El antes (1992) y el después (2024) de la cañada de Froncaire, en Tolox, tras reforestarla con 16.000 quejigos, ahora son 25.000. Pepe Quintanilla

El quejigal de la Sierra de las Nieves: un bosque milagroso que creció a la sombra del hombre

Más de 16.000 quejigos y 230 diques para evitar que se inundara la Costa, Málaga y el Guadalhorce forman parte de un ambicioso plan iniciado en 1991 que ahora finaliza la Junta en el parque nacional, y que demuestra que sí se puede luchar contra los elementos

Sábado, 7 de diciembre 2024, 00:26

Quien no ha subido al parque nacional de la Sierra de las Nieves y no ha visto los pinsapos, el sinigual abeto relíctico que se ... acantonó en estas montañas, tiene una cuenta pendiente. Los pinsapos estuvieron 'masacrados' durante años para la construcción de tejados y estructuras de las casas, para hacer carbón vegetal, mástiles de embarcaciones, traviesas para las vías de ferrocarril e incluso ejercieron de pinos de Navidad idílicos. Pero, los árboles nunca 'viajan' solos, y estos ejemplares formaban parte de un bosque biodiverso, en el que la peor parte se la había llevado el quejigo de alta montaña ('Quercus faginea subespecie alpestris'), que en los años 90 estaba en peligro de extinción y ahora es vulnerable, del que sólo había unos 4.000 ejemplares. Tanto como el pinsapo, pero el segundo ya agonizaba.

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El plan de lucha contra la erosión y la desertificación, que se puso en marcha en esa época, finaliza treinta años después: 16.000 nuevos quejigos , ahora hay unos 25.000 gracias también a la regeneración natural, que crecen mezclándose con una ingente masa de pinsapar y 230 diques y albarradas, que evitan que la fuerte erosión provoque que se inunde el Guadalhorce, la Costa y Málaga con arrastres procedentes de las cuencas alta de los ríos Verde, Turón, Genal y río Grande. Hoy, un espléndido bosque mediterráneo de alta montaña, el quejigal de Tolox, se extiende altivo por la cañada de Froncaire. Un milagro que sólo sería de la naturaleza si no hubiera intervenido, y mucho, la mano del hombre.

Con el plan, los árboles y los diques, se frenan los acarreos de las cuencas altas de los ríos Verde, Turón, Genal y Grande

Las temibles lluvias de 1989 habían generado una altísima erosión y desertización en las cumbres de la Sierra de las Nieves, a las que se sumaban el intenso pastoreo y la acción de la colonia de cabras monteses, que se comen los brotes de los árboles, los plantones, que para ellas son 'bocato di cardinale'. Todo junto era un temible cóctel molotov, que provocó que se perdiesen en ese episodio de lluvias torrenciales seis centímetros de suelo. Una barbaridad. Lo cuenta el que fuera director en aquella época del parque natural, Miguel Ángel Catalina (ya jubilado), que en esta jornada sube a estas montañas con el director del ya parque nacional, Rafael Haro, y el jefe del departamento de Actuaciones Forestales de la Junta, Pepe Quintanilla. Con el objetivo de proteger Málaga, el Guadalhorce y la Costa contra las inundaciones y de hacer todo lo posible porque no se perdiera la joya que es quejigal, se puso en marcha en 1991 un plan de lucha contra la erosión y la desertificación, que inició el Ministerio de Agricultura de la época y que ahora finaliza, dándole los últimos retoques, la Delegación de Medio Ambiente de la Junta en Málaga.

Estas actuaciones en el medio natural, las llamadas correcciones hidrológico-forestales son esenciales para proteger a las poblaciones y a los propios bosques mediterráneos, que adolecen de fuertes procesos de desertización porque aquí, en el Mediterráneo, las sierras no tienen nada que ver con las atlánticas o las continentales, donde la mancha verde es una esponja. Aquí cada centímetro de verde hay que currárselo.

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La subida a Puerto Pilones, desde donde se divisan buena parte de las sierras de la provincia, y la Costa, a 1.700 metros de altitud, supone un soplo de aire fresco. Durante el recorrido, en la mente de todos está cómo ha asolado la DANA a los pueblos en Valencia, y lo importante que son las actuaciones en el medio para defender a la población cuando hay lluvias torrenciales.

El jefe del departamento de Actuaciones Forestales de la Junta, Pepe Quintanilla, muestra uno de los protectores puestos a quejigos, pinsapos, serbales y arces para protegerlos en su crecimiento.

Los ingenieros de Montes han querido que los pastores tengan su protagonismo porque ellos, que pastorean en la Sierra de las Nieves, tuvieron que darle el visto bueno al proyecto. Al principio, y para salvar los arbolitos de las ovejas y las cabras monteses se crearon parcelas de 5x5 metros en la que se incluían tres plantones de quejigos, y/o bien un pinsapo, un arce o un serbal, que cuenta Quintanilla orgulloso de lo que inició su amigo Catalina y que él ha finalizado. Quien reforeste de forma homogénea, siempre con el mismo árbol, no sabe lo que hace. Los bosques con variedad de especies aguantan mejor los incendios, las plagas, y las inclemencias del tiempo. Cada planta según sus características. Los pastores José Sánchez, de 85 años y Juan Vera Leiva, 67 años, reciben a la comitiva. Leiva, que es un viejo conocido explica, antes de emitirle contundentes gritos a su rebaño para que venga, que provocan las sonrisas de la comitiva, las reticencias iniciales a un proyecto en el que las ovejas iban a tener grandes zonas vedadas. A cambio, se les dejaría amplias zonas de pasto entre las repoblaciones. El 'vamos a respetarnos' de toda la vida. Es el trabajo de los forestales, ahora llamados agentes de Medio Ambiente: explicarles que el hombre puede convivir con el bosque. No sólo que puede, sino que debe, porque si no hubiese árboles, que son los que mejor aguantan el terreno, el bosque no existiría.

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Sólo había 4.000 quejigos, y ahora suman 25.000. 16.000 fueron plantados y el resto son parte de la regeneración natural

Durante el camino aparece el llamado cojín de monja, ese arbusto que parece un puercoespín verde y que va esponjando las zonas de alta montaña, mezclado con sabinas rastreras. Decenas de mallas con guías, que protegen a quejigos, pinsapos, tejos y arces. En más de treinta años, algunos están esplendorosos y ya no están protegidos, pero otros deben ser preservados así de las voraces monteses. Los forestales cuentan que se ponen a dos patas para ramonear (comerse) los últimos brotes del árbol, los más tiernos. Al lado, los diques de mampostería gavionada (piedras sujetadas por mallas), que sostienen el terreno y frenan los acarreos, y que diseñó Catalina. En las cumbres, todo lo que baje voluminoso con la pulsión de una avenida de agua es sumamente peligroso.

Pleno corazón del parque nacional Sierra de las Nieves. Una niebla espesa, pese al sol, acompaña a los visitantes. Las nubes, continuas, están cargadas de humedad, y ésta se condesa en la malla protectora, que es como un cilindro que preserva al árbol. Pues bien, en agosto, el suelo de la sierra está seco, y estos arbolitos tienen sus raíces húmedas, que explica Catalina mientras que Rafael Haro le hace ver cómo los diques han creado gran vegetación a su alrededor.

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El proyecto es tan redondo que ya está tocando a su fin, pero falta un importante detalle. Remozar algún dique y quitar todas esas mallas a los árboles fuertes, que ya pueden vivir por sí solos. Otros la necesitarán hasta los dos metros, pero en general, toca devolver al bosque sus atributos. Haro y Quintanilla revisan los últimos retoques que le dan la jefa del proyecto actual, la ingeniera de Montes, Marta Ríos, y el coordinador, Cristóbal Becerra, ambos de la empresa pública Tragsa, junto a la asesora del parque nacional, la también ingeniera de Montes, Natalia Ríos. Las 'jefas', como les llaman cariñosamente, conquistan la cima. En el proyecto final también adecuarán los senderos, y desbrozarán para crear pastos de montaña, de forma que tanto la vegetación como la fauna acaben sacando tajada de la actuación de la Delegación de Medio Ambiente de la Junta.

El director del parque nacional, Rafael Haro, muestra uno de los diques mezclado con la revegetación.

Esta jornada, además, tiene un cariz especial y se le nota a todos en la cara. Quintanilla, el guardián de los pinsapos desde hace 38 años, acaba su ciclo profesional y se jubila. Delante de la explosión de vegetación de la cañada de Froncaire, y muy cerca del Pilar de Tolox, donde los oriundos veneran a la Virgen de la Victoria de Málaga en una pequeña gruta, brindan por el jubileo del cartagenero, que junto a Rafael Haro, han formado un equipo imbatible para defender el parque nacional Sierra de las Nieves. Nadie es insustituible, pero Pepe está bien cerca de esta definición. A buen seguro que estas montañas le echarán de menos.

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Debajo del Torrecilla, el pico más alto de Málaga, de 1.919 metros, «y ya no se discute más, que La Maroma (en sierra Tejeda-Almijara) no es un pico», que dice jocoso Quintanilla, se culmina la ceremonia de este ingeniero de Montes, que se enamoró de los pinsapos y se vino a Málaga. Cae la noche y se acaba la ruta por ocho kilómetros de alta montaña en el parque nacional Sierra de las Nieves, la mayor joya natural que posee la provincia de Málaga. Detrás queda una cañada de ensueño llena de pinsapos, quejigos, arces y tejos. Un bosque milagroso que esta vez sí creció a la sombra del hombre.

Los responsables de este proyecto, desde sus inicios, Miguel Ángel Catalina (primero derecha), y Pepe Quintanilla (quinto izquierda) con otros técnicos e ingenieros. P. R. Q.
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