Javier Ojeda, Manolo Rubio, Antonio Luis Gil y Chris Navas, con Miguelo, Paco y Nando. Salvador Salas

El último ensayo de Danza Invisible

La banda malagueña cierra un ciclo de la música española con su concierto de despedida en Torremolinos, donde todo empezó: «Pena no hay, melancolía sí»

Viernes, 7 de junio 2024, 00:27

Parece un día de ensayo cualquiera. Javier, Manolo, Antonio, Chris, Paco, Miguelo y Nando toman posiciones y se concentran en sus instrumentos. «Un, dos, tres», ... avisa Miguelo a golpe de baquetas para dar entrada a los primeros acordes de 'Tu voz'. Del silencio se pasa en un segundo a toda la potencia de una banda concentrada en los poco más de 20 metros cuadrados del local. Demasiados decibelios juntos, pero qué bien suenan. De repente viajamos a 1982 y el fotógrafo que capta el momento me hace un gesto señalando su brazo: «Mira, los pelos de punta». Porque aunque lo parezca, este no es un día más. Es el último ensayo de Danza Invisible antes de su concierto de despedida en casa. Probablemente, uno de los últimos del grupo al completo.

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Danza Invisible dice adiós al público malagueño este sábado en el Estadio Municipal del Pozuelo de Torremolinos, el recinto al que se trasladó la cita tras agotar en pocas semanas el aforo de la plaza de toros del pueblo (22.00 horas. 29,90 euros). La banda malagueña más longeva de la escena pone fin a su historia en el mismo lugar donde todo empezó. Hay muchas ganas de salir a dar el máximo en el escenario, pero también nervios por la responsabilidad y emoción por lo que significa. En unas horas, Javier, Manolo, Antonio y Chris cierran la etapa más intensa de sus vidas, cuatro décadas de pop y rock desde la periferia en las que han disfrutado, sufrido, llorado, reído… De todo. Pero con ellos se va también una parte de la historia musical de todas esas personas que en la recta final de los 80 y principios de los 90 han saltado con 'Sin aliento' en Mode, se han agarrado fuerte con 'No habrá fiestas para mañana' en Circuito 3 y se han enamorado con 'Sabor de amor' en Max. Y año tras año, muchos más se sumarían al buen rollo y a la diversión que siempre abanderan.

Salvador Salas

«Pena no hay, melancolía sí», reconoce Javier Ojeda. «¡Qué mayores estamos ya y todo lo que hemos vivido juntos!», exclama con cierta nostalgia. «Hemos dedicado nuestra vida a esto, pero seguiré tocando, está claro», añade Chris Navas. Están convencidos de que este era el «momento perfecto» para bajarse del escenario con Danza Invisible «como lo que somos, colegas, y ofreciendo unos conciertos con los que la gente diga: esto sí que es una manera de puta madre de despedirse», apostilla Javier. Ahora «lo principal», recalca Antonio Luis Gil, es volcarse con la actuación de Torremolinos, «que salga todo bien». Después, como buen jubilado volverá a su campo y a trabajar en su huerto. «Pon su teléfono y di que vende tomates», bromea Manolo Rubio. También él tiene un propósito cuando acabe definitivamente la gira 'Sin decir adiós' el 26 de junio en Laredo (Cantabria): dejar de fumar. «Ahí tengo las pastillas», asegura entre dientes.

El de Málaga, junto con el que darán en La Riviera de Madrid dentro de un par de semanas, serán los conciertos «más largos» de su trayectoria, vaticinan. Es lógico: «Tenemos muchas canciones que hay que tocar porque la gente las reclama», apunta Chris. En la última noche no se puede decepcionar a nadie. Mantienen en secreto el repertorio, pero aseguran que estarán todos sus 'hits'. Entre ellos, por supuesto, 'Sabor de amor'. «Si no, nos apedrean». Es su gran éxito, la canción por la que siempre les recordarán aunque no sea necesariamente la mejor, un tema que ya acumula más de 32 millones de reproducciones en Spotify. Y sentir desde el escenario la euforia del público cuando la interpretan, «es una sensación única», admite Javier. «Lo disfrutas porque ves al público hacerlo, y de eso se trata esto», añade Chris.

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El de casa será el concierto «más largo» de su trayectoria, con un repaso por las cuatro décadas de historia

Ellos son los primeros espadas de Danza Invisible, el núcleo duro tras la marcha de Ricardo Texidó, pero a lo largo de estas cuatro décadas han ido sumando amigos al proyecto. Y ellos también se han hecho mayores. Paquito, el que siempre fue «el niño» para los Danza, cumplió esta semana 51 años. «Entré con 25 o 26. Musicalmente, en el oficio, me han criado ellos», asegura Paco Vilchez, a la percusión y road manager del grupo. Lo mismo dice Nando Hidalgo, que lleva «media vida» a su lado. «Y da pena, pero sabes que todo tiene su principio y su final. Afronto esta gira con ilusión y cariño, porque quieres que sea algo especial», declara. Quince años hace que Miguelo entró en la banda y sigue disfrutando como el primer día. Basta con ver su cara de felicidad mientras le pega a la batería en el ensayo.

Llevan en este local de Ummagumma Club de Ensayo, a las afueras de Málaga, desde poco antes de la pandemia, cuando tuvieron que dejar su emblemático refugio en Torremolinos porque iban a construir un nuevo edificio. Ese lugar tenía solera, olía a tabaco antes de entrar y acumulaba una capa de polvo en algunos rincones, pero custodiaba la historia del último grupo de la movida madrileña. Aquí hay pocos detalles personales, más allá del cartel 'El pollo' que cuelga de la pared y que ninguno sabe decir con precisión de dónde salió. «Nos hacía gracia». Pero tienen aire acondicionado. «Y eso se agradece», afirma Miguelo.

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No hay mucho espacio, pero el suficiente para que Chris Navas marque el ritmo de su bajo con el pie, para que Manolo Rubio pase del teclado a la guitarra en un pispás, para que Antonio Gil ponga toda su concentración en las seis cuerdas y para que Javier Ojeda haga esos pasitos cortos tan suyos acompañados de su característico chasquido de dedos. Porque hay cosas que no cambian ni en 40 años.

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