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Rey Chatarrero’ cazó a ‘Chato’ Benítez en el BEC. Lo que parecía un K.O. antológico fue a más.
'Chato' Benítez, en la fina línea entre cielo e infierno
Boxeo

'Chato' Benítez, en la fina línea entre cielo e infierno

El marbellí, campeón de España de superwelter, estable después de ser operado tras sufrir un K.O. en Bilbao en el último instante

josé manuel cortizas

Lunes, 14 de noviembre 2016, 00:40

El guión avanzaba perfecto. Más de 9.000 aficionados jaleando en la velada del sábado en el BEC a Rey Chatarrero en su despedida del boxeo de pago. Había olisqueado el cloroformo, pero Chato Benítez le dio cuerda. Demasiada. Diez asaltos después, en los últimos tres minutos del barcelonés antes de colgar los guantes, sucedió lo imprevisible. Una izquierda con TNT que estalla en la mandíbula del marbellí. Cayó como si de una repetición a cámara lenta se tratara. ¿El colofón ideal? En absoluto. El malagueño hizo un amago en vano de elevar la cabeza. Yacía en su esquina, inerte, rodeado de sanitarios y el médico de la reunión. Horas después, era operado en el hospital de Cruces y los neurocirujanos solucionaban «una contusión craneal con sangrado», agravada por una «torsión extrema del cuello». Saldrá de esta. Los pronósticos dentro de la gravedad son esperanzadores para su total recuperación. Pero ya ha gastado un comodín.

El boxeo lo volvió a hacer. Esa fina, a veces invisible línea que separa el cielo del infierno, acabó marcada en la lona del Bizkaia Arena. Nadie quiere imaginarse, o recordar, que entra en el porcentaje a tener en consideración cuando se practica un deporte de contacto. El mejor antídoto suele ser la buena preparación física de los púgiles. Desde luego, por planta, entereza y el pundonor mostrados por Antonio Benítez se supo además que peleó varios asaltos con la mano derecha rota y embolsada constantemente bajo su mentón, es el caso para bien del costasoleño.

Nadie tiene explicación para los caprichos del destino. Ni para el lleno absoluto del aforo a través de las redes sociales y el boca a boca, ni para un desenlace que no formaba parte de los finales barajados. Todo apuntaba a que Benítez se había sumado al homenaje de despedida de Javier García Roche con la generosidad de poner en juego el título estatal superwelter que en julio ganó en Benalmádena en noble lid al Gladiador González. No le correspondía por ranking al firmante del Chatarras Palace aspirar al cinturón, pero su despedida merecía un guiño, un aliciente, la posibilidad de despedirse por la puerta grande tras una pasada tentativa errada.

Más generosidad de Benítez. La de un primer asalto en el que cualquier otro con su abrumadora superioridad hubiera zanjado el combate. Tres series endiabladamente rápidas y contundentes dejaron al barcelonés a la deriva. Faltaba rematar y dio la sensación, al margen del enorme pundonor de la entonces presa, de que el Chato decidió posponer el final prematuro para no afear el adiós de su oponente. Craso, enorme error.

Aunque su superioridad se mantuvo durante varios rounds, emergió la figura del catalán como un actor de reparto de The Walking Dead. Tosco en las formas, pero decidido a no dar jamás un paso atrás. Mano que encajaba, mano que trataba de devolver. Con poca precisión cuando buscaba la media distancia, pero en modo ráfaga soltando manos en el cuerpo a cuerpo, con ganchos que cortaban el aire como amenazas. El andaluz se desenvolvía confiado y cuando le llegaba algún recado lo remitía con acuse de recibo.

Todo o nada

Sin ser un refugio, porque seguía recibiendo lo suyo, García Roche exigía respeto cuando dejaba las cuerdas siempre pegando. O intentándolo. Valiente es un calificativo que se queda corto para el boxeador que ya ha dado paso a su personaje mediático. Después de saber lo ocurrido, encajan algunas piezas y se entiende mejor por qué Benítez fue convirtiéndose en un obstáculo en movimiento, un púgil que giraba, se recogía y sólo mostraba el punteo con la zurda como acción disuasoria. A lo suyo, con ese formato zombi para el que no existe más final que el procurado con la estaca en el corazón o la bala de plata, Rey Chatarrero no le daba un metro, cero respiro. El agobio comenzaba a resultar evidente en la esquina del malagueño, que se quejaba de esa persistencia incluyendo la cabeza por delante como impera en la tradición de quienes ponen todo su tesoro sobre el tapete de la mesa de juego. Todo o nada.

En el séptimo asalto las cosas estaban claras. Chato Benítez, cada vez más justo de todo, buscaba llegar al gong del final del décimo round. Pese a la nobleza del barcelonés, había logrado en los primeros asaltos una puntuación suficiente para mantener el cinturón en su poder. Se trataba de no comerse más manos de las necesarias. Parecían cargadas con menos dinamita, pero le llegaron a minar la fortaleza hasta convertirle en pasto de un posible problema serio. No lo parecía porque el octavo y noveno episodios dibujaron a dos rivales exhaustos. El catalán siempre adelante, el marbellí capeando el temporal.

Y parecía que los tres minutos finales no cambiarían nada. El público se decantó más por el fenómeno mediático no faltó su stand de merchandising, aunque también Benítez sintió su nombre coreado. Olía a título retenido a los puntos cuando la única mano operativa fue insuficiente para defender el fortín. García Roche se lanzó a tumba abierta. Atrapó al Chato en la trampa de las cuerdas y le descerrajó una volea con todo lo que le quedaba dentro, brutal cazada que lo destruyó. Casi por completo. El resto ya lo conocen.

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