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ALGO DE MÍ

La nube doble ·

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Lunes, 9 de septiembre 2019, 00:23

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Las risas que la cosa provocaba en mi casa no eran pocas. A mi hermana mayor, cuando le llegó la edad del pavo, cuando le dio por ir a Pedregalejo por las noches y volvía a las tantas, o eso me parecía, también le dio por cultivar el fenómeno fan. Su mayor ídolo, nada menos, era Camilo Sesto. A cada generación, qué culpa tendrán ellas, le corresponde en suerte un fenómeno estético-musical, una concreta constelación, con estrellas cada una de su padre y de su madre. Ni mi madre ni mi padre eran muy de Camilo, por lo que adherirse al artista alicantino y a su inquietante melena suponía también, allá a finales de los setenta, un poquito de autoafirmación adolescente.

Por mor de esta adoración de mi hermana por Camilo, yo flipaba como niño al descubrir en su cuarto los pósteres de este hombre, con esas fotos como nubladas de la revista 'Superpop', la biblia de esa juventud española que disfrutaba de 'Aplauso' como la que ahora lo hace con Rosalía. Yo solo me manejaba con los 'Don Miki' y no daba crédito a la pasión que este caballero despertaba en la sangre de mi sangre. Por no hablar de las letanías a toda voz, a costa del 'Getsemaní' o del 'Quererte a ti', que nos brindaba mi hermana durante las tres horas que tardaba en alisarse el pelo antes de irse a esas discos donde en los lentos sonaba 'El amor de mi vida has sido tú'.

Cuando me sobrevino la pubertad, ay, me tocó a mí sufrir el mismo sarampión pop: siempre se repite la misma historia, aunque en mi caso fuera con la primera Madonna. Por entonces Camilo Sesto era esa leyenda madura habitual en los programas de José Luis Moreno y en las portadas truculentas del 'Pronto'. Y aunque ni el 'Mola mazo' ni sus apariciones en 'DEC' ayudaron a lustrar su figura en el nuevo milenio, tras su muerte todos veneramos y disfrutamos ese arsenal de coplas como joyas que deja el artista. Especialmente ese evangelio nuevo y eterno para las almas heridas que todas las generaciones cantamos como hermanos a grito pelado y sin dar ni un tono: siempre nos traiciona la razón y nos domina el corazón.

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