Un soplo de aire fresco

Con los formatos de 'talent shows' culinarios masivos agotados en cuanto al modelo, más centrados en el histrionismo y las relaciones entre concursantes que en sus habilidades, y usados como soporte para la venta de productos y servicios, Netflix se ha convertido en el último reducto para quienes buscan contenidos relacionados con la gastronomía que, sin abandonar el ánimo de entretenimiento, aporten algo de sorpresa y descubrimientos culinarios. La última incorporación de la plataforma es el concurso de factura británica 'Crazy delicious', traducido al español como 'Manjares divinos', aunque el título original le va mejor a la locura onírica de un decorado que nos devuelve la fantasía de la fábrica de chocolate de Willy Wonka, esta vez en forma de un jardín del edén colorido hasta decir basta y repleto de manjares. Como presentadora, la actriz Jayde Adams destroza los estereotipos con su generosidad de carnes, sentido del humor y abrazos maternales a los concursantes, y el jurado, compuesto entre otros por Heston Blumenthal, es franco, certero y didáctico, pero nunca hiriente en la crítica, y disfrutón y generoso ante los buenos hallazgos. Pero tal vez lo más interesante de todo sea la selección de los concursantes. Cocineras y cocineros aficionados pero capaces de hacer cosas asombrosas con la comida, y cada cual con su estilo. Hay veganos comprometidos, obsesos de la barbacoa y artistas de la composición. Ante cada propuesta, los contendientes gozan de total libertad para interpretar los encargos; el único mandato es que sus excesos imaginativos vuelvan loco al jurado. Y para evitar la parte de enredos personales, en cada capítulo cambian los aspirantes. También se agradece la corta duración de los capítulos; 45 minutos son más que suficientes. En definitiva, una deliciosa locura televisiva, que puede no llegar a todo el público, pero al menos demuestra que aún se puede sorprender.