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Sr. García .
Juego del escondite

Juego del escondite

Cruce de vías ·

Ningún atardecer es igual a otro, ningún mar, ninguna montaña, ningún habitante del planeta

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Sábado, 19 de octubre 2019, 14:49

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Hay quienes no tienen la necesidad de cruzar océanos y continentes hasta descubrir otros mundos, yo sí que siento ese impulso irrefrenable. Me atraen los viajes desde que tengo memoria. La distancia me ayuda a vislumbrar el presente con otra perspectiva; aunque existen paisajes tan bellos, sorprendentes y poderosos, que eclipsan el pensamiento. Los viajes despejan los pliegues y recovecos del cerebro. Al regresar, me reconcilio con la vida cotidiana que se ha quedado esperando.

Cada vez que me sumerjo en un viaje siento que vuelvo a la infancia, cuando el mundo era un mapa mudo plagado de puntos misteriosos. Los viajes consiguen hacer resurgir al niño que llevo dentro. Mi asignatura favorita era Geografía y el Atlas de Geografía Universal mi libro de cabecera. Después leí los libros de grandes viajeros y ellos me enseñaron a distinguir y valorar los milagros cotidianos. Ningún atardecer es igual a otro, ningún mar, ninguna montaña, ningún habitante del planeta. La curiosidad nos mantiene vivos, cuando perdemos el deseo de conocer otros mundos comienza el declive. También hay quien viaja sin moverse de casa, incluso yo paso quieto largas temporadas, como un junco salvaje. La imaginación nos traslada a lugares fantásticos, sin embargo a mí, particularmente, me sientan mejor los cambios de aire.

Los personajes de mis novelas apenas se mueven del círculo familiar. La distancia que mantienen con los demás es tan corta como la que hay entre los dos lados de la cama. La imaginación no me traslada a paisajes lejanos sino a los lugares más recónditos del individuo. Otra parte de mí tiene siempre la maleta abierta y dispuesta a viajar. Cuando llega el momento en que la vida me oprime y me cuesta respirar, entonces sé que he de partir. Estoy paseando por una isla que está a 8.689 kilómetros de casa. Una isla que probablemente cubra pronto el mar y desaparezca, como tantas otras islas diseminadas por los océanos. Nadie me encontraría en este lugar escondido, tampoco nadie me busca. Quizá cuando vuelva a casa consiga transmitir esta inmensa sensación de libertad que ahora me envuelve.

De niño me gustaba el juego del escondite. Desaparecer en silencio y ocultarme en un lugar recóndito que nadie conseguía encontrar. Así podía pasar horas. Hasta que de pronto me hacía visible y todo retornaba a la normalidad. Pero durante el periodo de tiempo que permanecía perdido me transformaba en un aventurero. A veces me escondía con alguien y los dos conteníamos la respiración, quietos, sin hacer el más mínimo ruido para que no nos descubrieran. Era como viajar hacia un punto del mapa que sólo nosotros conocíamos. Los viajes son similares al juego del escondite. Unos se quedan quietos haciendo cuentas y mirando a la pared; otros van y vienen, entran y salen, hasta encontrar el lugar elegido.

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