma, ambas traducciones se refieren a la página más democrática de la Historia de Roma, en los siglos de oro, cuando rigió la República. La Historia, y las historias, se repiten, al igual que se repiten, y somos testigos estos días, el egoísmo y la paranoia de las élites. Cuando aquella aldea de rudos agricultores, sita en las orillas del Tíber, se transformó en un coloso militar regido por emperadores que al final se convertían, por arte de magia, en dioses, como Júpiter o Saturno, qué osadía, las legiones recordaban con el S.P.Q.R. bordado en sus estandartes, que siglos atrás ostentaron un poder elegido, o al menos colegiado, selecto y culto, bajo una República que otorgaba la ciudadanía romana sin tanto prurito de sangre ni tanta naumaquia celebrada a sangre y fuego, ni tanta parodia que llegaba al extremo de investir senador al caballo de un loco.

Este artículo es una suerte de «esquela-peplum» porque estos días finales del ferro-agosto los he pasado junto la estatua de Pompeyo, donde su rival César fue brutalmente apuñalado por senadores que ansiaban restaurar el poder de su gloriosa institución, no para recuperar la libertad de Roma sino para recuperar su propio poder; también he huido en el trirreme de Cleopatra hacia Alejandría y he llorado con ella al ver como ardían las naves de su Hércules portátil tras romper el cerco de Actium; con Octavio Augusto he sufrido los equilibrios que debió hacer día a día, durante cuarenta y tantos años, para frenar lo imposible de frenar: una familia enferma, los Julio-Claudia, de todo menos bonitos: degenerados, criminales, cobardes, atrofiados por pasiones desenfrenadas y un miedo atroz -incluso el tartaja-, mal aconsejados por unos educadores fracasados -el intocable Séneca se cae del burro- que no supieron hacerles ver la miseria moral y económica de ciudadanos libres y esclavos -exceptuando la minoría de libertos-, hacinados en guetos que nada envidian a los actuales Harlem o Soweto, frente a la gran jardinería y arquitectura del poder, refugio de diletantes tras una muralla pretoriana que cada día les pedía más dinero. Todo esto me ha llevado a comparar, para lo bueno, lo malo y lo regular, aquella sociedad antigua con nuestra sociedad actual de sofisticada tecnología, y la verdad es que no hay más diferencia que la delgada pantalla de mi ordenador. Exagero un poco, pero sólo un poco.

La corrupción, la prostitución, la extorsión, y el juego, eran moneda de cambio que prevalecía frente a los denarios de Adriano, Marco Aurelio o Cómodo, por cierto, las fuentes pían: ni el primero tan esteta, ni el segundo tan filósofo, ni el tercero tan gladiador. Para la mayoría de los romanos, como para muchos de nosotros, la vida era una apuesta, y en ganar dinero, y en pensar en el dinero, se les iba, o se les va, el poco tiempo que les restaba, el que nos queda. Lean 'Historia Antigua de Roma' de Mary Beard, Premio Príncipe de Asturias de este año, y les aseguro que, por lo menos, aprenderán a defenderse.

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