

Secciones
Servicios
Destacamos
Regina Sotorrío
Jueves, 12 de enero 2017, 00:08
Un simple buenas tardes al otro lado del teléfono (fijo, porque es de los «bichos raros» que aún se resisten al móvil) basta para reconocerle. Su timbre de voz y su deje argentino le delatan al instante, por más que lleve 40 años en España. Héctor Alterio responde a la llamada desde casa tres días antes de volver a meterse en la piel de El padre, ese hombre mayor con la mente confundida por la edad del que dice seguir descubriendo matices 150 funciones después. La próxima será este fin de semana en el Cervantes, dentro del Festival de Teatro de Málaga. Una parada más en la gira y en la carrera de un actor que no pisa el freno a pesar de los 87 años que revela su carné. «Lo mejor de mi edad es que todavía lo puedo contar», declara con sentido del humor el veterano intérprete argentino.
El 34 Festival de Teatro de Málaga reflexiona sobre prensa, libertad y propaganda con el Zenit de Joglars y el Himmelweg de Juan Mayorga en versión de la compañía barcelonesa Sala Atrium. Ramón Fontserè se dirige a sí mismo y a sus habituales en una nueva sátira que esta vez introduce su bisturí en los medios de comunicación y sus audiencias, un retrato de las entretelas de un periódico en el que se habla de responsabilidad y ética, de sensacionalismo y baja calidad democrática. Su Zenit, que Joglars subtitula La realidad a su medida, se pone en escena hoy y mañana (20 euros precio único) en el Teatro Cervantes.
Mientras, el segundo espacio del Festival, el Echegaray, instala en su caja escénica mañana viernes y el sábado las maquilladas dependencias de un campo de concentración nazi en Himmelweg (18 euros). Se trata de una de las obras más escenificadas de Juan Mayorga, un texto que reflexiona sobre la propaganda a través de la historia real de un campo de concentración nazi cuyas condiciones fueron consideradas «buenas» por la Cruz Roja. Raimon Molins dirige el montaje, protagonizado por Patricia Mendoza, Raimon Molins y Guillem Gefaell.
Héctor Alterio afronta como un «regalo» este papel entrañable, divertido y dramático a la vez que aborda el alzhéimer desde otro punto de vista, desde la mirada del enfermo. Una aparente contradicción de sensaciones que el autor de la obra, Florian Zeller, definió como «farsa trágica». «El público se ríe, se emociona y no deja de prestar atención a una oferta distinta de escenificar los pensamientos de alguien que tiene la mente alterada», cuenta Alterio. El padre coloca al espectador en la perspectiva de alguien con una mente confusa o quizás confundida por los intereses de los que le rodean. No se sabe, y eso «provoca curiosidad».
En una escena dominada por las historias que hablan de los retos de la juventud o de la crisis de los 40, El padre da el protagonismo a la vejez. Pero para Héctor Alterio eso no es ninguna sorpresa. «A mi edad no tengo que estar esperando a que suene el teléfono para que llegue una oferta. Y toda la vida ha sido así, siempre he tenido continuidad en el trabajo, y eso es lo más importante», añade. Una fortuna que el intérprete entiende como «el resultado de tenerle siempre respeto al público».
Y ahí seguirá, sobre las tablas o frente a la cámara, hasta que no le quede más remedio que «bajar el telón». La jubilación voluntaria no entra en sus planes: ni quiere, ni puede. «No puedo vivir con la jubilación. Como están hechas las cosas, y como uno se fue desarrollando en la vida, armando su casa, su familia... la pensión no me da. Tengo mis cotidianidades, mi comida, mi casa, las atenciones de cualquier ser humano y eso se hace con el dinero que me proporciona el trabajo», sentencia. Si a ello se le suma que es un enamorado de la interpretación, el dejarlo por decisión propia no es una opción. El futuro tampoco le preocupa. «Uno no sabe cuánto va a durar, pero todavía me funcionan la cabeza, las piernas y me manejo por mí mismo. Mientras pueda seguiré. Y cuando venga que venga».
Además, sin actuar se aburriría «seguro». Así se siente «útil para ese señor que se molesta en comprar una entrada y busca un tiempo para sentarse en la butaca». «Me siento responsable de mi trabajo. Que ese señor quiera ver un estreno y el estar rodeado de actores jóvenes y talentosos me facilita mucho más la alegría del trabajo», añade.
La memoria (y su pérdida) es el eje de esta función, pero a sus 87 años Héctor Alterio asegura que no borraría nada de su cabeza. «No, lo hecho hecho está, no tiene sentido. La naturaleza es sabia y hace que de pronto te olvides de cosas para que no te afecten. Las cosas malas que he pasado, ya han pasado, ya se han borrado solas», dice con filosofía.
Con el aval que da la experiencia, Héctor Alterio lanza un consejo a las nuevas generaciones de actores: «Hacer las cosas lo más honestamente posible, respetar siempre al espectador, no creerse que uno es lo más importante y no buscar denodadamente un éxito que frustra cuando no se produce». Él, hombre de costumbres, lo seguirá haciendo así. Igual que seguirá respondiendo desde su teléfono fijo, sin móvil ni Internet a mano, como un «bicho raro» en la era de la tecnología: «La gente se sorprende y me pregunta cómo se puede vivir así. Pues se puede, y bastante». Aquí la prueba.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.