¡Sigamos riendo!
Esos dibujantes asesinados desafiaron el dogmatismo, negándose a pedir perdón por su risa...
Teodoro León Gross
Viernes, 9 de enero 2015, 12:57
La risa es uno de los grandes sinónimos de la libertad. Y si la risa se identifica con la libertad es por su potencia para desacralizar todo, para burlar el orden. Por eso enerva a los dogmáticos. Ese es el leitmotiv de la trama estupenda de 'El nombre de la rosa', donde el venerable Jorge de Burgos definía la risa como un viento diabólico: «La risa mata el miedo; y sin miedo no puede haber fe». Pero el ser humano emancipado en la modernidad sabe que puede reírse de todo, incluso de Dios. El cristianismo maduró dejando atrás la oscuridad, como admitió Ratzinger, aunque siempre haya una caterva resistente contra el espíritu laico de la razón. De hecho, hay una metáfora en la novela de Eco que ahora adquiere todo el sentido: la polémica de 'El nombre de la rosa' retrataba la Edad Media de Europa; los asesinatos en Charlie Hebdo por unas caricaturas de Mahoma en el siglo XXI retrata a una religión que no acaba de salir de su Edad Media.
El atentado contra la revista satírica escenifica el conflicto entre civilización y barbarie, humanismo liberal y dogmatismo teocrático, tolerancia y totalitarismo. Disparar sobre los caricaturistas es atentar contra valores esenciales. No se trata exactamente de una guerra, aunque un buen puñado de ensayistas fantaseen apocalípticamente con la derrota de Europa bajo el yugo islámico, de Oriana Fallaci a Eric Zemmour. De hecho los estudios serios constatan que el Islam progresa hacia la secularización, aunque con sus tensiones contrarreformistas y sus clérigos tridentinos. De hecho la mayoría de víctimas del islamismo criminal, de Al Qaeda al Estado Islámico, son musulmanes. Y todas las organizaciones musulmanas han condenado el atentado. No, esto no es una guerra, pero Europa sí tiene que sacudirse los prejuicios y asumir que no cabe un relativismo suicida con su identidad. La democracia no puede titubear.
En un discurso emocionante, el gran Philippe Val, director de Charlie durante años, decía tras el atentado: «He perdido hoy a todos mis amigos. pero nunca dejaremos de reír». Esos amigos asesinados desafiaron el dogmatismo, negándose a pedir perdón por su risa, y han pagado caro el desafío. Pero tenían la razón de su parte. Esa risa es Ilustración, pensamiento crítico frente a la 'sumisión', como titula Houellebecq su novela sobre una futurible victoria electoral islamista en Francia. La risa -no la vis cómica sino la ironía desacralizadora, como aquellas portadas de Charlie que no provocaban carcajadas sino libertad- es un motor de la tolerancia. Claro que si la risa mata el miedo, el terror trata de restaurar éste. Morirán periodistas degollados y ciudadanos por la onda expansiva de una bomba o la ráfaga de un Kalashnikov, pero eso no puede derrotar la superioridad moral que Thomas Hobbes asocia a la risa en 'Leviatán'. Hoy, sí, es un mandato europeo seguir riendo.
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