El Real tiene para todos los gustos
Un día entero en el Cortijo de Torres da para mucho, sirve para comprobar la variedad de ambientes y mezcla tradición con 'tardeo' y ocio nocturno
Son las una del mediodía en el Real y el calendario marca que es el segunda jornada de feria. El Cortijo de Torres se parece estos días a una pequeña ciudad dentro de la propia Málaga. Su extensión es tan grande que la vista se pierde y el fin solo se adivina por las luces de la noria, que destacan como un ojo vigilante sobre todo lo que pasa en este espacio. Y lo que pasa es mucho es mucho y se hace casi inabarcable.
Es verdad que hay limitaciones que impone el propio terreno, pero éstas no se aprecian una vez que se hace entrada por una de las dos portadas que se elevan en cliché de bienvenida. El día da para mucho en el Real y si uno se lo propone puede salir de ahí con la sensación de haber vivido en unas diez horas lo que algunos no experimenten en un año.
Como en cualquier ciudad, el Real también requiere de elementos que den vida y marquen las pulsaciones. En este caso, son las más de 120 casetas que se distribuyen como si fueran arterias. A través de ellas, se imprimen los diferentes ambientes que confluyen en un espacio que, a tenor de los testimonios que ofrece el turista nacional que lo visita por primera vez, hacen del Real algo muy singular. Alfonso, un joven de Santander, retrató sus primeras sensaciones de una manera llana, pero muy concisa: «¡Estoy flipando!»
Todo lo que sucede en el Real tiene de alguna manera la ingravidez que da el momento cuando lo que discurre se hace en un ambiente festivo. Las preocupaciones pasan a un segundo plano y el dinero está más suelto en el bolsillo. Ya habrá tiempo para recortar. En la peña de Los Ángeles, decorada con mucho gusto tradicional y farolillos rojos, suenan las coplas y el sonido delata que aquí no tienen cabida ciertos modernismos. Ya sea en forma de vestimenta o en forma de hilo musical. Alicia y Marta Montiel, malagueñas que ahora viven en Madrid, visten traje de faralaes de color rojiblanco.
En una mesa para seis, aguardan, junto a sus hijos y el marido de una la llegada de la primera tanda comida. El plato de patatas fritas con salchichas llega servido en el habitual plato de plástico. «Me encanta venir a la feria porque es revivir las sensaciones que una tenía de niño. En auténtico todo, es la feria de toda la vida», señala a este periódico. Para este domingo, su plan es comer aquí con unas amigas y retirarse a primera hora de la tarde. «La idea es apurar hasta que el cuerpo aguante», puntualiza.
Las casetas de peñas enganchan con este concepto de autenticidad, que en el Real queda potenciado con el constante ir y venir de caballistas y el soniquete tan característico e hipnotizador del choque de las herraduras con el asfalto. El hedor que se percibe de manera muy puntual y si uno apura, hasta forma parte de esa sensación costumbrista que evoca el Real cuando aún no se ha hecho de noche.
Unos metros más adelante, los altavoces retumban y suenan a autenticidad. El sonido de El Mani con el 'Ay, que te como' es como un seguro de vida para quien busca ese pellizco con sabor a siempre. En la peña La Paz huele a pinchito y a gambas a la plancha. Las copas de manzanilla (2,50 euros) acompañan y en el tablao hace de las suyas un joven prodigio. El niño promete y los asistentes aplauden ante la agitada lucha con la que estampa sus taconazos.

Hasta el mediodía, el ambiente que predomina es familiar. Muchos malagueños aprovechan para el encuentro con los suyos. La caseta, en este caso, se convierte en una especie de prolongación del hogar. En casetas como la municipal de flamenco y copla se vela por los antiguos rituales y voces capaces de utilizar las cuerdas vocales para crear algo estimulante. Una estampa tradicional también se pudo ver en la caseta que Cervezas Victoria comparte con El Pimpi, con un vistoso espectáculo de baile flamenco.
Metamorfosis
Eran las cinco de la tarde y la zona que acumula el mayor número de casetas 'discotequeras' aún parecía algo adormilado. Miriam, una relaciones públicas, ofrecía una cerveza gratis en forma de anzuelo. Algo impensable unas pocas horas antes, cuando en la noche del sábado las colas por aquí eran kilométricas.
El cansancio, como es lógico, se percibió en la tarde del domingo. Es lo habitual en los guarismos de la feria. Apenas existen miramientos en el primer día y luego empieza un poco la dosificación. Pero es esto del 'tardeo', aquello de introducir alcohol de alta graduación en un ambiente más desenfadado, otro de los ambientes que está ampliamente cubierto en el Real.
El Real sufre otra metamorfosis cuando entra la oscuridad de la noche. No es de golpe, pero sí continuado. Como una serpiente que muda la piel, poco a poco, las familias son sustituidas por jóvenes con ganas de ocio nocturno. Gold, Touché, Señorío, Malafama… solo son algunos nombres de discotecas que sacian las necesidades de hacer de la noche el día. Los que van ahí saben a lo que van, que no solo es hablar. La noche siempre deja huérfano a alguno, no en el sentido estricto de la palabra. No así el Real que ofrece para todos los gustos.
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