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Tuvo que ser un maldito golpe en la cabeza. Como le sucedió a su íntimo amigo Gallardo hace 31 años y medio. Rivas, José Antonio Rivas, nunca olvidó que aquel 21 de diciembre de 1986 él, precisamente quien lo recogía a diario en Torremolinos para llevarlo y traerlo en coche, fue quien cedió atrás la pelota en la acción que originó el fatal golpe del delantero céltico Baltazar con el recordado portero. El destino no ha podido ser más fatídico y ahora Rivas, aquel zurdo maravilloso que llegó donde debió hacerlo antes su hermano Pedro, ha fallecido también tras una severa lesión cerebral víctima de otro desafortunado accidente, sufrido en la tarde del lunes tras caer de una escalera mientras pintaba, y también en el hospital Carlos Haya.
A Rivas le costó muchísimo recuperarse anímicamente del trágico fallecimiento de su gran amigo. Era un tema tabú del que nunca hablaba en público y que nunca tocábamos los que conocíamos aquellas circunstancias. Pero, cuando logró sobreponerse, se consagró en el Málaga como el futbolista que se esperaba: un centrocampista con trabajo, llegada, calidad y un disparo con la izquierda desde la frontal como muy pocos han lucido de blanquiazul (incluso mejoró a Jose, que parecía difícil). Sólo una lesión de tobillo y, sobre todo, unos problemas congénitos de espalda impidieron que fuera algo más que capitán en La Rosaleda. Le echaron el ojo el Barcelona, el Sevilla y, especialmente, el Atlético de Madrid, pero los negociaciones no cuajaron.
José Antonio Rivas Espada tenía 55 años (cumplidos el 23 de abril), pero en absoluto los aparentaba. Tenía un imponente aspecto físico gracias a la pasión en la que se refugió tras la prematura retirada del fútbol, recién cumplidos los 30 años: el golf. Tenía un 'handicap' muy bajo y solía ganar torneos en la provincia. «Jose tiene otro nivel...», suele decir otro exmalaguista al que también fascina este deporte, Salguero. «Ahora mismo los aficionados del Málaga no sabrán ni quién soy, no se acordarán de mí; eso sí, en los campos de golf me conoce casi todo el mundo...», bromeaba hace unos años en la Redacción de SUR con motivo de un reportaje sobre su trayectoria.
Que el destino no puede ser más fatídico se refleja no ya en las circunstancias del fallecimiento de Rivas y el inevitable recuerdo por lo sucedido con Gallardo. Aún hay más. El centrocampista se estrenó en el primer equipo malaguista en un partido inolvidable, el 16 de mayo de 1982, en aquella goleada al Recreativo de Huelva por 5-1 que sirvió para certificar el ascenso a Primera. Esa tarde Antonio Benítez, que andaba como loco por hacerlo debutar, lo introdujo en el campo en el minuto 82. Y no sólo a él. Se marcharon Serrano y Jose, y los sustituyeron Rivas... y Aracena. Este último, otra de las perlas de la cantera, falleció no mucho después en un trágico accidente de moto.
Rivas se asentó en el Málaga después de curtirse en el filial. Benítez, que siempre exigía llegada a los centrocampistas (ahí están los registros goleadores de Canillas o Martín), sabía que estaba llamado a ser importante en el Málaga. No se equivocó. En la temporada 86-87, marcada por la fatalidad de Gallardo, el futbolista de Arroyo de la Miel, dio todo un ejemplo de pundonor: pese al tremendo mazazo anímico (para él, más que para nadie), disputó 39 partidos y fue clave en la permanencia en aquella campaña interminable por el invento de los 'play-off'.
Fue en la siguiente, en el 'Supermálaga' de Juanito, Esteban y Kubala, cuando Rivas deslumbró por su capacidad goleadora (11 tantos en sólo 25 partidos). Los problemas físicos ya empezaban a darle la lata. Una lesión de tobillo lo obligó a marcharse a Galicia junto al masajista Javier Souvirón para someterse a un tratamiento con hierbas. Luis Costa tenía mucha fe en él porque Pineda, gran amigo del técnico y también vinculado a Arroyo de la Miel, le había advertido sobre las cualidades del centrocampista.
Pese al calvario con los problemas físicos, Rivas hizo de tripas corazón. Una vértebra se le salía a menudo y jugó muchos partidos infiltrado, demasiados. En la historia queda que fue el autor del último gol del Club Deportivo Málaga como equipo de Primera, el 1-0 ante el Español en la vuelta de la promoción en junio de 1990. Estuvo un año más como blanquiazul y en julio de 1991 tuvo que marcharse injustamente por la puerta de atrás (en nueve temporadas había disputado 162 partidos). Decidió aceptar la oferta del Sabadell en una aventura junto a otro gran amigo 'del Arroyo', Añón. Allí coincidió con un joven sampedreño, Almagro, y allí decidió que así no podía seguir, con permanentes problemas físicos que no le impedían disfrutar. Optó por 'colgar las botas'.
En el último cuarto de siglo Rivas se desvinculó del fútbol y del Málaga. Pese a que llegó a ser capitán, era demasiado humilde y poco amigo del protagonismo («ya sabes que me gusta muy poco salir en el periódico», me solía decir). Era, lo que parecía muy difícil, mejor persona y mejor compañero que futbolista. Por eso coleccionó luego tantos amigos en el mundo del golf. Ellos lloran su repentino fallecimiento por un desgraciado accidente, pero también lo hacemos los que disfrutamos de aquel gran centrocampista que se ruborizaba por los elogios y de su cercanía. Inolvidable Rivas. El sepelio será esta tarde.
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