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'Tiburón' cumple 40 años

'Tiburón' cumple 40 años

Spielberg logró que bañarseen la playa ya nunca fuera lomismo con una película quecambió las reglas de Hollywood. El filme inauguró el concepto de taquillazo veraniego con su estreno en cientos de salas yuna publicidad masiva en televisión

Óscar belategui

Domingo, 9 de agosto 2015, 23:41

Steven Spielberg asistió al preestreno de Tiburón el 26 de marzo de 1975 en el Medallion Theater de Dallas. Dopado con valium, el realizador se situó de pie, al fondo de la sala, con su mirada nerviosa dirigiéndose de la pantalla al público. Tras una de las primeras secuencias, en la que el escualo despedaza a un niño en una colchoneta, un espectador de la primera fila salió corriendo y vomitó en la alfombra del vestíbulo. Después volvió a sentarse en su butaca. «En ese momento supe que la película sería un éxito», confesaría el director.

Hace 40 años, Tiburón logró que bañarse en una playa nunca volviera a ser lo mismo. La industria del cine tampoco volvió a ser igual a partir del 20 de junio de 1975 (en España hubo que esperar al 19 de diciembre), cuando Universal estrenó el segundo largometraje de Steven Spielberg en 409 salas de Estados Unidos, casi tantas como El padrino tres años antes. Hoy no sorprende que un largometraje con vocación de rompetaquillas tome miles de cines, pero entonces lo normal era llegar a unas pocas pantallas y mantenerse en cartelera semana tras semana. El cambio fue trascendental: aumentan los gastos de distribución y marketing, el grueso de la recaudación se consigue en pocos días y se desdeña el papel de la crítica.

Nace el blockbuster veraniego, una época que antes de Tiburón no contaba para los estudios. Spielberg demostró que el público joven no necesitaba de estrellas para ir al cine. El primer reparto lo componían Charlton Heston,Jeff Bridges y Sterling Hayden, pero el director de ET impuso a Richard Dreyfuss, Roy Scheider y Robert Shaw: la estrella era el gigante blanco comedor de hombres. Con Tiburón se inaugura asimismo la estrategia de publicitar masivamente el filme en televisión. Universal gastó más de 700.000 dólares una cifra exorbitante para la época en anuncios emitidos en los programas de mayor audiencia.

Una película post-Watergate

La novela de Peter Benchley que sirvió de base al guion ya era un éxito de ventas antes de que los productores Richard Zanuck y David Brown confiaran en un jovenzuelo de 22 años procedente de la televisión. La campaña publicitaria logró que se convirtiera en un acontecimiento. «Porque ha oído hablar de Tiburón usted vendrá a ver Tiburón», vendían los anuncios publicados esos días en prensa. Su récord de taquilla tardaría dos años en superarse. Hasta La guerra de las galaxias.

«Tiburón viene a ser algo así como la tabla de los diez mandamientos del cine familiar», escribió en la desaparecida revista Casablanca el crítico y realizador Felipe Vega. «Un inteligente cóctel en el que su director y sin duda su montadora, VernaFields, luchan con una historia mediocre de un novelista mediocre para convertirla en una narración formidablemente compensada en todas sus partes». Una pareja, ebria de cerveza y calentura, retoza de noche en la playa. La chica le espera desnuda y vulnerable en el agua. Solo la campanilla de una boya cercana rompe el silencio.

Aparte del sigiloso depredador, existe otro villano en la función: el alcalde de la turística Amity, remiso a cerrar las playas pese a la amenaza acuática. No le quedará más remedio que ofrecer una recompensa por la captura de la bestia. Tres tipos bien diferentes se unirán en su caza. El capitán Quint, experto arponero (Robert Shaw); el desbordado sheriff local, Brody (Roy Scheider); y Matt Hooper, un reputado oceanógrafo (Richard Dreyfuss).

Como bien apunta Peter Biskind en su fundamental ensayo Moteros tranquilos, toros salvajes, Tiburón no dejaba de ser una película post-Watergate sobre la corrupción gubernamental. Los tres protagonistas son arquetipos: el macho de derechas, el policía padre de familia y el judío intelectual de izquierdas. Spielberg siembre negó las simbologías políticas: «Tiburón ha sido pensada y realizada para asustar al mayor número de personas posible, toda referencia política es puramente accidental. Incluso el personaje del alcalde entra en la historia no tanto para dar una imagen negativa del poder, como para aumentar el suspense antes del drama final».

El mismo suspense se experimentó en el complicadísimo rodaje, que de una duración de 55 días pasó a 159.El presupuesto final, cercano a los 10 millones de dólares, triplicó las estimaciones iniciales. Los culpables fueron los habitantes del idílido y pijo Marthas Vineyard, que boicotearon la filmación, y los tres tiburones mecánicos que se construyeron con el sobrenombre de Bruce, en honor a un antiguo abogado de Spielberg, «terrorífico y muy caro». Sus motores hidráulicos se averiaban con el agua y la piel de poliuretano cantaba a falso. Spielberg se empeñó en rodar en alta mar y desechó imágenes de peces reales. Cuando vio el penoso resultado de los efectos especiales optó por no mostrar el bicho hasta bien comenzada la película. La amenaza sugerida resultó mil veces más escalofriante. Los ominosos sonidos de cuerda de John Williams procedentes de las profundidades hicieron el resto.

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