PEDIR LA VEZ
NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 23 de septiembre 2015, 12:39
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NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 23 de septiembre 2015, 12:39
CONCUERDO plenamente con el que dijo que la cola -y no me refiere a la anatomía de nadie- era la expresión más pura de la civilización. Partiendo de la base que el ideal sería que la demanda se igualara a la oferta, no conozco nada mejor que este sistema. Sería fantástico que en los bancos, supermercados, correos, oficinas hubiese tantas cajas y personas que te atendiesen como solicitantes de servicios pero, claro, eso es pedir un imposible. No suele haber problema cuando los que requieren ser atendidos son menos que los que están allí para despachar. Claro que tampoco es el ideal: el ser humano tiende a ocupar su tiempo y, en esos casos, se produce naturalmente una mayor confraternización entre los que esperan que alguien acuda. Este fenómeno es incompatible con la bienvenida al osado que viene con su problema y más acorde con la indiferencia que se le profesa. En este mundo de medios limitados, lo más usual es que la demanda, especialmente de servicios públicos o semipúblicos supere a la oferta ya que, por esto de los recortes, los encargados de enfrentar al público son los justitos.
Los romanos, siempre los romanos, acuñaron una máxima: prius tempore potior iure: el primero en el tiempo es el mejor en el derecho. Esta aparentemente simple expresión es la base de todo el derecho hipotecario que tan de moda está en la actualidad. Se dice por ahí que la frase no aparece en ningún texto de los clásicos y que no obtuvo carta de ciudadanía hasta el Liber Sextus Decretalium de Bonifacio VIII que recopiló hasta casi 90 aforismos jurídicos, todos en latín, claro, que se siguen utilizando hasta hoy. Pero aunque admito que no puedo contradecir esta afirmación quiero creer que el origen está en el derecho romano y no en el derecho canónico.
No sé quién inventó la cola -que aquí donde estoy denominan fila, quizá por los recuerdos castrenses que dicha terminología trae aparejados- pero era un genio, de esos desconocidos que han cambiado el mundo, como el que discurrió que se podía acarrear más peso si se le echaba a rodar que si se le cargaba al hombro. La alternativa a esa fórmula es el tropel, el follón, el imperio de la ley del más fuerte o del más chillón que también sirven las cuerdas vocales y la mala educación para tener preferencia. Hemos visto escenas de pánico o de necesidad, real o imaginaria, donde todos se abalanzan en busca de comida o de una plaza en un bote salvavidas o de un billete en un avión cuando hay huelga de pilotos, o de controladores, o de personal de tierra, o de azafatos. ¿Quién no ha visto películas y documentales sobre la evacuación de los americanos de Vietnam cuando despegaban los últimos helicópteros con ciudadanos colgados, literalmente, de esos hierros que les sirven para posarse. Nadie me negará que entonces se retrocede siglos y milenios en la evolución de la humanidad que en nada fundamental se distingue de una jauría, de un hatajo, de una piara.
Para que funcione la cola debe haber disciplina y cultura. Y, a veces, en determinados lugares, brilla por su ausencia. Nunca falta el simpático que se cuela so pretexto de que ya ha sido atendido o que sólo tiene una preguntita -como si a los demás nos llevase allí otra cosa- y, claro, las buenas maneras de quien está al otro lado de la mesa, hace que el intruso se salga con la suya. Otro problema que se produce es el de las colas dobles o triples porque no sé ustedes pero yo siempre me pongo en la que menos avanza.
Y hay otro inconveniente. Que evoca automáticamente un valor negativo: la cola del paro. Una licencia literaria porque generalmente se transforma en un numerito de esos que expenden gratuitamente las máquinas colgadas a la altura de los ojos o unos aparatos electrónicos que imprimen un papel. Se espera que coincida el que se recibe con el de la pantalla pero, generalmente, más que coincidir, disuade porque tienes el 428 y están atendiendo al 36. A la cola del paro acudió hasta un ex senador muy conocido por sus avatares judiciales a enterarse, parece, sobre su derecho a la prestación.
Pero el colmo de la elegancia en esto de decidir a quién se despacha primero está en el pedir la vez. Esas mágicas palabras que echo de menos y que escucho en Marbella, ¿quién es la última?
Evidentemente para situarse a continuación. Los últimos serán los primeros.
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