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De pequeña, su merienda favorita era pan con chocolate. Desde entonces, Rocío Bonilla soñaba con tener algún día una cafetería que se llamara Pan y ... Chocolate. Y ya se sabe que los sueños están para cumplirlos. Ella lo hizo el 28 de marzo de 2013 junto a su 'cómplice' Inés Ledesma. Once años después, ambas siguen al pie del cañón de este pequeño oasis en pleno centro de Fuengirola. Aunque por cuestiones burocráticas tuvieron que rebautizarlo.
Hoy, como San Chocolate -en honor a aquel sueño y a la calle (San Pancracio)-, se han convertido en un referente indiscutible de los desayunos y meriendas en la Costa del Sol. Tanto que hace apenas dos meses abrían un nuevo local a pocos kilómetros, en Los Boliches (avenida Jesús Cautivo esquina con la calle Maestra Concepción Guidet). Aquí, básicamente para obrador y una pequeña tienda con barra por si el antojo no puede esperar.
Eso sí, si tienen tiempo, lo mejor es acoplarse en una de las variopintas mesas y sillas de la 'casa madre', en la calle San Pancracio, una antigua herrería que Bonilla y Ledesma transformaron prácticamente en un hogar, con su patio, su sofá, sus libros, sus discos, el aparador de los años cincuenta, el coqueto termo de la abuela y hasta un piano al que ya se ha sentado más de una mano privilegiada.
No son pocos los músicos que se ven a menudo en San Chocolate. La propia Rocío Bonilla ha hecho sus pinitos en el gremio como cantante. Ahora más centrada en canalizar ese lado artístico en las paredes de la cafetería (en forma de lámparas o arte textil decorativo) y, por supuesto, en la carta. «Yo soy el lado más creativo del tándem», reconoce risueña esta profesional de la producción artística reconvertida en empresaria de hostelería junto a Inés Ledesma, amiga de toda la vida que también dio un giro a su día a día hace once años y cambió la clínica de fisioterapia en la que trabajaba por el obrador.
A un buen puñado de vocación, añadieron otro tanto de formación y la receta cuajó. Prácticamente de sol a sol. Pero felices. «Con ganas de volver» cuando descansan. De hecho, sus escapadas tienen como principal motivación la gastronomía. Son una de sus fuentes de inspiración. Otra, y principal, sus raíces. «Queremos garantizar que lo que comes aquí tiene nuestro sello especial de abuela». Así reza en la carta, donde hacen toda una declaración de intenciones: «Nos encargamos concienzudamente de que nuestros productos e ingredientes sean de lo bueno, lo mejor».
Leche ecológica; tés e infusiones orgánicos; carne, fruta y verdura de comercios de barrio; los huevos (del orden de entre nueve o diez docenas al día), del proveedor de confianza, lo mismo que el café de especialidad, colombiano de procedencia y tostado en Málaga (también lo venden, como los tés), y del que no se despegan después de once años.
Aseguran que no compran al por mayor ni productos procesados. «Todo lo hacemos a diario», advierte Bonilla sobre una carta cuyo «fuerte» está en los desayunos y las meriendas, con batidos y zumos naturales, una quincena de propuestas para acompañar el pan, varios tipos de huevos revueltos, yogur con cereales, cruasanes rellenos y, para los más golosos, distintas tartas (elaboran en torno a treinta cada día), rolls y, por supuesto, pan con chocolate «como lo hacen las abuelas». Además de las sugerencias diarias.
Quien vaya a mediodía, también puede almorzar. Hay donde elegir. Desde hummus y ensaladas, hasta quiches, focaccias, empanada, waffles salados (también los tienen dulces) o bocadillos mestizos. Todo un crisol de culturas. También mucha esencia, tirando de recetas familiares. Una satisfacción más. Otra, ver hecho realidad un sueño que empezó por dos y al que se han incorporado ya otras doce personas. Algunas de ellas casi desde el principio.
«Es importante que todos estemos implicados y motivados por igual porque luego eso el cliente lo percibe, y entonces volverá o no». Siempre lo han tenido claro. Desde el minuto uno. «Cuidar» a la plantilla tenía que ser clave. Además de la personalidad del proyecto: cien por cien casero, en un entorno acogedor, original, en el que querer repetir.
A ello han ido añadiendo alicientes, como las tartas por encargo o los desayunos a domicilio, que llegaron con la pandemia para quedarse (de momento, sólo en el radio fuengiroleño). Siempre están «ideando». Tanto es así que cuentan con una segunda marca: Manuela Brown, en este caso de ropa. Otra forma de arte. Porque, en el fondo, es uno de los pilares de San Chocolate. No sólo se refleja en el ambiente y la decoración, también en forma de exposiciones y conciertos.
«Nuestra intención siempre ha sido ofrecer una experiencia, no sólo un sitio donde desayunar o merendar». De ahí que dieran con la tecla del éxito desde que abrieron. «Todavía nos cuesta creer que venga gente de Granada o de Córdoba para conocernos. Es una satisfacción enorme». Influyen las más de 2.500 reseñas que tienen en Google. Para ellas, el boca a boca ha sido fundamental.
No es de extrañar que llenen a diario, especialmente los fines de semana, cuando es habitual tener que guardar cola. Pero la espera se compensa dentro. También si van con perro. «Aquí todo el mundo es bienvenido, de hecho tenemos clientes de diferentes perfiles y edades, y eso nos encanta». Muchos son fieles desde los inicios. Entre ellos, algún que otro rostro conocido. Aunque la legión de seguidores continúa creciendo. Ha dado de sí aquel pan y chocolate... Y aspira a seguir dando mucho más.
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