Control de plagas

Las influencias, préstamos y contagios entre cocineros (domésticos y de restaurantes) existen desde que la cocina es cocina. Pero hoy, cuando cualquier novedad da la ... vuelta al mundo en un instante, somos más proclives a la copia de ideas brillantes que, a fuerza de repetirse, terminan cobrando la dimensión de plaga. Hemos hablado antes de este fenómeno, pero el mundo gira cada vez más deprisa, y si la reducción de Módena tuvo un reinado largo, las nuevas modas se amontonan sin que todavía sepamos si alguna terminará por transformar para siempre un plato (¿será el caso de los arroces convertidos en lienzo para pollos asados, carnes al punto y cuadros de verduras, tan propicios para fotografiar y compartir en redes?) o si será un viento pasajero (¿Caerán en el olvido la croqueta-niguiri, el velo de tocino ibérico, el flan de la abuela?) Hagamos un repaso. Si el restaurante tiene un ticket alto, solo los postres se librarán del topping de erizos y/ o caviar. Pero en la tendencia actual a la simplicidad, el rey indiscutible es el huevo frito. Tras las estrecheces de postguerra, en las casas pudientes españolas se estilaba rematar cualquier plato con un huevo frito para añadirle «sustancia». De ahí que por ejemplo en Málaga se revolvieran huevos con chanquetes, lo que resultó ser una feliz idea. Pero hoy, desde un steak tartar hasta, por supuesto, cualquier fritura marinera o vegetal, tiene que llevar el huevo, de tal forma que hay sitios donde pides tres raciones y sobrepasas el cupo de toda la semana. Perdón si alguien se molesta, pero ¿De verdad le hacen falta a unos calamaritos frescos de la barca, o a unas gambas excelsas, un huevo frito, con o sin trufa? Un bombardeo solo superado por el de la tarta de queso cremosa en el centro. ¿Hay que repetirse hasta el aborrecimiento habiendo tanta variedad de producto y posibilidades? Un poco de control de plagas por favor. Viva el sentido común y bendita sea la sorpresa.