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Txema Martín
Viernes, 23 de octubre 2015, 13:00
La de Maurice Sachs es una historia marcada por el sabotaje, una vida colmada de disparates morales que le tuvo a él como principal víctima, motivado por una sofisticada forma de egoísmo. Es una personalidad maldita y putrefacta, responsable de una cronología en la que reinan la traición, el robo, la estafa, el proxenetismo, el tráfico de menores y una afición impaciente por el lujo, el alcohol, otros vicios y muchas frivolidades que se sitúan a medio camino entre la picaresca y la atrocidad. Maurice Sachs era homosexual, judío y no le interesaba lo más mínimo la política, pero ninguna de estas condiciones le impidió colaborar con el régimen nazi durante los años de la ocupación de Francia. Lo hizo solamente para ver qué sacaba. No es, por lo tanto, eso que podríamos considerar como una buena persona.
Sin embargo, era un interesantísimo escritor. Su cultura y unas provechosas amistades en la Francia de entreguerras le permitieron ser además testigo de una época fabulosa que narra con un estilo crudo y cínico, pero elegante. El Sabbat. Recuerdos de una juventud tormentosa es una autobiografía de aquellos años en los que París era una fiesta, un libro imprescindible que acaba de traducirse al español por primera vez gracias a la iniciativa del Instituto Municipal del Libro (IML), cómplice con la editorial Cabaret Voltaire en este múltiple acto de valentía. La edición, una de las escasas oportunidades de leer a Sachs en castellano, viene traducido por Lola Bermúdez Medina y prologado por Alfredo Taján, que ya nos advierte que profundizar en la vida y en la obra de Sachs es ahondar en las miserias del ser humano.
Venido de una buena familia venida a menos, de un núcleo desordenado de la alta sociedad que sobrevivía a una amenaza constante de suicidio, es fácil imaginar que Sachs se sintiera una especie de paria con una innata vocación por el hurto, pero quizás ni siquiera se detuviera demasiado en ello. Marcado por un pedestre sentido de la supervivencia, toda su vida fue una terrible huida hacia delante con fatales resultados. Terminó mintiendo a los militares nazis con los que había alimentado mediante chivatazos y efebos y fue asesinado por ellos pero, hasta entonces, en un desarrollo nihilista y amoral, desarrolla una notable falta de escrúpulos. «Heredé de mi abuela una forma de egoísmo (la más dura) que es, en el fondo, una especie de indiferencia». Engañó a casi todos sus amigos, desde Coco Chanel hasta el mismísimo Jean Cocteau, al que tanto admiraba, otro mago iluminado en su momento por el IML con la publicación de su cuaderno marbellí, El cordón umbilical.
Pero, además de una pluma portentosa, Sachs tuvo el privilegio de ser testigo de la época más turbia de la cultura y las letras francesas. Parafraseando a Chateaubriand, en una de las decenas de citas del libro, «yo soy mi propio obstáculo y estoy siempre en mi camino». Pero qué camino. Casi toda la obra de Sachs -y El Sabatt es uno de sus cúlmenes- estuvo inspirada en su experiencia, en el desastre de su vida íntima. En este sentido, su literatura es una especie de confesión que relata con ironía y sinceridad, y escribe una página entera en la historia de la literatura maldita.
París Siguió de fiesta
Pasados aquellos años en los que la juventud era un perpetuo estado de embriaguez, durante la ocupación hay escrita toda una leyenda rosa de resistencias que se pone a menudo en entredicho. Algunos, como Sachs, el manifiestamente antisemita Céline o Coco Chanel fueron señalados como colaboracionistas, pero apenas se ha dicho nada de otros ilustres miembros de la cultura gala que se quedaron en Francia como si la cosa no fuera con ellos. Queremos pensar que la obra prevalece sobre la persona, por eso seguimos admirando las canciones de la Velvet Underground aunque sepamos que Lou Reed no trataba bien a las mujeres. Pero hay algunas veces, como en Sachs, en las que esas circunstancias se entrelazan y se mezclan, provocando una fusión inexacta de asco y fascinación.
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