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Resulta difícil imaginar una estampa más desoladora que ésa que se encuentran los servicios de emergencias cuando reciben el aviso de una nueva caída o de un imprevisto doméstico. Al otro lado de ese cordón umbilical que representan el hilo telefónico o el bendito botón rojo de la teleasistencia, un anciano que se muestra en toda su vulnerabilidad porque es incapaz de levantarse o de salir de cualquiera de las trampas cotidianas que poco a poco se han ido acumulando en su hogar, antes seguro. Porque quizás lo peor no es la caída, sino que no haya nadie para levantarlo de inmediato. La estampa se repite a diario en la capital y engrosa una estadística incontestable: sólo en 2017, los servicios de emergencias atendieron 1.131 caídas de ancianos que viven solos en sus casas. La media es de más de tres al día. Una de las últimas, la de una mujer de 92 años del barrio de Nueva Málaga a la que los bomberos asistieron después de pasar casi tres horas en el suelo, aturdida, con frío y hambre. La fotografía, colgada el pasado lunes en las redes sociales por los efectivos que la socorrieron, de uno de ellos dándole una gelatina y un ratito de charla ha puesto el foco en un fenómeno que va a más y que ilustra una realidad que no sólo se cuenta en historias humanas como ésta, sino también en cifras: en Málaga capital hay unos 4.000 ancianos de más de 80 años que viven solos, y la cantidad aumenta considerablemente si se cuentan los hogares unifamiliares con personas con más de 65, que suman 23.668. Dicho de otro modo, el 17% de la población malagueña ha superado esta edad –94.280 de 572.267 habitantes en total–, y el 25% de este colectivo vive sin compañía. Por distritos, el Centro (5.026), Carretera de Cádiz (4.977), Cruz de Humilladero (4.391) y Bailén Miraflores (3.010) son los que cuentan con una tasa de población más envejecida.
La radiografía es idéntica en la provincia, donde cerca de 65.000 personas viven solas. De hecho, en apenas cuatro años el número de hogares unipersonales ocupados por una persona de más de 65 años ha crecido en un 12,3%, y ya representan el 42% del total de viviendas ocupadas por un solo individuo. En este escenario que tiende a seguir ensanchándose, las administraciones más cercanas tratan de dar respuesta al colectivo a través de planes específicos que sirvan para combatir «la epidemia de la soledad», según definía el pasado viernes el presidente de la Diputación, Elías Bendodo, a la hora de presentar el plan provincial con el que la institución tratará de combatir esta enfermedad silenciosa.
Aunque cada caso es un mundo, tras las puertas de esos hogares se suele reproducir el mismo patrón en caso de emergencia: «Cuando llegamos a la casa, el anciano está solo y en el suelo. La vivienda repleta de fotos familiares, pero nadie a cargo de ellos en ese momento». Lo cuenta con la experiencia acumulada de años en esa primera línea asistencial Juan Vicent, enfermero y coordinador de la Unidad de Emergencia Social (UME), dependiente del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Málaga. El proyecto funciona desde hace tres años y se ha convertido en una herramienta imprescindible para la atención a este colectivo vulnerable: de hecho el 80% de los casos que atienden están relacionados con emergencias de ancianos solos, y representan un nexo de unión sumamente útil entre esa primera atención que proporcionan los bomberos o la Policía Local cuando acuden a la vivienda y la «normalización» de la vida del mayor a través de los servicios sociales comunitarios, ya sea con una ayuda específica en el propio hogar si el anciano tiene cierta autonomía o bien con el ingreso en una residencia.
Ruth Sarabi, Directora Dchos. Sociales Ayto.
Juan Vicent, Coordinador y enfermero UME
Vicent aporta otro dato que da que pensar: «Detrás de muchos de estos casos también subyace una situación de maltrato y de falta de atención al anciano». Por supuesto no son una mayoría, pero la reflexión sirve para poner en su contexto la vulnerabilidad en la que se mueven muchos de estos mayores. Los casos más extremos los sacaba a la luz hace un par de semanas el coordinador sociosanitario de la Unidad de Trabajo Social del Hospital Regional de Málaga, Juan Antonio Torres, quien confirmaba que en 2017 se detectaron 45 casos de abandono de ancianos en dependencias hospitalarias y que algunos de ellos se han puesto incluso en conocimiento de la Fiscalía. Los perfiles de estos mayores doblemente solos son variados, y abarcan desde aquellos que al recibir el alta carecen de familia que pueda hacerse cargo de ellos –muchos son extranjeros– a los que sí la tienen pero se niegan a asumir la responsabilidad de su cuidado.
Más allá de estas circunstancias específicas, las causas de este fenómeno creciente de ancianos que viven sin compañía están relacionadas con el cambio del modelo social y sobre todo demográfico: en apenas una década, la población de más de 65 años en la provincia ha crecido más de un 30 por ciento, con todo lo que eso implica. Sobre el primero de ellos –el social–, habla la directora general del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento, Ruth Sarabia: «Además del aumento de la esperanza de vida hemos dejado de lado esa atención familiar a los abuelos; antes era impensable que no vivieran con nosotros, pero ahora, por una serie de circunstancias, sí». La responsable municipal prefiere no calificar esta realidad de ancianos solos de «alarmante», pero sí constata que el aumento de casos en los últimos años no sólo ha hecho «imprescindible» recursos como el de la UME sino que «en breve» se doblará el servicio con otra unidad completa que funcione los 365 días del año, las 24 horas del día. Sarabia recuerda que cuando no existía esta asistencia intermedia «los bomberos y la policía llegaban a ir hasta 14 veces a la misma casa cada vez que ocurría algo». Hoy en día, sin embargo, la atención está canalizada a través de la UME y los servicios sociales comunitarios, de modo que cuando entra una emergencia a través del 112 sí son estos cuerpos los que hacen la primera atención para luego dejar la gestión del caso concreto en manos de los recursos municipales: «Si el anciano es autónomo intentamos establecer una mínima red social a través de los 40 centros para mayores que hay en la capital y que están especializados en envejecimiento activo –explica Sarabia–; pero si tienen más problemas de movilidad o de salud canalizamos la ayuda o el acompañamiento a través de las tres instituciones con las que trabajamos en este sentido, que son Cáritas, Cruz Roja y la Fundación Harena».
Angie Moreno, Gerente de la Fundación Harena
Cuca Marcos, Voluntaria Fundación Harena
Araceli Ortega, Psicóloga
Precisamente es esta última organización una de las más activas en la atención a personas mayores que viven solas. Creada en 2007, la Fundación Harena ha atendido en la última década a más de 2.000 ancianos dentro de su programa de acompañamiento 'Soledad 0, vida 10'. Sus 300 voluntarios en activo trabajan con otros tantos mayores cada año, una buena parte de ellos con edades comprendidas entre los 80 y 90 años y a los que dan compañía o asisten en sus tareas cotidianas. «Muchos de ellos sólo necesitan que alguien les dé un rato de charla una vez a la semana, pero también a una persona que les ayude a no perderse por la calle, que les acompañe a tomar un café o ir al centro de salud o simplemente salir de compras», constata Angie Moreno, la gerente de la fundación, quien añade otro dato de valor a la hora de trazar esta radiografía: «El 80% de las personas a las que atendemos son mujeres y el 20% hombres, y muchos de ellos viven solos, pero también con miembros de su familia que trabajan, de modo que el resultado es el mismo: se pasan todo el día sin compañía».
A mitigar esta soledad dedica parte de su tiempo libre Cuca Marcos, voluntaria de la fundación que el pasado mes de enero decidió sumarse al equipo de personas que acompañan a los mayores durante dos horas a la semana. Aunque su experiencia aún se cuenta por meses, ya ha llegado a la conclusión de que «al final son ellos los que te dan más a ti, en lugar de tú a ellos». En ese círculo virtuoso que representa el hecho de que ambos –anciano y acompañante– se sientan útiles, Marcos ejerce su voluntariado con dos señoras mayores: la primera, de 86 años, vive en la Colonia de Santa Inés y aunque su hijo y su nieta «están muy pendientes de ella se siente muy sola»; y la segunda tiene 76 y está ingresada en una residencia con un cáncer linfático: «Siente mucho dolor, pero tras un rato de charla y algunos ejercicios que le hago para que se relaje con música la dejo con una sonrisa de oreja a oreja», celebra esta voluntaria, quien constata en ambas el mismo deseo de ser «escuchadas, atendidas y comprendidas».
En efecto, la soledad entre las personas mayores puede llegar a lastrar tanto como la propia enfermedad. «La soledad no es un estado, es una percepción; y dependiendo del grado de autonomía y los recursos de que disponga así se sentirá el anciano», avanza por su parte la psicóloga especialista en duelo y técnico superior en geriatría Araceli Ortega. La especialista dibuja con trazo certero el perfil psicológico de estos mayores que viven sin compañía, o al menos con la sensación de que «ya no importan a nadie»: «A medida que va cumpliendo años, la persona comienza a entrar en un estado de duelo permanente: va perdiendo el rol social y el profesional, los amigos y familiares cercanos van muriendo, dejan de ser importantes en sus casas y ya no se les consulta; y se preguntan, en definitiva, qué sentido tiene su vida», constata Ortega, quien añade a este estado psicológico otros cuadros relacionados con la depresión, las demencias o el alzhéimer. Ortega insiste, como conclusión, que la respuesta a este colectivo no sólo pasa por una atención «sostenida» por parte de las administraciones, sino por un cambio mucho más profundo que afecta al propio concepto de la 'tercera edad': «Se les considera así a partir de los 65, pero una persona a esa edad es aún joven. Por eso habría que hablar de una 'cuarta edad', que son los mayores de 80 años y cuyas necesidades no tienen nada que ver con las de alguien de 65». Las necesidades, en definitiva, de la enfermedad silenciosa de la soledad.
José María González, bombero y protagonista de la foto
Tuvo la mala suerte de caerse justo en el intervalo de tiempo en que se marchaba una de las chicas que la cuida y llegaba la otra. Pero también la buena de que la llamada de teleasistencia que entró en la central de bomberos de Martiricos el pasado domingo al caer la tarde fuera atendida por el cabo habilitado José María González y sus compañeros. Cuando llegaron a su casa, en Nueva Málaga, se la encontraron tirada en el suelo, entre una mesita y el sofá y «con mucho dolor en la espalda y en la cadera». Estaba desorientada y sentía hambre y frío. José María calcula que la anciana, de 92 años, pudo estar así como unas tres horas; y hasta que la Unidad Médica de Bomberos que acompañaba a la dotación confirmó que el golpe no revestía gravedad no se atrevieron acomodarla en su sillón. «La señora era encantadora; le preguntamos si tenía hambre y nos dijo que sí», recuerda el cabo, quien no puede evitar que en este tipo de casos se mezclen la profesionalidad con la imprescindible dosis de humanidad. «Da mucha pena verlos así, tan vulnerables», admite.
Precisamente uno de ellos decidió inmortalizar la imagen de este bombero dándole una gelatina a la anciana, en un gesto que rebosa calidez y que se convirtió en una de las fotografías del día gracias a las redes sociales. En ella, José María le acerca con ternura una cuchara a la protagonista de la escena, que parece descansar tranquila y protegida ya por una manta.
Aunque para el resto parezca algo extraordinario, para los bomberos estas escenas son parte del trabajo diario. Y en todos los casos actúan de la misma manera «en que nos gustaría que lo hicieran con nuestra familia». «Hemos llegado a cambiar pañales, a dejarlos metidos en la cama con el vasito de agua en la mesilla...», reconoce José María, que se quedó con su equipo acompañando a la anciana de Nueva Málaga hasta que llegó la asistenta del turno de noche. Una vez resuelta la emergencia, el cabo lo tiene claro: «Lo que más agradeció fue el ratito de compañía». Sobre su futuro, la UME le está gestionando plaza en una residencia, ya que su única referencia familiar es un sobrino que vive en Ardales.
Mercedes Villena. 90 años. vive sola en casa
Mercedes Villena tiene 90 años y «dos ángeles de la guarda». El primero lo lleva colgado al cuello a modo de botón rojo (la teleasistencia), y le ha salvado de que las últimas seis caídas en el cuarto de baño hayan tenido peores consecuencias para ella. El segundo se llama Maripaz y desde hace un año cumple como un reloj con sus visitas a Mercedes como voluntaria de la Fundación Harena. Cada lunes, a las tres de la tarde, echan dos horas de charla, salen a tomar un café «si hace bueno» o repasan la historia familiar de Mercedes, que desde que enviudó hace 18 años vive sola en su casa del barrio de La Victoria. «Vivo loca por que llegue Mari Paz para que me escuche», admite celebrando que justo el día de la entrevista también toca visita. Antes de Maripaz estuvo Laura: «Fueron cuatro años maravillosos, pero se tuvo que mudar y no pudo venir más, aunque mantenemos el contacto porque yo la quiero como a mi familia».
Esa familia extensa incluye además a tres hijos, nueve nietos y cuatro biznietos, cuyas fotografías empapelan este hogar de uno solo y que van a verla «casi a diario». Aun así, Mercedes admite que no le gusta «estar sola», y que el día se le hace «muy largo». Por eso cuando conoció a los voluntarios de la Fundación Harena, hace cinco años, le cambió la vida: «Cuando me caí por primera vez me ingresaron en Carlos Haya y de allí salí con mi alta, con mi andador y con mi voluntaria», recuerda Mercedes con una voz animosa y un aspecto coqueto y cuidado que en absoluto se corresponde con el de una señora de su edad ni con el breve diagnóstico con el que describe su estado de salud: «Hija, estoy hecha un churro».
Con Maripaz comparte esos pequeños achaques, pero sobre todo «las cosas que me han pasado en la vida». «Me gusta que escuche la historia de mis hijos, de mis nietos... ¿Sabe que tengo una biznieta que nació el día de mi cumpleaños?», sonríe Mercedes, a quien separan 89 años de la más pequeña de los suyos y que le ha devuelto, además, la ilusión por estos aniversarios: «El año pasado soplé las velas por primera vez».
La preocupación por la atención a las personas mayores que viven solas se materializará a corto plazo en una serie de planes específicos impulsados por la Diputación y el Ayuntamiento. El primero de ellos, de ámbito provincial, fue presentado el viernes e incluirá, además de un censo actualizado, la puesta en marcha de una mesa técnica que haga un seguimiento de los casos. El programa se completa con un servicio telefónico de acompañamiento o un proyecto piloto para implantar domótica en los hogares de los ancianos y monitorizar así su bienestar.
Del lado municipal, el Área de Derechos Sociales impulsará el 'Proyecto Antena', que busca 'centinelas' de referencia en los barrios –por ejemplo el quiosquero o el panadero– para que estén pendientes de las rutinas de los ancianos de su entorno. O más bien de la falta de ellas. «Si uno de ellos baja todos los días a comprar el pan y está dos días sin hacerlo se da el aviso para ver qué pasa», explica Ruth Sarabia, quien avanza la línea maestra de otra prueba piloto que consiste en hacer el seguimiento de unos mil mayores de la capital «con principio de alzhéimer» a través de pulseras con GPS.
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