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DANIEL ROLDÁN
Martes, 23 de agosto 2016, 00:11
Altos, fuertes, habilidosos y con ganas de aventura. Eran las cuatro principales premisas que necesitaban los altos mandos de los ejércitos involucrados en la Segunda Guerra Mundial para componer las nuevas unidades de combate. Novedosas porque estaban organizadas y tenían las bendiciones de generales con unas cuantas estrellas, no porque el combate tras las líneas enemigas haya sido un hecho extraordinario a lo largo de la historia. Los bandoleros españoles que atosigaron a las tropas napoleónicas hasta desquiciarlas protagonizaron el primer caso de golpeo a un objetivo concreto contra el enemigo y retroceso a posiciones defensivas. Es más, los ingleses llevaron la palabra guerrilla, en español, a su lenguaje para designar este tipo de acciones.
Unas operaciones similares se llevaron a cabo durante la guerra civil estadounidense. Pero es en el teatro de la Segunda Guerra Mundial cuando los altos mandos se dan cuenta de que es necesario golpear más allá de las líneas enemigas. «En muchas ocasiones era simplemente para demostrar que se tenía esa capacidad y demostrárselo a la opinión pública y, en otras ocasiones eran de gran envergadura», explica Manuel Prieto, divulgador histórico y padre de la web Curistoria. En esa época se crean los comandos, el Servicio Aéreo Especial (los famosos SAS británicos), el Grupo del Desierto de Largo Alcance (LRDG, en inglés) que atosigaron a Rommel en las arenas norteafricanas hasta desesperar a uno de los mitos del Ejército alemán, que también contaba con unas fuerzas especiales.
El grupo Friedentahler, por ejemplo, al mando de Otto Skorzeny, realizó alguna de las acciones más sorprendentes del conflicto. «Hicieron las operaciones más espectaculares. La acción del Gran Sasso, donde aterrizaron en hotel en medio de la nada y rescataron a Mussolini es impresionante», apunta Prieto, que analiza algunas de estas acciones en 'Operaciones especiales de la Segunda Guerra Mundial' (La Esfera de los Libros).
Skorzeny, austriaco y nacionalsolcialista hasta la médula, que después del conflicto se refugió en España hasta su muerte en 1975, dirigió algunas de las operaciones «más audaces» además de rescatar al tirano italiano (conocida como 'operación Roble'). Por ejemplo, la 'operación Greif', en el que los alemanes intentaron acabar con las tropas estadounidenses en las Ardenas disfrazados con los uniformes de sus enemigos; o la 'operación Puño de Hierro' para quitar al almirante Miklós Horthy de la Presidencia húngara por díscolo al régimen nazi y colocar al más manejable Ferenc Szálasi.
Unas acciones espectaculares llevadas a cabo por soldados voluntarios. «Había más demanda que oferta. Tenían más libertad y más paga. Su selección se hacía en el propio entrenamiento. Pero lo que más sorprendente es que muchos están llamados por la aventura. Es curioso que mucha gente se jugaba la vida por la experiencia», comenta Prieto. Además, estos soldados no ocultaban que eran especiales. «Skorzeny no esconde en su autobiografía que ellos se sentían especiales, la élite de la élite», indica. Y aunque todos los ejércitos usaron a estos valientes, fue el Ejército británico el que más apostó por ellos. «Era el que más unidades tenía, aunque por número serían los americanos. Estos, por cierto, crearon sus Rangers copiando al SAS», comenta el autor.
Entre las acciones militares de tropas al servicio de su graciosa majestad destaca la 'operación Mincemat' que, además, comenzó en España. El cadáver del comandante William Martin de los Royal Marines aparece en la playa onubense de El Portil. Rápidamente los nazis destacados en España se enteran y registran el cadáver. «Los aliados creían que los alemanes iban a desconfiar de los documentos encontrados. Así que pusieron algo de la invasión a Sicilia y crearon una mentira para convencer al alto mando alemán de que nada era verdad», explica Prieto. La mentira coló: los nazis creyeron que se iba a invadir Cerdeña y los Balcanes. Hasta se creyeron que el militar era real. Al parecer era un vagabundo galés llamado Glyndwr Michael.
«Todas las mentiras por el Día D fueron también increíbles. La creación de un ejército falso y las infiltraciones en Francia. O el trabajo anterior, haciendo creer que el ataque va a ser en Calais o en el golfo de Vizcaya», señala Prieto, quien también destaca el magnicidio de Reinhard Heydrich, el creador de la solución final nazi y asesinado en Praga por militares checos. Entrenados, cómo no, por las fuerzas especiales británicas.
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