Los vecinos de Los Asperones hablan de su futuro traslado: «Queremos dar otra vida a nuestros hijos»
No es inminente, pero nunca ha estado tan cerca y los habitantes del barrio ya se ven fuera. Están ilusionados, pero también sienten vértigo. Y ése es el reto de los poderes públicos: darles seguridad
«Yo estoy loca por irme. Tengo cuatro niños y quiero darles una vida mejor», afirma Marina Martín, de 39 años, que regenta el burger de Los Asperones, y es madre de cuatro hijos de 5, 13, 15 y 19 años. A primera hora, muchos niños y sus madres hacen parada aquí para comprar el bocadillo del recreo en el cole. El paisaje de la calle María de la O minutos antes de las nueve es como el de cualquier barrio –aunque éste está más destartalado, más sucio y más dejado que otros–: madres (más que padres) y pequeños con cara de sueño cargados con mochilas.
Marina Martín no nació en el barrio, a diferencia de otros muchos vecinos, sino que se mudó ahí después de casarse con Santiago Cortés, fontanero, «oficial de primera», presume. Ahora la historia se repite y en el patio de su casa están construyendo otra vivienda para que su hijo mayor, que está finalizando un grado superior en programación, se instale ahí con su novia. La chica es de fuera del asentamiento. Porque los cuatro hijos de Marina y Santiago no estudian en el barrio y sus amistades no son de Los Asperones. «Yo siempre he dicho a mis niños que no tienen porqué negar que son de aquí, pero al ver dónde viven sus amigos, les da vergüenza, y cuando han tenido que hacer un trabajo del cole en grupo, aquí nunca han venido, he sido yo la que les he llevado a las casas de los compañeros. Yo lo puedo tener todo muy bien dentro, pero mira todo lo que hay alrededor…», reflexiona Marina Martín, así que concluye: «Ay si mi casa me la cogieran y me la pusieran en otro lado…».
«Yo siempre he dicho a mis niños que no tienen porqué negar que son de aquí, pero al ver dónde viven sus amigos, les da vergüenza, y cuando han tenido que hacer un trabajo del cole en grupo, aquí nunca han venido, he sido yo la que les he llevado a las casas de los compañeros»
El Ayuntamiento de Málaga y la Junta de Andalucía acordaron hace unos días pedir financiación al Gobierno central para el realojo de los vecinos de Los Asperones a otro lugar. La nueva ley estatal de vivienda contempla ayudas para erradicar el chabolismo, las zonas degradadas y las infraviviendas. Pero cuando SUR pregunta a los habitantes de este asentamiento que, a su vez, nació en el marco de otro programa de erradicación del chabolismo y con vocación provisional –larga provisionalidad la de estos casi cuarenta años–, si bien la mayoría quieren irse, también surgen algunos desacuerdos y 'peros'. Porque incluso Santiago Cortés discrepa de su esposa, Marina Martín: a él, que ha pasado ahí toda la vida, le gustaría quedarse. «Pues nada, que él se quede, que yo me voy», ríe ella.
Jesús Moreno, de 31 años, que se dice cantaor de profesión y que muestra un vídeo musical en el móvil para demostrarlo, va al burger a por el desayuno e irrumpe en la conversación: «Que nos dejen aquí y pagamos todo, el agua y la luz. Pero que nos lo arreglen». Y lanza, tirando de ironía, mientras señala las grúas y los edificios en construcción que hay cruzando la carretera: «Ahora que vamos a tener vecinos, se acuerdan de nosotros. Nos han tenido olvidados toda la vida y ahora ya sí les importamos». Cristóbal Ruiz Román lideró un equipo de la Universidad de Málaga que investigó en profundidad el barrio, lo que dio lugar al libro 'Voces que no(s) cuentan' premiado por Cáritas, y revela: «A nosotros nos decían que no les gustaría que el realojo fuera por necesidad urbanística, porque ahora la ciudad se esté extendiendo. Preferían que respondiera a la buena voluntad de las instituciones».
En una casa o en una chabola
Otro intercambio de opiniones tiene lugar a la puerta del colegio: «Sí, por favor, realojo inmediato. Yo quiero una vivienda digna», dice una mujer. Otra le contesta: «Pues yo no me quiero ir». Y la primera salta: «Eso es que tienes mucho dinero». La pareja que forman María Dolores Campo y Francisco Rufino Cortés da una clave: la desigualdad que hay en el barrio, también en éste, porque hay familias que viven en casitas y otras, como la suya, que sólo disponen de una chabola sin cuarto de baño, sin fregadero, sin lavadora… «Nos vinimos porque no teníamos otro sitio, así que si nos quitan de aquí, encantados; ahora no hay más que bichos y ratas. Un alquiler bajito sí podríamos pagar. Estamos hartos de estar aquí como los animales, sin farolas… por eso al final la gente se irrita –a eso atribuyen los arranques violentos que a veces se producen–… Nos mojamos cuando llueve y a veces nos vamos a Vialia a dormir. Los que tienen una casa bien pueden aguantar un poco más, pero en una chabola… no podemos disfrutar ni de los nietos; no pueden venir a pasar el fin de semana porque no tienen dónde lavarse», explican.
Antonio Ricardo Vargas tiene más de 50 años y también está harto de vivir en el barrio: «Aquí no hay vida. Cobro el ingreso mínimo vital. Tuve suerte. Ahora ya no me cogen en ninguna parte. Cuando tenía 25 años sí trabajaba. Que Pedro Sánchez nos dé un piso y el que quiera quedarse que se quede. Yo llevo cuarenta años aquí. Ya he tenido suficiente», ironiza.
«Aquí no hay vida. Que Pedro Sánchez nos dé un piso y el que quiera quedarse que se quede»
Luisa Santiago, de 17 años, ya ha salido del barrio. O casi. O tiene clarísimo que en Los Asperones no se queda. Da igual si hay realojo, o no. La chica ya se está reubicando. Con vistas al nuevo curso, ella, que estudia Técnico Superior de Enfermería, se alojará en la Residencia Andalucía de El Atabal. «Aquí qué voy a hacer, no se puede estudiar», afirma: no tiene un sitio donde concentrarse. «Mi vida está fuera de aquí y espero que la de la mitad de los niños, también. Yo he podido vivir en los dos sitios, fuera y aquí, y somos iguales pero… no tanto… se nota en la forma de vivir, hasta en la manera de comprar. Yo me adapto, aquí no se está tan mal, pero para quienes hemos nacido aquí; si alguien acostumbrado a lo de fuera se tiene que venir... uf», comenta. Sally Cádiz, de 32 años, cree, efectivamente, que sus hijos tendrían más oportunidades en otro sitio. También podrían disfrutar de otra limpieza: «No pueden jugar en la calle, no tienen ni parque».
Ratas que salen de los enchufes
Unas madres llevan a sus niños a la escuela infantil: «El barrio está lleno de ratas que salen hasta de los enchufes. No hay vida para los niños. Nada más que me digan que hay que salir, me voy con los ojos cerrados. Capaz que haya alguno que no se quiera ir», comentan, todas de acuerdo.
Precisamente, la joven pareja que forman Custodio Fernández y Saray Escobedo quiere irse por sus dos hijos, de dos y seis años: «Para que cambien de ambiente, para que no se críen aquí. Seguro que en otros barrios no se ven tanta droga y tan malas costumbres». Y sobre la casa que les gustaría que les otorgaran, él pide que sea con patio, una casa mata, que quiere tener animales. «Pero yo me hago a un piso sin problemas, ¿eh? Porque es que ahora los niños no tienen ni un parque donde jugar. No hay nada para los niños, así que en el verano lo único que podemos hacer es malgastar agua y llenar la piscina de plástico», explica. Para el realojo, Custodio pone otra condición que repiten otros vecinos: «Queremos salir, sí, pero que no nos lleven a todo el barrio junto a otro lugar, porque si no se convertirá otra vez en lo que es esto». Los vecinos mantendrían el estigma que portan: «Sólo por decir que vivimos aquí ya piensan que somos conflictivos, y no». El profesor Ruiz encuentra el sentido de estas palabras: los vecinos se sienten en un gueto y quieren romper con eso e integrarse en la ciudad, «vivir con todos».
Los habitantes de Los Asperones son muy conscientes de que algo se mueve en el barrio porque Cruz Roja ha ido hogar por hogar para preguntar cuánta gente reside en cada casa, cuántos trabajan y también para revisar la situación de cada inmueble… Saben además que la reubicación no será de un día para otro. Se comenta que quizás para 2030. El alcalde, Francisco de la Torre, explicó hace unos días que el realojo será gradual y que las actuaciones serán discretas: sólo se informará cuando esté todo prácticamente hecho.
«¿Y si nos quedamos en la calle?»
Algún vecino de Los Asperones ya ha deslizado alguna condición al realojo: que no los trasladen a todos juntos. Macarena Heredia, que fue de las primeras en llegar a Los Asperones procedente de las chabolas de Portada Alta, está de acuerdo y añade otra: es gitana, pero no quiere vivir con gitanos, quiere irse con payos (o, en palabras de Ruiz, «vivir con todos»). Y también se pregunta cómo va a pagar la casa: «Necesito una paga». Y sí, desliza un temor: si hay mucha gente que vive un poco a salto de mata, de la chatarra… «igual no nos podemos ir, porque cómo pagamos la casa. Y si nos echan, ¿dónde nos vamos a ir?». Esa misma inquietud muestra otra de las hermanas Cádiz, Virtudes: «Queremos dar otra vida a nuestros hijos, que vean otro mundo. Otra clase de sociedad no les vendría mal. ¿Pero cómo lo hacemos si no tenemos para pagar, si muchos vivimos de la chatarra, los cartones o de vender un puñado de ajos? Igual nos vamos y nos terminamos quedando en la calle». Destacan la necesidad de integrarse en el mercado de trabajo: «Sólo tengo 37 años, puedo trabajar», dice Virtudes.
«No tenemos luz, no hay farolas. He tenido que acompañar a mi hija con la linterna del móvil hasta el metro esta mañana. Aquí sabemos que no tenemos futuro, pero quizás antes de echarnos, nos pueden arreglar las casas»
Virtudes Cádiz pone sobre la mesa la precariedad habitacional que sufren porque de la casa originaria de la que fue beneficiaria su madre ahora han sacado tres viviendas para las tres hermanas. En todos estos años, en las casi cuatro décadas que tiene de vida el asentamiento, la gente se ha reproducido, la cifra de habitantes ha aumentado y ha tenido que ampliarse el precario parque inmobiliario del barrio, con una más o menos torpe autoconstrucción según lo hábil que sea el improvisado albañil. La tercera hermana, María Cádiz, da fe del abandono: «No tenemos luz, no hay farolas. He tenido que acompañar a mi hija con la linterna del móvil hasta el metro esta mañana. Aquí sabemos que no tenemos futuro, pero quizás antes de echarnos, nos pueden arreglar las casas por dentro y también por fuera. Es que a muchas si les das un puñetazo se caen abajo».
Quien quiere quedarse
También hay quien se quiere quedar. Por ejemplo, José Moreno, de 34 años: «Prefiero vivir aquí, en mi calle, en Los Asperones, antes que en Capuchinos». A este último barrio se mudó su madre cuando le tocó una vivienda social. Pero él en un piso no se ve. «De Los Asperones siempre sale lo malo, pero yo tengo 34 años y llevo ya trece cotizados. Mi mujer también. Mi hermana lleva veinte años de limpiadora en el colegio. He sido camarero, he fabricado chuches, he estado en la obra, soy jardinero y he trabajado para el Ayuntamiento de Fuengirola. Ahora estoy en Primor y cobro 1.300 euros. Yo no sé por qué la gente no nos ve como la gente trabajadora que muchos somos. Ni por qué a mí en mi trabajo me dicen que no me pega vivir en Los Asperones. En todo mi entorno, en mi calle, somos trabajadores de Limassan, de Eulen...», explica.
«No me gusta que a quien se saque el graduado le pongan una estrella. ¿Quiénes pensarán entonces que vivimos aquí?, ¿animales?, ¿cómo piensan que se crían aquí los niños?»
«Mi opinión es que hay a quien le interesa tener a gente marginada para tener un trabajo. Pero nosotros somos normales y corrientes. No me gusta que a quien se saque el graduado le pongan una estrella. ¿Quiénes pensarán entonces que vivimos aquí?, ¿animales?, ¿cómo piensan que se crían aquí los niños?», sigue. Y se queja de que esas pocas calles que conforman el asentamiento sean terreno sin ley, deslizando que ellos son vecinos a los que no se respeta: «Si me voy al monte, o a Teatinos, y dejo escombros, me multan; aquí no pasa nada. Pero prefiero que nos arreglen el barrio y nos pongan un Mercadona a que nos muevan», zanja. Muchos se quejan de que a Los Asperones la gente va a dejar escombros, basura. El propio barrio se construyó cerca del vertedero, de un desguace, de una perrera, del cementerio. Ahora, como dice el director del colegio María de la O, Patxi Velasco, «hay una deuda de maltrato» que saldar con estos vecinos.
«Aquí hay que aplicar mucha IA: integración y acompañamiento»
Patxi Velasco es el director del colegio María de la O, en Los Asperones, pero es mucho más que eso. Es una persona a la que todo el barrio recurre. Luisa Santiago, de 17 años, cuando la aborda SUR, está yendo a pedirle libretas para el nuevo curso. Así que Velasco es una voz autorizada para hablar del futuro de su gente. Porque la conoce muy bien. Define lo que sucede en este área de la ciudad como «guetización» y «segregación» y afirma que existe una deuda de la ciudad con sus habitantes, a quienes se desplazó a finales de los años ochenta allí, a una zona en la que lo que había era desguaces de coches, el vertedero, el cementerio… los restos. La población está estigmatizada. Y tiene la autoestima minada. Ahora, comenta Velasco, «hay que aplicar mucha IA» ironiza: «No inteligencia artificial, sino integración y acompañamiento», para que los vecinos entren de verdad a formar parte de la ciudad. «Nos pueden decir que Málaga ya ha llegado aquí, pero no es verdad», defiende. «No hay que esperar la llave del Gobierno para resolver esta situación. Aunque también sorprende que sin tener las conclusiones del informe de Cruz Roja, sin tener el diagnóstico de la situación, ya se sepa por dónde va a ir la intervención. Porque el proceso tiene que tener su cadencia: hay que perseguir la integración social y laboral y atender también a la salud, porque tenemos muchos problemas de salud mental«, explica. »La mayoría de los vecinos se quieren ir de aquí, pero no a cualquier sitio«, afirma, aunque concede que también hay personas que se han adaptado a la marginalidad. Mientras tanto, él sigue trabajando, y esta mañana de septiembre está hablando de unas obras a emprender en la plaza que da entrada al colegio, para que sea más agradable y más segura para los escolares, los maestros y todo el vecindario, porque entero se da cita ahí cada día a primera hora y a mediodía, cuando lleva y recoge a los niños. Los Asperones tiene apenas unas pocas calles, los pequeños podrían ir solitos, pero van de la mano de sus madres -sobre todo de ellas-, pero también hay algún que otro padre. Es la estampa de un barrio cualquiera, sólo que éste está más abandonado, y aquí no se viene a pasear
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