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MARÍA TERESA LEZCANO
Domingo, 19 de junio 2016, 00:59
Blaise Pascal. De 19-6-1623 a 19-8-1662
Fue en Clermont-Ferrand, el 19 de junio de 1623, donde Blaise Pascal succionó su primera especulación sobre el vacío y el éter. Después de estudiar matemáticas y ciencias naturales, fundamentó la ley de los vasos comunicantes, que viene a decir que si un cuerpo tiene varias bocas, no importa por cuál de ellas le eches agua o cerveza, que el líquido refrescará o emborrachará por igual el cuerpo entero. Algo así. Este descubrimiento llevó a Pascal a abandonar la teoría del Horror Vacui que propugnaba que la naturaleza aborrece el vacío, para convertirse a la causa mecanicista con su consiguiente dosis de impenetrabilidad. Pascal se hallaba razonando de forma espistolar la teoría de la probabilidad con Pierre Fermat, cuando le sobrevinieron los primeros síntomas depresivos, aunque tras un accidente de tráfico la melancolía fue sustituida por una experiencia religiosa: mientras atravesaba en carroza el puente de Neuilly, los caballos se asustaron y tras caer al agua dejaron continente y contenido al borde del abismo. Pascal al parecer vio a la muerte y a Dios al mismo tiempo y si bien dejó de ver rápidamente a la primera, el segundo se le coló a lo bruto en concepto de epifanía . Tras la conversión por carroza y visión beatífica, Pascal se retiró de la sociedad, relacionándose únicamente con los jansenistas que predicaban que Adán en el paraíso había tenido la gracia suficiente pero no la gracia eficaz. El jansenismo, no obstante, no parece que llenara por completo el hueco epifánico ya que Pascal lo mismo iba escribiendo sus Pensées, el corazón tiene razones que la razón no entiende, que otro día se decía pues hoy voy a calcular la superficie del cicloide a ver qué me da. Poco antes de su muerte, fundó una empresa de carrozas que, aun siendo muy baratas, no incluían experiencia religiosa aunque sí marcaron el comienzo del transporte público parisino. Et, oui.
James Matthew Barrie. De 9-5-1860 a 19-6-1937
Trescientos catorce años después de que naciera Blaise Pascal, moría James Matthew Barrie, con un país de nunca jamás en su geografía reciente y una capitanía de niños perdidos agregada a la baronía escocesa de Kirriemuir. Barrie dejó de crecer en estatura cuando, tras la muerte de su hermano mayor, se dio cuenta de que su madre sólo había querido al hijo difunto, contrarrestando James el diagnóstico de enanismo psicosocial que lo dejó con un tamaño de, estirando bien todas las vértebras, metro y medio, mediante una expansión imaginativa que desembocó en sus primeros textos dramáticos. Su matrimonio con una actriz británica acabó en divorcio ya James no buscaba una esposa sino una madre, como Peter Pan con Wendy, y el matrimonio nunca se consumó; si a esto, además de que no consumamos le sumamos que la actriz no tardó en buscar consuelo en alguien con más centímetros vertebrales y menos traumas matriarcales, el escándalo londinense no tardó en alcanzar el punto de ebullición. Fue en los jardines de Kensington, mientras paseaba a Porthos, que no era su mosquetero de cabecera sino su perro, donde Barrie conoció a la familia Llewelyn Davies, cuyos niños le inspirarían la historia de Peter Pan y en cuyo tutor se convirtió cuando éstos quedaron huérfanos. Bien es cierto que la sociedad victoriana victorianamente cuestionó, aun sin el menor indicio que sustentara el rumor londinense, las relaciones existentes entre Barrie y sus pupilos: que si qué querrá este enano provecto de estos niños tan altos, que si qué se le ha perdido a este capitán Garfio entre tanto brazo sin muñón, que si aquí huele a polvo de hadas y yo no he sido, que si esta flauta de Pan trina como nunca jamás, que si cuando suena la Campanilla pederastia lleva... Oh, dear.
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