Tras la huella del abuelo Manuel Altolaguirre en Málaga
Procedente de México, la nieta del poeta y de Concha Méndez, Isabel Ulacia, llegó a Málaga de viaje y se quedó. Con su cámara persigue sus raíces, mientras encuentra señales de la Generación del 27 a cada paso. Lleva aquí ya nueve meses
A primera vista, no pasa desapercibido ni su acento chingón ni cierto aire a viajera despreocupada. Sobre todo por esa cámara que lleva colgada como si fuera parte de ella. Una Nikon con potente zoom de las que ya no se ven desde que los móviles compiten por conseguir la mejor imagen en la palma de la mano. Pensándolo bien, las apariencias engañan. No encaja en el modelo turista, más bien en el de una fotógrafa que no se separa de su máquina porque sabe que la foto aparece cuando menos te lo esperas. Y más en su caso que vino a la búsqueda de sus raíces y ha acabado quedándose. «Cuando llegué a Málaga dije: estoy en casa», espeta Isabel Ulacia Altolaguirre (México, 1962) con los ojos abiertos como puertas y rodeada del plomo y las prensas de la Imprenta Sur que fundó el poeta y editor Manuel Altolaguirre (Málaga, 1905-Burgos, 1959). Padre de la revista 'Litoral' que alumbró la Generación del 27. Abuelo de Isabel.
«Mi hermana Paloma siempre me dice que soy medio andaluza y, la verdad, es que desde que llegué al aeropuerto y vi esta luz supe que estaba en una ciudad peligrosa porque me iba a enamorar de ella», cuenta Isabel que arribó, sin saberlo, en una fecha señalada. En una noche de San Juan que la dejó fascinada por el ritual de fuego y playa. Eso fue hace dos años, durante un viaje por la Península en el que estuvo persiguiendo esa España fascinante de la que le hablaban en casa, sobre todo su abuela, la escritora Concha Méndez. Y también su hermana, «la especialista en letras» de la familia, que hizo este mismo viaje exploratorio hace ya décadas.

Árbol genealógico de la familia
Altolaguirre Méndez
Concha
Méndez Cuesta
Madrid, 1898
Ciudad de México, 1986
Manuel
Altolaguirre Bolín
Málaga, 1905
Burgos, 1959
Paloma
Altolaguirre Méndez
Madrid, 1935
Manuel
Ulacia
Esteve
Luis Ulacia Altolaguirre
Paloma Ulacia Altolaguirre
Ciudad de
México, 1957
Manuel Ulacia Altolaguirre
Ciudad de México, 1953-2001
Isabel Ulacia Altolaguirre
Ciudad de
México, 1962
ENCARNI HINOJOSA

Árbol genealógico de la familia
Altolaguirre Méndez
Concha
Méndez Cuesta
Madrid, 1898
Ciudad de México, 1986
Manuel
Altolaguirre Bolín
Málaga, 1905
Burgos, 1959
Paloma
Altolaguirre Méndez
Madrid, 1935
Manuel
Ulacia
Esteve
Luis Ulacia Altolaguirre
Paloma Ulacia Altolaguirre
Ciudad de
México, 1957
Manuel Ulacia Altolaguirre
Ciudad de México, 1953-2001
Isabel Ulacia Altolaguirre
Ciudad de
México, 1962
ENCARNI HINOJOSA

Árbol genealógico de la familia Altolaguirre Méndez
Concha
Méndez Cuesta
Madrid, 1898
Ciudad de México, 1986
Manuel
Altolaguirre Bolín
Málaga, 1905
Burgos, 1959
Paloma
Altolaguirre Méndez
Madrid, 1935
Manuel
Ulacia
Esteve
Luis Ulacia Altolaguirre
Paloma Ulacia Altolaguirre
Ciudad de
México, 1957
Manuel Ulacia Altolaguirre
Ciudad de México, 1953-2001
Isabel Ulacia Altolaguirre
Ciudad de México, 1962
ENCARNI HINOJOSA
Isabel Ulacia, nieta del exilio de la guerra civil, entró por Cataluña, pasó por Madrid y se desvió a Lisboa. Le faltaba la ciudad natal del abuelo Manuel Altolaguirre, al que no llegó a conocer ya que falleció en 1959 en un accidente de tráfico cuando volvía del Festival de San Sebastián. Tres años antes de que ella naciera. «Vine porque me latió Málaga y comencé a meterme en la vida del abuelo», confiesa la artista que sintió la llamada de sus orígenes después de que su sobrino la entrevistara para un documental sobre su antepasado malagueño y se diera cuenta de que para ella era un mito familiar.
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Entre poesías y boquerones, Isabel encontró algunas respuestas, pero también nuevas preguntas. Así que la andaluza que lleva dentro esta mexicana le hizo convencerse que tenía que volver a Málaga para quedarse. Y así lo hizo. Regresó el pasado octubre, acompañada de sus dos perros y se instaló en el barrio del chupa y tira. En el Compás de la Victoria. La «calle del paraíso», dice parafraseando a Vicente Aleixandre, amigo del abuelo. «El otro día, frente al Teatro del Soho, me encontré con la casa de Aleixandre cuando era niño. Es maravilloso, voy por Málaga y descubro signos de la Generación del 27 por todas partes», asegura la fotógrafa que, pisando el terreno y mirando por el objetivo de su Nikon, comenzó a ver claro el proyecto que la traía de vuelta al lugar en el que nunca había estado, pero que sentía cerca: buscar a su antecesor a través de la poesía que ambos comparten. En su caso, poesía visual. Y exhibir el resultado en una exposición durante el próximo centenario del movimiento literario que unió a Lorca, Alberti, Prados, Zambrano, Guillén y, por supuesto, a los abuelos Méndez y Altolaguirre.
De dos mundos
En la Imprenta Sur, que se encuentra en el Centro Cultural Provincial MVA, hemos descolgado un retrato de su antepasado y se ha dejado retratar por el también fotógrafo Migue Fernández. Y el parecido entre ambos se intuye, aunque si rescatamos una imagen de la abuela Concha no hay duda de que Isabel es su nieta. «Yo soy mexicana, pero pertenezco a las dos culturas, también a la española», se autorretrata la fotógrafa, conocida artísticamente como Isabel Ulacia, que se siente hija del «mestizaje» y que nos cuenta la historia de los abuelos. Y nos descubre que fue Méndez, que había sido novia de Luis Buñuel, la que fue a buscar a Altolaguirre a un hotel cuando supo que andaba por los madriles. El resto ya se conoce. No sólo fundaron una familia, sino también una imprenta en la que repicaron la labor de Málaga con los poetas del 27. «Ahora se está reivindicando mucho a mi abuela y se le está haciendo justicia porque fue una gran poeta y nos regalaba a la familia versos del día a día», revela con orgullo Ulacia que, a la vista está, ha heredado ese arrojo de su predecesora con esta aventura malagueña.
«Estudié historia del arte, me casé, viví en Puerto Rico, crié a mi hijo y me divorcié… así que ahora me toca a mí», asegura sobre su viaje a España para quedarse. Un paso que su madre, Paloma Altolaguirre Méndez, no entendió. «Se puso furiosa y discutimos porque no quería tenerme lejos. Pero le expliqué que ya había cubierto mi cuota, que tenía que vivir y que me iba a Málaga», relata Isabel, que no tardó mucho en recibir una llamada. Era otra vez su madre para decirle: «Hija, yo tendría que haber hecho lo que tú estás haciendo», rememora emocionada. «Y ahora parece que tengo 20 años», añade en un regate de humor para burlar la nostalgia. «Como decía Octavio Paz, los artistas no tenemos edad porque nuestro mundo es interior», cierra parafraseando a su paisano y premio Nobel.
Isabel U. Altolaguirre confiesa que ha regresado a Málaga, un lugar en el que nunca había estado, pero que sentía cerca
Ya van diez meses de inmersión española de Isabel U. Altolaguirre en Málaga, una ciudad que ha descubierto «sin gps». «Ya empiezo a sentirla como mía, porque en realidad yo no sabía lo que me iba a encontrar», reconoce la poeta fotógrafa que, nada más llegar se pasó a conocer la imprenta Sur, donde conoció tanto al director del Centro del 27, José Antonio Mesa Toré, como el impresor Pepe Andrade, nieto del maquinista y maestro del mismo nombre que trabajó con Manuel Altolaguirre. «Me preguntaron que iba a hacer aquí y les dije la verdad: no tenía ni idea», cuenta al volver al mismo escenario y reencontrarse con ambos. «Ya me tienen muy vista, vengo a cada rato», se disculpa la fotógrafa que conjuga ser «artista con un espíritu pragmático».
Picasso, el rojo
«Que me llame Altolaguirre no es garantía de nada, tengo que conectar con su poesía y encontrarlo», insiste la creadora que todavía tiene pendiente ir a conocer el colegio del abuelo en El Palo, San Estanislao, y toda una lista de tareas que va retrasando porque no para de conocer gente o asistir a actos. «En Málaga si te aburres es que eres un tarado», dice con encantadora vehemencia. No obstante, su entrada no fue del todo amistosa. «Iba charlando con el taxista que me trajo del aeropuerto y me dijo que me venía a una ciudad de locos con dos museos de un rojo que pintaba garabatos… estuve a punto de decirle que era la nieta de Picasso», cuenta con una carcajada, a la par que declara su admiración por el autor del 'Guernica', no solo por su obra: «Era amigo de mi abuelo y me encanta encontrarme con su estatua en la plaza de la Merced» camino de su casa.
Confiesa que le encanta llevar siempre la cámara colgada –cosa que no puede hacer en México–, que aquí está «viviendo mejor con menos» y que admira «cómo se disfruta de la vida», aunque también tiene sus peros. «Cuando llegué no entendí que cerraran los domingos, pensé: ¡qué flojos!», cuenta con ironía, aunque otras costumbres ha acabado por comprenderlas. «Vengo de una ciudad que está en continuo movimiento y me reventaba que tomaran la siesta, pero fui entendiendo que esos momentos de descanso te sirven para volverte a inventar, porque aquí no hay miedo a salir por la noche y me parece muy lindo», reflexiona con sus ojos de malagueña adoptiva.
«Que me llame Altolaguirre no es garantía de nada, tengo que conectar con su poesía y encontrarlo»
Isabel U. Altolaguirre
Fotógrafa y artista
Entonces salta en su cabeza al barrio, al de la Victoria y al bar El Caracol, toda una institución de desayunos, café y churros que cerró recientemente por jubilación de sus propietarios. A un tiro de terrón de azúcar de su apartamento. «Me pasé por allí y, cuando les dije que era vecina y que era la nieta de Altolaguirre, la dueña, María Jesús, me contó que su abuelo fue el impresor Gutiérrez que trabajó con mi abuelo y del que me había hablado mi madre. Nos dimos un abrazo de los que se sienten», rememora Isabel Ulacia que apostilla: «Esto fue el último día que abrió El Caracol. Aquí me pasan cosas mágicas».
La anécdota, una más, la lleva a asegurar que tiene algo de «bruja». De una bruja con cámara en lugar de escoba que vive todo como algo extraordinario o como la clave que la lleva al siguiente capítulo. Del que, por el momento, no vislumbra el final. Por eso, cuando llega la pregunta de su regreso a México, sonríe, le pone misterio y dice con ese acento chingón: «Sí vuelvo, que no lo sé».
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