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Duralex y la nostalgia

GASTRO REFLEXIONES ·

Sábado, 3 de octubre 2020, 00:28

A quienes nos criamos tomando la leche, la sopa y los huevos pasados por agua en sus vasos, platos y tazas, la quiebra de Duralex nos ha dejado un pellizco en el corazón. Tanto, que las ferreterías, tiendas de menaje y almacenes con existencias de algunas colecciones respiran con alivio porque al fin van a darles salida. En Internet se ha disparado la compraventa de piezas, y ya supondrán que quienes pujan no son las usuarias de toda la vida, sino sus hijos y nietos, ávidos de atrapar un fragmento de su infancia. El hecho de que la construcción de nuestra identidad se sustancie en el acaparamiento de objetos es, paradójicamente, uno de los motivos del declive de esas empresas cuyo valor máximo era fabricar algo para toda la vida. Duralex ha resistido casi 90 años. Prosperó con la irrupción de la clase media tras la Segunda Guerra Mundial. Clase media que, a diferencia de las clases pobres de las que emanaba, ya se podía permitir poseer una vajilla para las grandes ocasiones (esa sí que duraba, porque no se usaba casi nunca), y otra para diario, que, a cambio de ser económica, resistente y de calidad, podía permitirse no pasar del aprobado raspado en estética.

Hoy las cosas no funcionan así. La posibilidad de poseer muchos objetos independientemente de la condición social o económica se ha democratizado. Los costes ínfimos de producción y el descuido en la calidad de los materiales o, incluso, la obsolescencia programada, alimentan un modelo económico cuyo motor es el consumo per se. Duralex ha muerto, viva Ikea o el chino del barrio, donde encontraremos vajillas resultonas sin que importe que duren mucho o poco. ¿Y el modelo, durará? Pudiera suceder que esta cruel pandemia llevara a racionalizar el consumo de objetos y recursos naturales, a devolver un cierto valor a las pertenencias y a que Duralex encontrara un inversor para hacerla viable. Pero, ¿usaremos de nuevo esos platos?

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